Antropologia Filosofica Religiosa
Enviado por Deborahto • 14 de Octubre de 2014 • 5.089 Palabras (21 Páginas) • 313 Visitas
Para poder entender la visión del Amor por el Hombre de Karol Józef Wojtyła desde el punto de vista filosófico es necesario revisar la filosofía nacionalista española en la reivindicación de los filósofos místicos. Así como la reivindicación de San Juan de la Cruz más lejos de su papel como teólogo místico o como poeta religioso y analizar su contexto histórico, a su papel como Antropólogo Filosófico que a través de su obra retoma los elementos de la filosofía griega, los precenptos de los filósofos patrística, que hoy por hoy ha generado numerosísimos estudios filosóficos que nos abren nuevos y muy fecundos horizontes en el acercamiento al mensaje sanjuanista que fue la base del profundo amor a Dios y al Hombre a través de la oración de Karol Jósef Woltyla.
En la obra de San Juan de la Cruz encuentra Karol Woltija los elementos necesarios para construir a través de su amor por los hombres el amor a Dios y su inclinación Mariana, Woltija es un papa mariano, identificando en María la más pura representación del amor humano.
La obra de San Juan de la Cruz guía la mano del papa en los albores del tercer en la redacción de la carta programática a toda la cristiandad, la Novo Millennio Ineunte. En ella nos presenta la relación personal con Dios hasta alcanzar la santidad como el gran reto de nuestra época. El medio principal es la contemplación amorosa del rostro de Cristo para identificarnos con Él. De la profundización en el «arte de la oración» deben brotar todas las actividades de los cristianos.
El documento está escrito con un lenguaje contemplativo y la doctrina de S. Juan de la Cruz se refleja en cada una de sus páginas. Las palabras «oración» y «contemplación» son las que más se repiten y el apartado dedicado íntegramente a la oración es el más largo de todos. «Es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración... pero sabemos bien que rezar tampoco es algo que pueda darse por supuesto. Es preciso aprender a orar... Hace falta que la educación en la oración se convierta en un punto determinante de toda programación pastoral». El Papa nos propone dos maestros seguros y «espléndidos» en este camino: Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. La presencia de nuestro Santo dominando un documento de tanta trascendencia para la vida de la Iglesia nos habla claramente de la universalidad del interés por su doctrina «sólida y sustancial» en nuestro tiempo.
Desde el punto de vista filosófico el mundo de San Juan de la Cruz estaba en una fase de transición ya que si bien vivió a fines de la edad media, su pensamiento estuvo influido siempre por las corrientes filosóficas previas a su época, podemos decir que su formación filosófica era sólida a partir de las siguientes corrientes.
La escolástica envolvía en su impersonalidad las iniciativas, más el misticismo, como no se apoya en una revelación oficial para todos los hombres, sino en una revelación individual, irradiada del Ser divino a cada estado personal de éxtasis, abre cauce a las iniciativas particulares o de esos individuos mayores llamados pueblos. Así, pues, no cabe un credo místico homogéneo ni sistemático, porque el extático llega a la plena posesión de su objeto por intuición sentimental, sin auxilio de la dialéctica. Scientia procedens ex immediatis intentionibus. De aquí dos direcciones principales: el quietismo, que no necesita de las obras, y el misticismo activo.
Conviene ante todo distinguir el misticismo del ascetismo, confusión muy común para quienes inician el estudio de los fundamentos de la filosofía en la obra poética de San Juan de la Cruz. Si analizamos la génesis del misticismo, la hallaremos en un estado subjetivo congruente con pérdida de la inocencia intelectual. Cuando no puede sostenerse el dogma, porque frente a él hay otro, brota el escepticismo; pero, como afirmar que no se puede afirmar es ya una afirmación, no pudiendo permanecer en la negación absoluta, se infiere que, no mereciendo completa confianza nuestros medios de conocer, el misticismo es la desesperación de la razón humana y unirse sin intermediarios al objeto del conocimiento, identificándose ambos términos (duo quae ibi unum sunt). Así el espíritu conoce a Dios por contacto esencial y por intuición.
Por eso en aquellas épocas cual el siglo de la Reforma, en que la duda, la inquietud, se apoderan de las almas, el misticismo llena un vacío del corazón, así como, por apoyarse en una revelación individual e inmediata, se torna sospechoso a los siempre desconfiados ojos de la ortodoxia. No sin razón; porque en la afirmación de la personalidad y su directa comunión con el Sol de toda verdad, late una tendencia racionalista, que la sincera religiosidad de nuestros místicos velaba considerando la intuición, no opuesta, sino superior a la razón, el grado más alto de la ciencia humana. El ascetismo nace de la voluntad, el misticismo requiere un estado especial, la gracia. El ascético busca una finalidad práctica: la salvación; utiliza la virtud a guisa de instrumento para salvarse, sin concederle valor substantivo. Es en esencia un egoísta, sólo atento a su bien particular, que procuraría, por cualquier medio, si estuviese seguro de su eficacia.
No practica el bien por amor, sino por conveniencia; no puede llorar de contrición, sino temblar de atrición. El místico ama, contempla y no reflexiona; no piensa en su salvación por interés, sino en la fusión con el amado; no se preocupa de la conducta y se entrega por entero hasta el sacrificio de la personalidad. Aunque no hubiera cielo yo te amara. Muchos de nuestros escritores religiosos comienzan ascéticos y, cuando su espíritu se engrandece, se convierten en místicos. La orden religiosa de más pronunciado misticismo es en España la carmelita; la menos mística y más ascética, la férrea Compañía de Jesús.
Sin disputa el hombre ha nacido para la acción, no para el éxtasis. La contemplación misma debe considerarse como un acto enderezado al fin humano. La propensión a la vida meramente contemplativa supone una disminución de la personalidad. El estado místico se presenta a título de anormalidad psíquica y fisiológica; va saturado de sentimentalismo y exige un recogimiento interior que se siente en el alma cual si tuviera otros sentidos que sustituyen a los externos.
La esencia de la Mística en Filosofía reside en el conocimiento por ministerio de la intuición y en Teología por la unión íntima con Dios, a la cual se asciende por tres vías: purgativa o ascética (depuración previa), iluminativa y sintética. El misticismo gira como el Sol de Oriente a Occidente, sirviéndose como mediadora de la raza hebrea.
Es necesario
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