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Sucedió ayer mismo


Enviado por   •  10 de Diciembre de 2021  •  Ensayo  •  1.704 Palabras (7 Páginas)  •  266 Visitas

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División Académica de Ciencias Sociales y Humanidades

Programa Educativo:

Licenciatura en Derecho

[pic 1][pic 2][pic 3]Nombre de la profesora:
Prof. Mario Aguilar Alvarado


Nombre del Alumno:
Manuel Alexis Soto Huard

Nombre de la asignatura:
Filosofía y Ética Profesional

Actividad:
SEGUNDO EXAMEN PARCIAL

Resumen


CAPÍTULO 10

Sucedió ayer mismo.

Con el paso de los siglos se ha ido extendiendo al mundo entero y hoy encontramos filósofos en cualquier continente. El primero al que llegó desde su tierra de origen fue América, llevada por los pioneros hispanos y anglosajones. Y sin duda el país en el que ha tenido representantes modernos y contemporáneos de mayor importancia ha sido Estados Unidos.

Pero el hombre debe encauzar su acción según el modelo ético que puede leer en la organización de la naturaleza que habita: lo mejor de su destino es vivir en armonía con esa Super alma que todo lo mueve, cuyos dictados puede conocer tanto por la reflexión filosófica como por la poesía.

Para Dewey, el hombre y el mundo conforman una unidad de acción y es imposible que el hombre se relacione con el mundo —sea por medio del arte, la ciencia o la filosofía— de una manera desinteresada y sin verse envuelto en sus vicisitudes históricas o naturales: conocer es aprender a hacer y lo que motiva nuestros afanes en todos esos campos es el deseo de alcanzar una vida más rica en experiencias y posibilidades efectivas. Fue un gran escritor que cultivó no sólo el ensayo filosófico, sino también de modo muy personal la novela, la poesía, el libro de viajes y sobre todo los artículos periodísticos, en cuya brevedad se encuentra a veces lo mejor de su pensamiento.

Para Unamuno, lo importante es la vida, la vida humana concreta e individual —no la del hombre abstracto ni mucho menos la de la Humanidad, sino la del «hombre de carne y hueso» que había reivindicado el existencialismo de Kierkegaard, al que llamaba su «hermano»—, y a esa vida debe subordinarse el conocimiento e incluso la verdad. En su ensayo filosófico más importante, Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos, proclama su negación de la muerte —contra toda razón y toda lógica— y reivindica la inmortalidad personal: pero no la pálida y desvanecida del alma desencarnada, sino la inmortalidad de cuerpo y espíritu que increíblemente promete la religión cristiana.

Aunque su pensamiento debe mucho al idealismo hegeliano, del que toma la noción de la historia como auténtica encarnación de la razón absoluta en el mundo, reprocha a Hegel su concepción de la naturaleza como algo diverso del espíritu y su dialéctica, que avanza enfrentando opuestos en lugar de reconocer el nexo que existe entre los distintos.

Para él, todo procede de una fuerza originaria, el impulso (élan) vital, que despliega a lo largo de la duración continua del tiempo su energía creadora pero no de forma progresiva y gradual, sino en tres ámbitos diferenciados: el de los vegetales, el de los animales y el de los humanos (el mundo mineral es una especie de residuo petrificado que el despliegue de la vida va dejando atrás, como su baba el caracol).

Lo mismo que los tres caminos divergentes proceden de un núcleo creador común, también tienen aspectos similares: por ejemplo, tanto el instinto de los animales como la inteligencia de los humanos son la capacidad de crear instrumentos para facilitar la vida, aunque las herramientas del instinto animal son orgánicas y en cambio las de la inteligencia son inorgánicas o técnicas. Una de las corrientes filosóficas más notables del siglo XX ha sido el existencialismo, que hereda de Kierkegaard su preocupación por el hombre concreto y sobre todo la noción de posibilidad como vértigo angustioso que nos enfrenta a la permanente amenaza de la nada y el no ser.

La obra capital de Heidegger es sin duda El ser y el tiempo, una especie de antropología filosófica del hombre moderno que dejó inacabada (a pesar de ser uno de sus primeros libros). Para descubrir su existencia auténtica, el hombre debe volver a lo auténticamente suyo, la libertad de las posibilidades y la correspondiente angustia que las caracteriza por partida doble: la angustia de ser uno mismo y nada más que uno mismo, de la que ninguna ayuda social puede aliviarnos (la angustia de la vida), y la angustia de estar siempre ante el no ser y de marchar inexorablemente hacia él (la angustia de la muerte o la existencia como «ser-para-la-muerte»).

En las cosas, la esencia (su definición) precede a la existencia, pero en el caso humano es la existencia la que precede a la esencia: es decir, el hombre no es nada más que pura libertad, que ha de elegir constantemente lo que quiere ser y responsabilizarse por ello ante su conciencia. En sus primeras obras, Sartre promete constantemente una moral que nunca llegó efectivamente a escribir, una moral desde luego ajena al espíritu de seriedad, es decir, a la aceptación de valores o leyes previos a la libertad que los elige y estables a pesar o contra ella. En su obra más tardía, la Crítica de la razón dialéctica, Sartre se inclina por una visión más positiva de la acción humana y declara que el marxismo es la filosofía insuperable de la época, al menos hasta que se transforme la actual condición histórica de explotación de los más por los menos y todos los hombres sean capaces de disfrutar de las posibilidades de una filosofía de la libertad de la que aún nada podemos saber.

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