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Biografía del filósofo Abelardo Villegas


Enviado por   •  5 de Agosto de 2013  •  Biografía  •  874 Palabras (4 Páginas)  •  521 Visitas

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Abelardo Villegas nace el 13 de julio de 1934 en una modesta casa del centro de la ciudad México. Y muere el 7 de julio del 2001 en un hospital de Helsinki en un largo día del verano finlandés. Si yo tuviera que definir desde el punto de vista intelectual a Villegas, usaría una frase: una irreductible vocación para la búsqueda del conocimiento y para la enseñanza. Un afán de saber que superaba a todas las solicitaciones de las diarias necesidades de la vida cotidiana, y un impulso a compartir sus conocimientos con los alumnos, aun a costa de su salud o de su propia seguridad.

Su amor por la filosofía quedó signado en el momento mismo en el que tuvo que decidir qué era lo más importante para él, la música o la filosofía, y se inclinó por ésta última. Cuando Abelardo terminó los estudios de bachillerato, decidió dedicarse a la música. Su padre, que era músico –y al que no le hacía ninguna gracia que entrara a ese mundo del arte y de la música, satanizado por la bohemia–, le sugirió que siguiera el ejemplo de Sergiu Celividache, que al mismo tiempo que director de orquesta era doctor en filosofía. Abelardo cursó ese primer semestre en ambas escuelas. Las dos disciplinas le exigían una entrega total. Y cuando llegó la época de los exámenes, se dio cuenta que era imposible servir a dos amos tan exigentes. Cerró el piano y nunca más volvió a tocarlo. A cambio de ello, se dedicó a la filosofía con toda la tenacidad de su carácter, la alegría de su temperamento y la probidad que su compromiso ético con la tarea intelectual le exigía.

Un humanista es, según la vieja definición, “aquél a quien nada de lo humano le es ajeno”, y yo creo, y espero que no me ciegue el afecto, que Abelardo cumplía punto por punto con la definición. Como intelectual Villegas se alejaba del tipo de sabio de cubículo, que no le importa nada más que una vía de las múltiples que el conocimiento humano ofrece. Y no sólo eso, sino que, con un afán que podríamos llamar semiótico, siempre intentaba rastrear el sentido profundo de los acontecimientos, los hombres y las cosas; aun aquello de lo que por convicción estaba alejado, como era el mundo de los fenómenos religioso y de lo sagrado, ocupaba su atención, y en los dos últimos años de su vida, al estar escribiendo la segunda parte de su Antropología filosófica estaba trabajando por comprender y reflexionar sobre dichos asuntos.

Su ingreso a la Facultad de Filosofía, según por él mismo confesado, dio un cambio de 180 grados a su vida. Años de formación y de una voraz apetencia por el saber fueron aquellos. Él siempre decía que en la prepa había sido un estudiante menos que mediocre, pero al llegar a la facultad, había descubierto no sólo a grandes maestros que generosos compartían con él sus conocimientos, sino también otro hogar, una casa abierta al pensamiento en donde encontró a sus mejores amigos,

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