Resumen Heraclito y Parmenides
Enviado por Sirenita27 • 14 de Agosto de 2021 • Resumen • 2.602 Palabras (11 Páginas) • 230 Visitas
El cambio y lo permanente
Contenido
1. Filósofos presocráticos: Heráclito y Parménides 3
1.1 Heráclito de Éfeso……………………………………………………………………………………………………3
1.2 Parménides de Elea…………………………………………………………………………………………………6
3. Bibliografía utilizada 8
El cambio y lo permanente
1. Filósofos presocráticos: Heráclito y Parménides
Como se vio en la Unidad 1, uno de los factores que movió a los griegos a filosofar fue el asombro. Ahora podemos agregar que se trató, en gran medida, de asombro frente al cambio que veían manifestado de diversas maneras: en las estaciones del año, en el día y la noche, en el crecimiento de los árboles y las plantas, en el nacimiento y muerte de los seres vivos e, incluso, en la aparición y desaparición de objetos naturales y artificiales, entre otros tantos ejemplos que pueden pensarse. Frente a ello, surgían las siguientes preguntas: ¿qué es el cambio?, ¿es que, realmente, todo es cambio, o existe algo permanente que subyace?, ¿el cambio existe o es una mera ilusión?
Dos filósofos que intentaron dar respuesta a estas preguntas fueron Heráclito y Parménides. En ellos nos detendremos a continuación.
- Heráclito de Éfeso
[pic 1]
Probable busto de Heráclito
Heráclito vivió aproximadamente entre los años 544 a.C y 484 a.C.. Era natural de Éfeso, ciudad de Jonia, costa occidental de Asia Menor. Como sucede con los demás filósofos de esta época, no nos quedan más que fragmentos de su obra y esto constituye una de las dificultades que existen para su comprensión. Otra dificultad que existe para acceder a su pensamiento está dada por su propio modo de escribir y expresarse, algo que condujo a que ya los antiguos le atribuyeran fama de enigmático y lo apodaran “el Oscuro”.
Heráclito expresó de varias maneras la idea de que la realidad es devenir e incesante transformación. Todas las cosas, consideraba, se encuentran en permanente flujo y cambio y, por lo mismo, no es posible encontrar nada que permanezca estable e inmutable. En ese sentido, uno de los fragmentos que nos llegan de este filósofo afirma: “Para los que entran en los mismos ríos, aguas fluyen otras y otras” (12), un fragmento que de modo frecuente se ha parafraseado como “no te bañarás dos veces en el mismo río”. La imagen del río nos permite comprender que, aunque uno tenga la ilusión de estar frente a algo que tiene una cierta consistencia fija, en realidad se encuentra frente a un perpetuo flujo y cambio.
En su fragmento 30, Heráclito afirma que “este orden del mundo, el mismo para todos, no lo hizo dios ni hombre alguno, sino que fue siempre, es y será fuego siempre vivo, prendido según medidas y apagado según medidas”. La palabra griega que se traduce por “mundo” es cosmos, un término que, además, hace referencia al orden y armonía de lo real. Esto deja de manifiesto que, a pesar de concebir al mundo como algo en perpetuo devenir, Heráclito lo concebía como una totalidad ordenada y armónica. En otras palabras, tan importante como el perpetuo devenir en el mundo es, para Heráclito, la armonía que subyace a todo. Este orden o esta armonía no provenía de los hombres ni de los dioses, sino que había existido siempre. Para explicar esto, el filósofo utiliza su famosa imagen del fuego. Así como sucede con este último, la realidad también se encuentra en un incesante cambio. Sin embargo, éste no se produce al azar. Por el contrario, se trata de un cambio según medidas, y es ello mismo lo que le aporta armonía y orden.
En varios de sus fragmentos, para hacer referencia a esta medida y a este orden, Heráclito se refiere a lo real como oscilación y armonía de opuestos. Por ejemplo, en su fragmento 88 se puede leer: “Como una misma cosa se dan en nosotros vivo y muerto, despierto y dormido, joven y viejo. Pues lo uno, convertido, es lo otro, y lo otro, convertido, es lo uno a su vez”. O bien, en su fragmento 67 –y en este mismo sentido- puede leerse: “El dios: día-noche, invierno-verano, guerra-paz, saciedad-hambre, toma diferentes formas, al igual que el fuego que, cuando se mezcla con especias es llamado según el nombre del aroma de cada una”. Así, resulta claro que, para Heráclito, todas las cosas, en su incesante cambio, reúnen en sí determinaciones opuestas y en tensión. Y, sin embargo, se trata de una “armonía de tensiones opuestas, como la del arco y la lira”, nos dice en su fragmento 51.
Por esta razón, otro de los términos que Heráclito utiliza frecuentemente es el de guerra (en griego, pólemos). Y es que, por lo explicado anteriormente, “hay que saber que la guerra es común, y que la justicia es lucha, y que todo sucede por lucha y necesidad”, afirma en su fragmento 80. Una vez más, podemos entender que esta tensión y esta guerra constituyen el principio universal que domina todo y le aporta armonía. Sin embargo, para que exista, deben existir los opuestos, lo discordante. Así, los opuestos no pueden existir separadamente y como algo estático, sino que son, en realidad, momentos alternos y complementarios de una unidad superior que los engloba y los rige.
Ahora bien, así como a Heráclito le preocupa el cambio, también le preocupa la medida de ese cambio, la norma o regla a la cual responde. Para hacer referencia a la misma, el filósofo utiliza la palabra lógos. Este logos nos dice cuál es la relación entre las cosas, rige su comportamiento y, para ello, sigue un orden inteligible e inmanente al mundo. Este logos expresa, así, la unidad de los contrarios, reúne todas las cosas, las armoniza y constituye el mundo único a partir de la multiplicidad. Así, el lógos -entendido como aquel dador de unidad y armonía-, es el fundamento de todo lo que hay.
En ese sentido, la llamada de Heráclito es a que los individuos busquen conocer y comprender este lógos. Esto es, que se desprendan del conocimiento puramente sensible y, en cambio busquen conocer aquella razón que subyace y gobierna todo lo real. “Una sola cosa es lo sabio: conocer el designio que gobierna todo a través de todo”, afirma en su fragmento 41. Por ello, cada individuo debe buscar comprender aquella armonía que subyace al cambio permanente (“Armonía invisible mejor que la visible”, expresa en su fragmento 54). Esto, sin duda, implica un esfuerzo por parte del individuo. Exige que el hombre comprenda que, si bien los sentidos le permiten un tipo de acceso al mundo, no alcanza con ellos para conocer la auténtica realidad.
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