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Aristoteles Y Su Etica


Enviado por   •  4 de Julio de 2013  •  25.227 Palabras (101 Páginas)  •  335 Visitas

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La Ética de Aristóteles

Aristóteles

Los diez libros

De las Éticas o Morales de Aristóteles, escritas a su hijo Nicomaco,

traducidos fiel y originalmente del mismo texto griego en lengua vulgar

castellana, por Pedro Simón Abril, profesor de letras humanas y filosofía,

y dirigidos a la S. C. R. M. del rey don Felipe, nuestro señor; los

cuales, así para saberse cada uno regir a sí mismo, como para entender

todo género de policía, son muy importantes.

A la S. C. R. M. del Rey Don Felipe, nuestro señor, Pedro Simón Abril,

profesor de Letras humanas y Filosofía, S. Y P. F.

Cuando me paro a considerar las cosas que del gobierno y policía

humana los historiadores antiguos, griegos y latinos, han dejado escritas,

S. C. R. M., las graves consultas sobre casos muy importantes, las

discretas y dulces oraciones y prudentes pareceres, que se cuentan del

Ateniense, del Bizancio, del Lacedemonio, del Corcireo, del Romano, de

otros muy muchos pueblos, cuyos hechos los historiadores dejaron en

perpetua memoria por sus célebres historias, y, por el contrario, veo

cuántos siglos ha que en los gobiernos de los pueblos y ciudades hay tanto

silencio en esta parte, y ni se dicen ni se escriben cosas prudente y

discretamente dichas en los senados y ayuntamientos dellos, no poco, en

realidad de verdad, me maravillo; y como el maravillarse de las cosas,

como Aristóteles en su Metafísica escribe, es la causa de inquirir la

causa dellas, póngome también a considerar de dónde procede esto, y en qué

viene. Porque no son más indóciles ni rudos los entendimientos de los

hombres destos tiempos que los de aquéllos; antes bien (como se puede ser

por los ingenios de la guerra, y de otras muchas cosas que vemos en estos

tiempos tan sutiles, que casi con razón nos reímos de la rudeza de

aquéllos cuanto a esto), parecen ser más aptos que no aquéllos. Pues no

menor ocasión para ello hay agora, y ha habido siempre, que la hubo

entonces, pues así en la guerra como en la paz se han ofrecido en el

mundo, y ofrecen, cosas en que la elocuencia y prudencia pueden desplegar

anchamente sus banderas. Sola una causa hallo, y ésta tengo para mí que es

la total causa desto, que es la diversidad de los lenguajes. Porque

aquellas naciones, en su propia y vulgar lengua, en la cual nacían, y en

que se criaban dende los pechos de sus madres, en la que trataban

comúnmente en casa, de fuera, con el siervo, con el amigo, con el padre,

tenían escritas las doctrinas de los sabios, las oraciones de los

elocuentes, los graves pareceres de los prudentes senadores; de manera que

ninguna dificultad les podía causar para entenderlos el tener poco uso y

experiencia de la lengua, cuya ignorancia del todo impide el llegar al

cabo de entender el ser y naturaleza de las cosas, las cuales tratan los

hombres mediante los vocablos, como las contrataciones mediante los

dineros. Y así, con mediana diligencia que ponían, venían a ser doctos: ni

les era forzado para sólo entender el lenguaje, como agora lo hacemos,

gastar los mejores años de la vida. Pero agora, después que el vulgar uso

de hablar es tan diferente, los hombres no tienen comúnmente noticia

destas cosas, y todo aquello en que varones muy sabios, para común

provecho de todos, echaron el resto de sus habilidades, ha venido a

reducirse en provecho de muy pocos, y aun de algunos que el saberlo ellos

importa no mucho para la común utilidad de la república. Porque, considere

V. M. cuán pocos son en número los que aprenden las Letras griegas y aun

latinas, en comparación de tantos millares de hombres como hay en tanto

número de pueblos y ciudades que al señorío y gobierno de V.M. están

subjetas, que ni entienden la una lengua ni la otra. Pues de los que las

estudian, ¡cuántos son los que, espantados del trabajo que se ofrece pasar

hasta llegar a entender del todo el propio modo del hablar de los griegos

o latinos, se paran en mitad de la corrida! ¡Cuántos que, teniendo por fin

último la exterior utilidad, toman de la lengua latina sólo aquello que

para las sciencias que ennoblecen más las bolsas que los ánimos, les

basta; y destas cosas de la filosofía, como cosas al parecer dellos poco

provechosas, del todo se descuidan! ¡Cuántos que, por ser hombres ajenos

de negocios y aficionados a la contemplación, ya que estudian estas cosas,

las estudian más por su curiosidad que no para ponerlas en uso, lo cual

hacer es del todo pervertir la moral filosofía! De manera que si queremos

bien echar la cuenta, habiéndose escrito y trabajado estas cosas para bien

y utilidad generalmente de todos, por la diversidad de las lenguas ha

sucedido que sirvan para pocos, y déstos para los que menos importaba que

sirviesen. Pues ¿qué será si consideramos la dificultad que para el

entenderlo bien, aun a los que lo tratan, les pone el no ser estas lenguas

usadas vulgarmente? ¿Cuántos lugares están puestos en disputa, por no

saberse bien del todo qué es lo que aquel pueblo por aquellas palabras

entendía comúnmente? Porque de la misma manera que acontece a muchos, que

topando una moneda extranjera, y que no corre por aquella tierra,

comúnmente unos dicen ser moneda de tal o de tal rey, otros de tal o de

tal príncipe, otros dicen que no, sino de tal o de tal pueblo, así también

acerca del interpretar de los vocablos hay muy grande contienda y diversas

opiniones, en las cuales examinar se gasta gran parte de la vida. Por

estas y por otras muchas dificultades parece que convernía al bien común

de toda la república y reinos de V. M. que, ya que las sciencias que se

aprenden por sola curiosidad y contemplación del entendimiento, como son

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