CULTURA POPULAR Y CULTURA POLÍTICA: SU RELACIÓN CON LA UNIVERSIDAD EN EL PENSAMIENTO DE ANTENOR ORREGO
Enviado por fioree • 26 de Enero de 2015 • 2.795 Palabras (12 Páginas) • 304 Visitas
Por ELMER ROBLES ORTIZ
1. CULTURA Y EDUCACIÓN
Sin lugar a dudas, en su condición de humanista y educador insigne, la formación del hombre ocupa lugar predilecto en el pensamiento de Antenor Orrego. El hombre, afirma, vale por sus más fuertes impulsos, por sus más fuertes pasiones, no por las que se tornan negativas sino por las que ennoblecen. “El hombre sin pasiones es un ex-hombre, un ex-ser”. Por eso relaciona las pasiones con la educación en estos términos: “El problema de la educación no es suprimir las pasiones que son el impulso creador del hombre. El problema consiste en enseñar la superación de las pasiones hasta la máxima nobleza y en servirse de ellas como instrumento del espíritu” (1). Estuvo, por lo tanto, en contra del concepto común sobre la erradicación de las pasiones, lo cual conllevaría a la castración moral del hombre. Alude, desde luego, a las pasiones que conducen hacia los valores, no a las que traicionan el destino del hombre tornándose monstruosa negación.
Para él, la educación no implica modelar el alma del niño, por cuanto éste tiene demasiado porvenir como para que el pasado -representado por sus padres o profesores- pretenda formarlo a su arbitrio. Son suyas estas palabras breves pero profundas: “La educación no es inculcar y modelar; la educación es revelar, conducir y ennoblecer. El alma humana es demasiado sagrada para que nadie tenga la pretensión de modelarla a su capricho” (2). Y por ello pide mayor reverencia ante el educando, centro de atención del quehacer pedagógico
Con tales ideas, publicadas el año de 1929 en su obra El monólogo eterno, Orrego se adelanta a las corrientes psicopedagógicas que sustentaron, mucho tiempo después, Vygotsky, Piaget y Ausubel, entre otros, hoy en boga. Lo que él sostuvo hace más de 70 años, ahora impregna el quehacer educativo. Efectivamente, Orrego piensa que el profesor no debe formar al alumno a su antojo, a su estilo, a su gusto personal, que no debe imponer un contenido educativo, sino ayudarlo a revelar su personalidad, a descubrir sus potencialidades, orientarlo o conducirlo a construir su propio conocimiento, a ser protagonista del proceso cultural. Postula, pues, una educación para perfeccionar al hombre en el sentido de su humanización, de manifestar o expresar sus cualidades como creador de cultura y elevar al máximo las energías vitales de su ser. Pero al mismo tiempo, una educación para la transformación, de modo que habrá de preparar al cerebro del estudiante para reaccionar creativamente ante la cambiante problemática de su entorno y del mundo entero; consiguientemente, la educación será, como la vida misma, dinámica, siempre fluyente, un caminar constante, una revelación permanente y abierta a todas las posibilidades del espíritu.
Como la educación se inscribe en la esfera de la cultura y ambas se interrelacionan permanentemente, hacer labor de cultura, en el pensamiento de nuestro personaje, es hacer obra constructiva, educadora, imperecedera; es una acción que, en medio de hondas y lacerantes desgarraduras, decanta positivamente el espíritu, y con la cual el hombre deja su huella privativa en el curso de la historia. Precisamente, la cultura debe ser una cultura histórica, viva, encarnada en hombres concretos, no muerta, tampoco un simple escarceo de los académicos. Por ende, hay que saber vivir la cultura e incorporarla dentro de las fibras de nuestra vida. No debemos, tampoco, confundir cultura con ilustración académica; ésta implica memoria fría e inerte de la cultura pero no la cultura misma. Así, repetir un libro es muestra de ilustración; en cambio crear y vivificar el ambiente espiritual de una cátedra es una muestra de cultura. Y Orrego fue verdaderamente un hacedor de cultura.
2. UNIVERSIDAD Y PUEBLO
Para que la cultura “viva en nosotros como médula en nuestros huesos y no sólo en los libros”, son precisos, según Orrego “dos elementos primordiales: de un lado la universidad, de otro el pueblo; de un lado el trabajador manual, de otro el trabajador intelectual. Son dos elementos que no pueden caminar separados porque se complementan entre sí”. Pero si hay separación, la cultura es utilizada por grupos minoritarios como instrumento de dominación sobre el pueblo, que es “la sustancia permanente de la historia y de la libertad del hombre”. Justamente, en el Perú, la divergencia entre universidad y pueblo ha sido de mayor magnitud que en otros países. “La universidad ha tenido -escribe Orrego- una semi-cultura de gabinete y de pupitre pero no ha tenido ni tiene una verdadera cultura vital. La cultura hay que vivirla en principio y vivirla en acción. No se puede, pongamos por caso, explicar y defender en el aula las llamadas garantías individuales y atropellarlas y negarlas en la calle y en la vida cotidiana”.
Mucha gente, por lo común, no actúa en consecuencia con los principios que declara. La aguda observación de Orrego contenida en la cita anterior así como en la siguiente exhibe una dolorosa realidad. Son sus palabras: “No vale la pena que en los exámenes se declame de corrido el amor a la libertad, al derecho y a la justicia y en la vida se les befe, o por lo menos, se muestre uno diferente a sus imperativos categóricos” (3).
Las dos citas nos ponen frente a situaciones de pasmosa vigencia no obstante remontarse al año de 1928, aplicables en diversos campos de nuestra vida política y universitaria.
Hacer cátedra, hacer universidad y hacer país implica fundamentalmente vivir la cultura, no sólo practicar la regurgitación de conceptos, hechos, datos, formulaciones filosóficas, leyes o teorías científicas. Por eso Orrego considera que la gran empresa de los universitarios es vivir la cultura. Y rechaza el eruditismo vacío, carente de sustancia, que no sirve para la mejora individual ni colectiva. Postula, por el contrario, el conocimiento de nuestra problemática. Necesitamos, escribe, “crear nuestro propio pensamiento, nuestra propia política, nuestra propia economía, nuestra propia estética, nuestra propia historia” (4). Y en lugar de textos europeos que, mal comprendidos y mal aplicados, desorientan y fatigan con palabras vacías nuestros cerebros, necesitamos maestros que nos enseñen a conocer y amar nuestra América, que vivan junto a la juventud y el pueblo la infinita y heroica tarea de crear cultura, de forjar un continente integrado por el intelecto, maestros brotados de las entrañas palpitantes de nuestra recóndita realidad.
Según Orrego, en la tarea de hacer cultura, deben juntarse maestros y discípulos, en un solidario y fervoroso anhelo común, en el que todos brinden sus aportes. Sostiene que para crear una cultura viva y crear una verdadera nacionalidad es menester superar el libro y la letra muerta; escudriñar
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