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Metafísica Leibniz


Enviado por   •  24 de Enero de 2016  •  Apuntes  •  6.683 Palabras (27 Páginas)  •  371 Visitas

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3. La metafísica de Leibniz (Discurso de metafísica)

3.1. La perfección divina y la acción ordenada de Dios

1. Dios es el ente absolutamente perfecto, que posee todas las perfecciones susceptibles del máximo grado en el mayor grado. Pero sólo son perfecciones  las formas o naturalezas susceptibles del último grado, no las que no lo son, como la naturaleza de la figura o del número. Entre las perfecciones están la ciencia y el poder, que, en tanto que pertenecen a Dios, son infinitas. De ahí que, si Dios posee la sabiduría suprema e infinita, obra del modo más perfecto, tanto metafísica como moralmente hablando. Así, cuanto más informado se esté de las obras de Dios, más excelentes se las encontrará.

2. Todas las obras de Dios se rigen por unas leyes eternas de bondad y perfección que reflejan la naturaleza divina de su creador. Así, dichas obras de Dios son buenas porque obedecen a esas reglas de bondad, que surgen del entendimiento divino, no de su mera voluntad. Las cosas no son buenas sólo porque Dios lo ha querido así, como podía haberlo querido de otra forma (nominalistas, Descartes), pues convertiría a Dios en un déspota y a su voluntad en arbitraria, sino por una razón superior de bondad y perfección que deriva del entendimiento divino. Dios obra siempre por razones, que derivan de su esencia infinitamente bondadosa.

3. Dios obra siempre del mejor modo posible. Decir que pudiera haber obrado mejor va contra la gloria divina (omnipotencia), pues atribuye a Dios imperfección en el obrar, y contra su bondad, pues le atribuye la voluntad de no hacer lo mejor. Decir eso sólo puede deberse al poco conocimiento de la armonía general del universo y de las razones ocultas de la conducta de Dios. Además, esa postura no salva la libertad de Dios, contra la creencia de los que la sostienen, pues tener una razón para obrar no va contra la libertad. La suma libertad es obrar con perfección según la suprema razón, siendo esa razón el principio de lo mejor. Si Dios no obrara según una suprema razón, sino arbitrariamente, no merecería ser glorificado. Y Dios no hace nada por lo que no merezca ser glorificado.

4. El conocimiento de que Dios obra siempre del modo más perfecto y deseable posible es el fundamento del amor que le debemos, pues el amor busca su satisfacción en la felicidad o perfección del objeto amado y de sus acciones. Si se ama a Dios, se quiere lo que Dios quiere, es decir, se acepta activamente su voluntad (llamada voluntad presuntiva, pues ha de ser adivinada), haciendo concordar nuestra voluntad con la Suya y contribuyendo así, en lo que a nosotros toca, al bien general. Dios quiere una voluntad recta, aunque ésta no logre ocasionalmente sus objetivos.

5. El hombre, debido a su espíritu finito, no puede conocer en detalle las razones que han movido a Dios a crear este orden del universo, pero puede observar la sabiduría y perfección de la providencia divina. Esta se muestra en que consigue la máxima variedad, riqueza y abundancia de efectos con la máxima economía de medios. El efecto más perfecto es la felicidad de los entes más perfectos, que son los espíritus, cuyas perfecciones son las virtudes, de modo que aquélla es el fin principal de Dios, la cual realiza en cuanto lo permite la armonía general.

6. Dios no hace nada fuera de orden. Todos los actos y decretos de su voluntad se ajustan a un orden general más amplio que el que nosotros conocemos. Nada existe en el universo que no esté sujeto a ese orden universal. De cualquier manera que Dios hubiese creado el mundo, siempre hubiera sido regular y conforme a cierto orden general. Todo lo que consideramos irregular se debe a que desconocemos, por su complejidad, el orden o regla a la que se ajusta. El orden general conforme al cual Dios ha creado el universo es el más perfecto posible, i. e., el más sencillo en hipótesis y el más rico en fenómenos.

7. Como todo está sujeto a un orden universal, los milagros están también dentro de ese orden, aunque sean contrarios a las leyes de la naturaleza, que no son más que máximas subalternas del orden general, que Dios impone por costumbre, pero de las que puede dispensar por una razón superior. Dios lo hace todo conforme a su voluntad general, que está de acuerdo con el orden universal que ha escogido, el cual carece de excepción. Pero tiene también voluntades particulares, que son excepciones a las máximas subalternas del orden general. Dios quiere todo lo que es objeto de su voluntad particular. Lo que es objeto de su voluntad general, como las acciones de las criaturas racionales, las quiere si la acción es buena en sí misma, pero no las quiere, aunque las permite, si la acción es mala en sí misma pero resulta accidentalmente en un bien mayor. Por tanto, Dios concurre en toda acción, que no puede realizarse sin su voluntad, sea esta general (como cuando la acción es mala, que es permitida porque es la condición de un bien mayor, la libertad, según el plan general de Dios basado en el principio de lo mejor), o particular (cuando la acción es buena, ya que Dios quiere las buenas acciones).

3.2. La noción de sustancia individual

8. La consideración de la noción de sustancia es introducida para distinguir las acciones de Dios de las de las criaturas, ya que las acciones y pasiones pertenecen o se atribuyen propiamente a las sustancias individuales. Las sustancias individuales no se definen sólo por el hecho de ser sujetos que no se atribuyen a ningún otro, pues tal noción de sustancia sólo la define nominalmente, no en su esencia, sino que se definen en tanto que sujetos de atributos. Puesto que toda predicación verdadera tiene su fundamento en la naturaleza de las cosas y aquélla se hace siempre de un sujeto, el sujeto debe comprender, al menos virtualmente, todos los predicados susceptibles de serle atribuidos, de manera que la noción del sujeto implique también la de todo predicado que le pertenezca. Así, la naturaleza de una sustancia individual es tener una noción tan completa que sea suficiente para comprender y hacer deducir de ella todos los predicados del sujeto a quien se le atribuye esa noción. En cambio, el accidente es un ente cuya noción no encierra lo que se puede predicar del sujeto a quien se atribuye esa noción. Así, por ejemplo, la noción de rey atribuida a Alejandro Magno no encierra las demás cualidades de éste, ni todo lo que la noción de este rey comprende. En cambio, la noción individual de Alejandro incluye en ella el fundamento y la razón de todos los predicados que se pueden decir de él verdaderamente, como que venció a Darío, los cuales, por tanto, se pueden conocer a priori, aunque el conocimiento completo de todas esas notas que pertenecen al sujeto sólo compete a Dios. Así, se puede decir que en el alma de Alejandro hay restos de todo lo que le ha acontecido y señales de todo lo que le acontecerá, e incluso huellas de todo lo que pasa en el universo, aunque sólo pertenece a Dios conocerlas todas.

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