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Cartas Martin Fierro


Enviado por   •  26 de Julio de 2012  •  645 Palabras (3 Páginas)  •  613 Visitas

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PALABRAS PRELIMINARES

Carta del autor a don José Zoilo Miguens

Querido amigo:

Al fin me he decidido a que mi pobre Martín Fierro, que me ha ayudado algunos momentos a alejar

al fastidio de la vida del hotel, salga a conocer el mundo, y allá va acogido al amparo de su nombre.

No le niegue su protección, Usted que conoce bien todos los abusos y todas las desgracias de que

es víctima esa clase desheredada de nuestro país. Es un pobre gaucho, con todas las imperfecciones de

forma que el arte tiene todavía entre ellos, y con toda la falta de enlace en sus ideas, en las que no existe

siempre una sucesión lógica, descubriéndose frecuentemente entre ellas apenas una relación oculta y

remota. Me he esforzado, sin presumir haberlo conseguido, en presentar un tipo que personificara el

carácter de nuestros gauchos, concentrando el modo de ser, de sentir, de pensar y de expresarse, que les

es peculiar, dotándolo con todos los juegos de su imaginación llena de imágenes y de colorido, con todos

los arranques de su altivez, inmoderados hasta el crimen, y con todos los impulsos y arrebatos, hijos de una

naturaleza que la educación no ha pulido y suavizado.

Cuantos conozcan con propiedad el original podrán juzgar si hay o no semejanza en la copia.

Quizá la empresa habría sido para mí más fácil, y de mejor éxito, si sólo me hubiera propuesto

hacer reír a costa de su ignorancia, como se halla autorizado por el uso en este género de composiciones;

pero mi objeto ha sido dibujar a grandes rasgos, aunque fielmente, sus costumbres, sus trabajos, sus

hábitos de vida, su índole, sus vicios y sus virtudes; ese conjunto que constituye el cuadro de su fisonomía

moral, y los accidentes de su existencia llena de peligros, de inquietudes, de inseguridad, de aventuras y de

agitaciones constantes.

Y he deseado todo esto, empeñándome en imitar ese estilo abundante en metáforas, que el gaucho

usa sin conocer y sin valorar, y su empleo constante de comparaciones tan extrañas como frecuentes; en

copiar sus reflexiones con el sello de la originalidad que las distingue y el tinte sombrío de que jamás

carecen, revelándose en ellas esa especie de filosofía propia que, sin estudiar, aprende en la misma

naturaleza, en respetar la superstición y sus preocupaciones, nacidas y fomentadas por su misma

ignorancia; en dibujar el orden de sus impresiones y de sus afectos, que él encubre y disimula

estudiosamente, sus desencantos, producidos por su misma condición social, y esa indolencia que le es

habitual, hasta llegar a constituir una de las condiciones de su espíritu; en retratar, en fin, lo más fielmente

que me fuera posible, con todas sus especialidades propias, ese tipo original de nuestras

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