Desborda zigzagueante por entre los adoquines de la acera.

Desborda zigzagueante por entre los adoquines de la acera.   Troza el cemento poco a poco y lo delinean las ventanas, que se atreven a iluminar desde más al fondo de la calle.

A lo lejos una sirena surca con su trepidar la noche estática.

No hay mas sonidos.

Solo el eco taciturno de una vereda que respira historia, y algunos insectos que también trinan desde los arbustos pequeños que flanquean la calle, nada digno de mencionar. Todas las aves ya duermen.

La sirena sigue alejándose, el quejido de una llanta delata a la patrulla que ha tomado una curva en seco, quizá a unos cien metros hacia el Eje Poniente.

En alguna parte de la ciudad, no muy lejos de mi, quizá; el hedor a hule quemado consume el oxigeno vacío que apenas sobrevive.

Ecos en la lejanía, de sucesos ocurridos milésimas de segundo atrás; apenas llegan a mi oído.

El sonido hueco de mis suelas al caminar, descomponen el silencio.

Pasos secos, que se extinguen al dar los siguientes. Un caminar ahogado.

Quizá traiga un ramo de flores en la mano; quizá un cuchillo.

  Quizá es una hora decente; o quizá es ese momento de la noche en que toda alma se siente segura; ingenua.

Tal vez vaya a ocurrir algo hermoso; el sonido de un timbre, una sonrisa, unos besos… quizá no.

Eso no le importa a la noche, ni a la fractura de cemento que desborda zigzagueante por entre la acera. Emanando historia.

A la ciudad no le queda mas que ser testigo de unos pasos ahogados  que se dirigen en medio de la noche a la puerta de un hogar.

Con un ramo de flores en la mano; o quizá no.

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