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Una niña perversa (un cuento de Jean- Charles, Jehanne.)


Enviado por   •  27 de Noviembre de 2012  •  Resumen  •  1.983 Palabras (8 Páginas)  •  12.267 Visitas

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Una niña perversa (un cuento de Jean- Charles, Jehanne.)

Esta tarde empujé a Arturo a la fuente, cayó en ella y se puso a hacer “gluglú” con la boca, pero también gritaba y fue oído. Papá y mamá llegaron corriendo. Mamá lloraba porque creía que Arturo se había ahogado. Pero no era así. Ha venido el doctor. Arturo esta ahora muy bien. A pedido pastel de mermelada, y mamá se lo ha dado. Sin embargo, eran las siete, casi la hora de acostarse cuando pidió pastel, y a pesar de eso mamá se lo dio. Arturo estaba muy contento y orgulloso. Todo el mundo le hacía preguntas. Mamá le pregunto como había podido caerse, si se había resbalado, y Arturo ha dicho que si, que se tropezó. Es gentil que haya dicho eso, pero sigo detestándolo y volveré a hacerlo en la primera ocasión. Por lo demás si no ha dicho que lo empujé yo, quizás sea sencillamente porque sabe muy bien que ha mamá la horrorizan las delaciones. El otro día cuando le apreté el cuello con la cuerda de saltar y se fue a quejar con mamá diciendo: “Elena me ha hecho esto”, mamá le ha dado una terrible palmada y le ha dicho: “¡No vuelvas a hacer una cosa así!”, y cuando llego papá, ella se lo ha contado y papá también se puso furioso, Arturo se quedó sin postre. Por eso comprendió. Y esta vez, como no ha dicho nada, le han dado pastel de mermelada. Me gusta enormemente el pastel de mermelada: se lo he pedido a mamá yo también, tres veces, pero ella ha puesto cara de no oírme. ¿Sospechará que yo fui la que empujó a Arturo?

Antes, yo era buena con Arturo. Porque mamá y papá me festejaban tanto como a el. Cuando el tenia un auto nuevo, yo tenia una muñeca, y no le hubieran dado pastel sin darme a mi. Pero desde hace un mes, papá y mamá han cambiado completamente conmigo, todo es para Arturo. A cada rato le hacen regalos. Con esto no mejora su carácter. Siempre ha sido un poco caprichoso, pero ahora es detestable. Sin parar esta pidiendo esto y lo otro. Y mamá cede casi siempre. A decir verdad, creo que en todo un mes solo lo han regañado el día de la cuerda de saltar, y lo raro es que esta vez no era culpa suya. Me pregunto por qué papá y mamá, que me querían tanto han dejado de repente de interesarse en mi, parece que ya no soy su niñita. Cuando beso a mamá, ella no sonríe. Papá tampoco. Cuando van a pasear voy con ellos, pero continúan desinteresándose de mi. Puedo jugar junto a la fuente lo que yo quiera, les da igual. Solo Arturo es gentil conmigo de cuando en cuando, pero a veces se niega a jugar conmigo. Le pregunté el otro día por que mamá se había vuelto así conmigo. Yo no quería hablarle del asunto, pero no pude evitarlo. Me ha mirado desde arriba, con ese aire burlón y que toma adrede para hacerme rabiar y me ha dicho porque mamá no quiere oír hablar de mi. Le dije que no era verdad. El me dijo que sí, que había oído decirle eso a papá, y que le había dicho: “No quiero oír hablar nunca mas de ella”.

Ese fue el día que le apreté el cuello con la cuerda. Después de eso, yo estaba tan furiosa, a pesar de la palmada que él había recibido que fui a su recamara y le dije que lo mataría.

Esta tarde me ha dicho que mamá, papá y el iban al mar, y que yo no iría. Se rió y me hizo muecas. Entonces lo empujé a la fuente.

Ahora duerme y papá y mamá también. Dentro de un momento iré a su recámara y esta vez no tendrá tiempo de gritar, tengo la cuerda de saltar en las manos. El la olvidó en el jardín y yo la tomé. Con estos se verán obligados a ir al mar sin él, y luego me iré a acostar sola, al fondo de ese maldito jardín, en esa horrible caja blanca donde me obligan a dormir desde hace un mes. Jean- Charles, Jehanne.

NIÑA PERVERSA

ISABEL ALLENDE

A los once años Elena Mejías era todavía una cachorra desnutrida, con la piel sin brillo de los niños solitarios, la boca con algunos huecos por una dentición tardía, el pelo color de ratón y un esqueleto visible que parecía demasiado contundente para su tamaño y amenazaba con salirse en las rodillas y en los codos. Nada en su aspecto delataba sus sueños tórridos ni anunciaba a la criatura apasionada que en verdad era. Pasaba desapercibida entre los muebles ordinarios y los cortinajes desteñidos de la pensión de su madre. Era sólo una gata melancólica jugando entre los geranios empolvados y los grandes helechos del patio o transitando entre el fogón de la cocina y las mesas del comedor con los platos de la cena. Rara vez algún cliente se fijaba en ella y si lo hacía era sólo para ordenarle que rociara con insecticida los nidos de las cucarachas o llenara el tanque del baño, cuando la crujiente carcasa de la bomba se negaba a subir el agua hasta el segundo piso. Su madre, agotada por el calor y el trabajo de la casa, no tenía ánimo para ternuras ni tiempo para observar a su hija, de modo que no supo cuándo Elena empezó a mutarse en un ser diferente. Durante los primeros años de su vida había sido una niña silenciosa y tímida, entretenida siempre en juegos misteriosos, que hablaba sola por los rincones y se chupaba el dedo. Sus salidas eran sólo a la escuela o al mercado, no parecía

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