TALLER MANUAL URBANIDAD DE CARREÑO.
Enviado por JULY2106 • 11 de Agosto de 2016 • Trabajo • 26.316 Palabras (106 Páginas) • 4.441 Visitas
TALLER
- Leer y analizar el texto del Manual de urbanidad de Carreño
- Elabore 40 preguntas con su respectiva respuesta sacadas de todo lo leído.
- Hacer un ensayo sobre el Manual ( 3 hojas mínimo)
- ¿Qué cambios le haría usted al texto? Explicar la respuesta.
- ¿Había leído usted antes el manual de Carreño?
- En su área de formación ¿Requiere usted conocer de los buenos modales?
- ¿Es fundamental los buenos modales en cada aspecto de la vida del ser?
- ¿Cómo cree usted que está la región en el tema?
- Favor todas respuesta bien sustentada, con coherencia, buena redacción y ortografía.
- Luego de hacer la entrega del trabajo puede participar de un foro habilitado para los que cumplan con lo solicitado.
- Realizar la evaluación escrita en la próxima fecha de formación.
El taller es individual
Lindo día
URBANIDAD
COMPENDIO DEL MANUAL DE URBANIDAD Y BUENAS MANERAS
DE
MANUEL ANTONIO CARREÑO
DEBERES MORALES DEL HOMBRE
CAPITULO PRIMERO
De los deberes para con Dios.
- — Basta dirigir una mirada al firmamento, o a cualquiera de las maravillas de la creación, y contemplar un instante los infinitos bienes y comodidades que nos ofrece la tierra, para concebir desde luego la sabiduría y grandeza de Dios y todo lo que debemos a su amor, a su bondad y a su misericordia.
- — En efecto, ¿Quién sino Dios ha creado el mundo y lo gobierna? ¿Quién ha establecido y conserva ese orden inalterable con que atraviesa los tiempos la masa formidable y portentosa, del universo? ¿Quién vela incesantemente por nuestra felicidad y la de todos los objetos que nos son queridos en la tierra? y, por último, ¿quién sino EL puede ofrecernos y nos ofrece la dicha inmensa de la salvación eterna?
- — Le somos, pues, deudores de todo nuestro amor, de toda nuestra gratitud, y de la más profunda adoración y obediencia; y en todas las situaciones de la vida estamos obligados a rendirle nuestros homenajes, y dirigirle nuestros ruegos fervorosos, para que nos haga merecedores de sus beneficios en el mundo, y de la gloria que reserva a nuestras virtudes en el Cielo.
- — Dios es el ser que reúne la inmensidad de la grandeza y de la perfección; y nosotros, aunque criaturas suyas, y destinadas a gozarle por toda una eternidad, somos unos seres muy humildes é imperfectos; así es que nuestras alabanzas nada pueden añadir a sus soberanos atributos. Pero Él se complace en ellas y las recibe como un homenaje debido a la majestad de su gloria, y como prendas de adoración y amor que el corazón le ofrece en la efusión de sus más sublimes sentimientos; nada puede, por tanto, excusarnos de dirigírselas.
- — Tampoco nuestros ruegos le pueden hacer más justo, porque todos sus atributos son infinitos, ni, por otra parte, le son necesarios para conocer nuestras necesidades y nuestros deseos, porque El penetra en lo más íntimo de nuestros corazones; pero esos ruegos son una expresión sincera del reconocimiento de su poder supremo y del convencimiento en que vivimos de que Él es la fuente de todo bien, de todo consuelo y de toda felicidad, y con ellos movemos su misericordia y aplacamos la severidad de su divina justicia, irritada por nuestras ofensas, porque Él es Dios de bondad y su bondad tampoco tiene límites.
- — ¡Cuan propio y natural no es que el hombre se dirija a su Creador, le hable de sus penas con la confianza de un hijo que habla al padre más tierno y amoroso, le pida el alivio de sus dolores y el perdón de sus culpas, y con una mirada dulce y llena de unción religiosa, le muestre su amor y su fe como los títulos de su esperanza!
- — Así al acto de acostarnos como al de levantarnos, elevaremos nuestra alma a Dios, le dirigiremos nuestras alabanzas y le daremos gracias por todos sus beneficios. Le pediremos por nuestros padres, por nuestra familia, por nuestra patria, por nuestros amigos, por nuestros enemigos, y haremos votos por la felicidad del género humano, y especialmente por el consuelo de los afligidos y desgraciados.
