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Una Gota De Agua En El Mar


Enviado por   •  9 de Julio de 2013  •  610 Palabras (3 Páginas)  •  546 Visitas

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Una gota de agua en el mar

Aquel sábado era un sábado cualquiera para dos kayakeros que se lanzaban a la aventura todos los fines de semana con un grupo de amigos, deseosos por descubrir los encantos que nuestra majestuosa Isla tiene que ofrecer. El día prometía estar lleno de acción y aventura. Durante la tarde, exploraríamos la bahía de Mar Blanco hasta llegar a la playa de Cayo Pájaros, a dos millas de la costa del pueblo de Salinas, Puerto Rico. Durante la noche, nos perderíamos en la inmensa oscuridad de Mar Negro para ser guiados por los microorganismos que iluminan su bahía bioluminiscente al remar. Separados de ambos mares por la humilde comunidad pesquera Las Mareas, mi esposa Auranyd y yo zarpamos desde allí con una flota de seis kayaks, a eso de las dos de la tarde.

Protegida por los manglares, la bahía de Mar Blanco se encontraba en completa calma. El mar cedía sin poner resistencia alguna al paso de nuestros kayaks, diseñados para vencer el reto que el mar quisiera lanzarnos. Ni tan siquiera el viento soplaba. Sólo una leve y bien recibida brisa lograba colarse entre la exuberante vegetación, para refrescarnos en aquella calurosa tarde. Nada nos prepararía para lo que encontraríamos al salir de la bahía y del brazo protector de los manglares.

Los manglares escondían un mar embravecido, furioso por haber sido despertado por el viento. El mar rompía contra la proa de nuestras embarcaciones, salpicándonos con cada splish-splash de las olas. Aun así, nos aventuramos a continuar la travesía hacia el Cayo, pues ni el viento, ni el mar, ni la corriente, ni la naturaleza, ni Dios, ni NADIE, impediría que llegáramos a nuestro objetivo. Treinta minutos en el vaivén, llegamos. ¡Triunfamos! Vencimos a TODOS y disfrutamos de la incomparable belleza que el Cayo Pájaros nos tenía como obligación que ofrecer. Varias horas después, partimos. El dulce sabor de la victoria se tornó amargo, cuando de regreso, el kayak en que Auranyd y yo viajábamos se separó del grupo. En aquel momento no lo sabíamos, pero caímos presos de una corriente submarina que nos comenzó a alejar de la costa. Inútilmente, tratamos de luchar contra ella, pero Dios nos hizo kayakeros, no salmones. Estuvimos a la merced del viento, del mar, de la corriente, de la naturaleza, de Dios, de TODO. Solo quedo rogar que la noche no cayera tan rápido como se avecinaba.

¡La noche!, pensé. Un escalofrío invadió todo mi ser ante la posibilidad real de pasar la noche a la deriva en el medio del mar. Fue miedo. Fue pavor. Fue terror. Fue la confrontación con mi propia mortalidad, la de mi esposa y la del hijo que lleva en sus entrañas. Solo unos meses atrás, había tomado el compromiso de cuidar al oro (Au) de su padre RAmón y su madre NYDia, mediante sagrado matrimonio. Por un momento, la impotencia me hizo sentir menos hombre. Un sabor nauseabundo a fracaso embargó

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