Ciudad De Dios

y este argumento había hecho mella en muchos de ellos, ya que nada permitía, en la catástrofe, pretender que Dios había hecho una discriminación entre los buenos y los malos.

Y así los mismos cristianos incluso querían y aseguraban hacer responsable a Cristo de los trabajos y todas las penalidades que Roma padeció, y no aceptaban de este gran Dios el beneficio incomparable que consiguieron por respeto a su santo nombre de conservarles las vidas.

De esta constante doctrina podrían aprovecharse para tributar las más respetuosas gracias a Dios, acudiendo verdaderamente y sin invención al seguro de su santo nombre, con el fin de librarse por este medio de las perpetuas penas y tormentos del fuego eterno, así como de su presente destrucción.

Era natural para muchos romanos que profe¬saban el cristianismo pensar que Constantino había efectuado el traslado del reino de los cielos a la Tierra, esto es, que un Imperio romano cristiano manifestaba y proyectaba la voluntad divina de instalar e instituir el mensa¬je de Cristo en el mundo, recibiendo a la Iglesia en su interior. La noción de que el Imperio sería un vehículo para la religión cristiana, y así encarnaría el plan divino de la salvación humana, se había convertido en un lugar común. La debilidad de Roma demostrada por la invasión de Alarico puso en duda tal interpretación, y, además, avivó la demanda de los paganos

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