- — No nos limitaremos entonces a esto, sino que recogiendo nuestro espíritu, y rogando a Dios nos ilumine con las luces de la razón y de la gracia examinaremos nuestra conciencia, y nos propondremos emplear los medios más eficaces para evitar las faltas que hayamos cometido en el decurso del día.
- — Es también mi acto debido a Dios, y propio de un corazón agradecido, el manifestarle siempre nuestro reconocimiento al levantarnos de la mesa. Si nunca debemos olvidarnos de dar las gracias a la persona de quien recibimos un servicio, por pequeño que sea, ¿Con cuánta más razón no deberemos darlas a la Providencia cada vez que nos dispensa el mayor de los beneficios, cual es el medio de conservar la vida?
- — En los deberes para con Dios se encuentran refundidos todos los deberes sociales y todas las prescripciones de la moral; así es que el hombre verdaderamente religioso es siempre el ^modelo de todas las virtudes, el padre más amoroso, el hijo más obediente, el esposo más fiel, el ciudadano más útil a su patria.
- — Y a la verdad, ¿cuál es la ley humana, cuál el principio, cuál la regla que encamine a los hombres al bien y los aparte del mal, que no tenga su origen en los Mandamientos de Dios, en esa ley de las leyes, tan sublime y completa cuanto sencilla y breve? ¿dónde hay nada más conforme con el orden que debe reinar en las naciones y en las familias, con los dictados de la justicia, con los generosos impulsos de la caridad y la beneficencia, y con todo lo que contribuye a la felicidad del hombre sobre la tierra, que los principios contenidos en la ley evangélica?
- — Nosotros satisfacemos el sagrado deber de la obediencia a Dios guardando fielmente sus leyes, y las que nuestra Santa Iglesia ha dictado en el uso legítimo de la divina delegación que ejerce; y es éste al mismo tiempo el medio más eficaz y más directo para obrar en favor de nuestro bienestar en este mundo y de la felicidad que nos espera en el seno de la gloria celestial.
- — Pero no es esto todo: los deberes de que tratamos no se circunscriben a nuestras relaciones internar con la Divinidad. El corazón humano, esencialmente comunicativo, siente una inclinación invencible a expresar sus afectos por signos y demostraciones exteriores. Debemos, pues, manifestar a Dios nuestro amor, nuestra gratitud y nuestra adoración, con actos públicos que, al mismo tiempo que satisfagan nuestro corazón, sirvan de un saludable ejemplo a los que nos observan. Y como es el templo la casa del Señor y el lugar destinado a rendirle nuestros homenajes, procuraremos visitarlo con la posible frecuencia, manifestando siempre en él toda la devoción y todo el recogimiento que inspira tan sagrado recinto.
- — Los sacerdotes, ministros de Dios sobre la tierra, tienen la alta misión de mantener el culto divino y de conducir nuestras almas por el camino de la felicidad eterna. Tan elevado carácter nos impone el deber de respetarlos y honrarlos, oyendo siempre con interés y docilidad los consejos con que nos favorezcan, cuando en nombre de su Divino Maestro y en desempeño de su augusto ministerio nos dirijan su voz de caridad y de consuelo. El respeto a los sacerdotes es una manifestación de nuestro respeto a Dios mismo y un signo inequívoco de una buena educación moral y religiosa.
CAPITULO II
I. — Deberes para con nuestros padres.
- — Los autores de nuestros días, los que recogieron y enjugaron nuestras primeras lágrimas, los que sobrellevaron las incomodidades de nuestra infancia, los que consagran todos sus desvelos a la difícil tarea de nuestra educación, son para nosotros los seres más privilegiados y venerables que existen sobre la tierra.
- — En medio de las necesidades de todo género a que está sujeta la humana naturaleza, muchas pueden ser las ocasiones en que un hijo haya de prestar auxilios a sus padres, endulzar sus penas, y aun hacer sacrificios a su bienestar y a su dicha; pero jamás podrá llegar a recompensarles todo lo que les debe, jamás podrá hacer nada que le descargue de la inmensa deuda de gratitud que para con ellos tiene contraída.
