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Varlam Shalamov Sobre un error de la literatura


Enviado por   •  28 de Febrero de 2016  •  Documentos de Investigación  •  1.966 Palabras (8 Páginas)  •  281 Visitas

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Varlam Shalamov

Sobre un error de la literatura

La literatura siempre representó el mundo del hampa con simpatía, algunas veces con obsequiosidad. La literatura rodeó el mundo de los ladrones de una aureola romántica, dejándose seducir por un oropel barato. Los artistas no supieron mirar el auténtico lado negativo de ese mundo. Es un pecado pedagógico, un error por el que tan caro paga nuestra juventud. Es excusable que un muchacho de 14-15 años sea atraído por las figuras “heroicas” de ese mundo; en un artista no lo es. Pero ni siquiera entre los grandes escritores encontraremos a los que, después de mirar el verdadero rostro de un ladrón, le volvería la espalda o lo estigmatizaría de la misma manera que debe estigmatizar todo gran artista a todo lo que es moralmente inútil. Por un capricho de la historia, los más expansivos apóstoles de la conciencia y el honor, por ejemplo Víctor Hugo, consagraron no pocas fuerzas a la exaltación del mundo del delito. A Hugo le parecía que el mundo del hampa es la parte de la sociedad que firme, decidida y claramente protesta contra la hipocresía que domina el mundo. Pero Hugo no se tomó el trabajo de observar desde qué posición peleaba contra todo poder estatal esa sociedad de ladrones. No pocos jóvenes buscaron trabar conocimiento con “miserables” vivos después de la lectura de las novelas de Hugo. El apodo “Jean Valjean” existe entre los hampones hasta el día de hoy.

Dostoievski, en sus Memorias de la casa muerta, elude una respuesta directa y tajante a esa cuestión. Todos esos Petrov, Luchok, Sushilov, Gazin, todos ellos, desde el punto de vista del verdadero mundo del hampa, de los auténticos delincuentes, son “asmodeos”, “chulos”, “demonios”, “campesinos”[1], es decir gente que es despreciada, robada y vapuleada por el verdadero mundo del hampa. Desde el punto de vista de los hampones, los asesinos y ladrones Petrov y Sushilov son mucho más parecidos al autor de las Memorias de la casa muerta que a ellos mismos. Los “ladrones” de Dostoievski son objeto de agresión y robo tanto como Alexandr Petrovich Goriánchikov y los semejantes a él, cualquiera fuese el abismo que separara a los delincuentes de la nobleza del pueblo llano. Es difícil decir por qué Dostoievski no optó por una representación verdadera de los ladrones. Porque el ladrón no es ese hombre que ha robado. Se puede robar e incluso robar sistemáticamente, pero no ser un hampón, es decir, no pertenecer a ese repugnante orden subterráneo. Al parecer, en el presidio de Dostoievski no existía esa “categoría”. Esa “categoría” generalmente no es castigada con condenas de plazos tan largos, pues su gran masa no la componen asesinos. Es más, tampoco en la época de Dostoievski la componían. En el mundo delictivo, no había tantos hampones que iban “por lo mojado”[2], que tenían el brazo “violento”. “Caseros”, “entraderos”, falsificadores, punguistas[3]: esas eran las categorías fundamentales de la sociedad de los “urki” o de los “urkagani”[4], como se denomina a sí mismo el mundo del hampa. La expresión “mundo del hampa” es un término, una expresión de significado definido. Principiante, urka, urkagán, ratero, son todos sinónimos. En su presidio, Dostoievski no los conoció, pero si los hubiese conocido nos veríamos privados, quizás, de las mejores páginas de ese libro: la afirmación de la fe en el hombre, la afirmación del buen principio puesto en la naturaleza humana. Pero Dostoievski no conoció hampones. Los héroes carcelarios de Memorias de la casa muerta son personas que cayeron casualmente en el crimen, como el propio Alexandr Petrovich Goriánchikov. ¿Acaso, por ejemplo, los robos entre ellos, en los que varias veces se detiene, remarcándolos especialmente, Dostoievski, acaso algo así es posible en el mundo de los hampones? Allí hay robos a los chulos, distribución del botín, juego de cartas y el subsiguiente vagabundeo de las cosas por diferentes presos propietarios dependiendo de las victorias al stos o a la bura[5]. En “La casa muerta”, Gazin vende alcohol, y lo hacen también otros “taberneros”. Pero los hampones le hubiesen sacado el alcohol a Gazin en un instante, éste no habría podido desarrollar su carrera.

Según la vieja “ley”, el hampón no debe trabajar en los lugares de confinamiento, por él debe trabajar el chulo. Los Miasnikov y los Varlamov hubiesen recibido en el mundo del hampa el despectivo apodo de “cargadores del Volga”. Todos esos “mosly” (soldados), “Baklushin”, “maridos de Akulka”, todos ellos no son el mundo de los delincuentes profesionales, no son el mundo del hampa. Es gente común, golpeada con la fuerza negativa de la ley, golpeada casualmente, que en las tinieblas ha traspasado algún límite, como Akim Akímovich, típico chulo. El mundo del hampa es un mundo con una ley particular, que impulsa una guerra eterna contra ese mundo cuyos representantes son Akim Akímovich y Petrov, de consuno con el mayor de ocho ojos. A los hampones, hasta el mayor les resultaba más cercano. La autoridad le había sido concedida por Dios, el trato con ellos era sencillo, como con los representantes del poder, y cualquier hampón podía hablar con él bastante acerca de la justicia, el honor y demás temas elevados. Y no es el primer siglo en que habla. El mayor cubierto de barrillos, ingenuo, es su enemigo abierto, pero los Akim Akímovich y los Petrov son sus víctimas.

En ninguna novela de Dostoievski hay una representación de los hampones. Dostoievski no los conocía, y si los hubiese visto les habría dado la espalda como artista.

En Tolstói no hay ningún retrato de esa clase de gente que cause impresión, ni siquiera en Resurrección, donde los trazos externos e ilustrativos están dispuestos de modo tal que el artista no tenga que responder por ellos.

Chéjov se topó con ese mundo. En su excursión a Sajalín hubo algo que cambió el estilo del escritor. En algunas de sus últimas cartas, Chéjov señala directamente que después de ese viaje todo lo que había escrito le parecían naderías, indignas de un escritor ruso. Como en las Memorias de la casa muerta, en la isla Sajalín la abyección entontecedora y corruptora de los lugares de encierro echa a perder y no puede dejar de echar a perder lo puro y bueno que hay en el hombre. El mundo de los hampones aterra al escritor. Chéjov intuye en él el principal acumulador de esa abyección, cierto reactor atómico que regenera combustible para sí mismo. Pero Chéjov sólo podía chapotear con las manos, sonreír tristemente, señalar ese mundo con un gesto tierno pero tenaz. Él también lo conocía por Hugo. Chéjov estuvo poco en Sajalín, y en sus obras artísticas, hasta su muerte, no tuvo el valor para tomar ese material.

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