- — Los cuidados tutelares de un padre y de una madre, son de un orden tan elevado y tan sublime, son tan cordiales, tan desinteresados, tan constantes, que en nada se asemejan a los demás actos de amor y benevolencia que nos ofrece el corazón del hombre, y sólo podemos verlos como una emanación de aquellos con que la Providencia cubre y protege a todos los mortales.
- — En el momento mismo en que nacemos, nuestros padres nos saludan con el ósculo de bendición, nos prodigan sus caricias, protegen nuestra debilidad y nuestra inocencia; y allí comienza esa serie de contemplaciones, condescendencias y sacrificios que triunfan de todos los obstáculos, de todas las vicisitudes y aun de la misma ingratitud y que no termina sino con la muerte.
- — Nuestros primeros años roban a nuestros padres toda su tranquilidad y los privan a cada paso de los goces y comodidades de la vida social. Durante aquel período de nuestra infancia, en que la naturaleza nos niega la capacidad de atender por nosotros mismos a nuestras necesidades y en que, demasiado débiles e impresionables nuestros órganos, cualquier ligero accidente puede ocasionarnos una enfermedad y aun la muerte misma, sus afectuosos y constantes cuidados suplen nuestra impotencia y nos defienden de los peligros que por todas partes nos rodean.
- — Cuántas inquietudes, cuántas alarmas, cuantas lágrimas no les cuestan nuestras dolencias! ¡Cuánta vigilancia no tienen que oponer a nuestra imprevisión! ¡Cuán inagotable no debe ser su paciencia para cuidar de nosotros y procurar nuestro bien, en lucha abierta siempre con la absoluta ignorancia y la voluntad caprichosa y turbulenta de los primeros años!
- — Apenas descubren en nosotros un destello de razón, ellos se apresuran a dar principio a nuestra educación moral e intelectual; y son ellos los que imprimen en nuestra alma las primeras ideas, las cuales nos sirven de base para todos los conocimientos ulteriores, y de norte para emprender el espinoso camino de la vida.
- — Su primer cuidado es hacernos conocer a Dios. ¡Qué sublime, qué augusta, qué sagrada aparece entonces la misión de un padre y de una madre! El corazón rebosa de gratitud y de ternura, al considerar que fueron ellos los que nos hicieron formar idea de ese ser infinitamente grande, poderoso y bueno, ante el cual se prosterna el universo entero, y nos ensenaron a amarle, a adorarle y a pronunciar sus alabanzas.
- — Después que nos hacen saber que somos criaturas de ese ser imponderable, ennobleciéndonos así ante nuestros propios ojos y santificando nuestro espíritu, ellos no cesan, de proporcionarnos conocimientos útiles de todo género, con los cuales vamos haciendo el ensayo de la vida, y preparándonos para concurrir al total desarrollo de nuestras facultades.
- — En el laudable y generoso empeño de enriquecer nuestro corazón de virtudes, y nuestro entendimiento de ideas útiles a nosotros mismos y a nuestros semejantes, ellos no omiten esfuerzo alguno por proporcionarnos la enseñanza. Por muy escasa que sea su fortuna, y aun sometiéndose a duras privaciones, siempre hacen los castos indispensables para presentarnos en los establecimientos de educación, proveernos de libros y pagar a nuestros maestros. ¡Y cuántas veces los vemos someterse gustosos a toda especie de privaciones, para impedir que se interrumpa el curso de nuestros estudios!
- — Terminada nuestra educación, y formados ya nosotros a costa de tantos desvelos y sacrificios, no por eso nuestros padres nos abandonan a nuestras propias fuerzas. Su sombra protectora y benéfica nos cubre toda la vida, y sus cuidados, como ya hemos dicho, no se acaban sino con la muerte.
- — Si durante nuestra infancia, nuestra niñez y nuestra juventud, trabajaron asiduamente para alimentarnos, vestirnos, educarnos y facilitarnos toda especie de goces inocentes, ellos no se desprenden en nuestra edad madura de la dulce tarea de hacemos bien.
Xlll. — Nuestros padres son al mismo tiempo nuestros primeros y más sinceros amigos, nuestros naturales consultores, nuestros leales confidentes. El egoísmo, la envidia, la hipocresía, y todas las demás pasiones tributarias del interés personal, están excluidas de sus relaciones con nosotros, así es que nos ofrecen los frutos de su experiencia y de sus luces sin reservamos nada, y sin que podamos Jamás recelamos de que sus consejos puedan tener otro fin que nuestro bien y nuestra felicidad.
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