Conviviendo con la soledad
Enviado por Cristhiam Saldaña Guzmán • 24 de Octubre de 2022 • Trabajo • 676 Palabras (3 Páginas) • 52 Visitas
La soledad me ha abrazado muchas veces. Antes, cuando era joven me decía a mí misma que no le tenía miedo a la soledad, pero siempre buscaba compañía, de preferencia la de un hombre. Ya sea que me tratara bien o no, prefería su compañía, sentir su cuerpo junto al mío y entregarle el mío aun cuando yo no tenía la efervescencia suficiente para sentir y disfrutarlo, solo pensaba en el placer de ellos y dejaba de lado el mío. Sin embargo, me creía independiente, liberal, por no estar con ninguno y al mismo tiempo con todos.
A pesar de ello, aprendí a conocer mi sexualidad, tuve múltiples experiencias que me provocaron curiosidad, por lo que buscaba artículos, veía videos, sobre lo relacionado con el sexo, el placer, en especial, cómo hacerlos sentir mejor, cómo iniciar el sexo oral y hacerlos sentir que tocaban el cielo. No solía estar sola en la cama los fines de semana, pero para ir al cine, al parque, al río, al teatro, o cualquier lugar fuera de la habitación, siempre estaba sola o acompañada por alguna amiga con la que me encontraba para actualizarnos sobre los acontecimientos de los últimos días, o los últimos años.
Así, mi vida la llevé por muchos años, conociendo hombres en páginas de internet, en bares, fiestas, restaurantes, compañeros de escuela o de trabajo, siempre coqueteando, siempre cazando, cual leona detrás de su presa, y me sentía como una Madame, pues todos querían conmigo. Quería conquistarlos a todos. Tenía incluso una lista de aquellos hombres que me atraían y que quería estar con ellos, pero que iban quedando pendientes porque no tener privacidad para el placer.
Luego, lo que era solo placer, se empezó a convertir en cariño, apego, “amor”, y me enamoraba de todos con los que llegaba a estar, pero ellos solo me querían por una noche y luego ya no me querían más. Así empecé a sufrir, llorar por hombres, cosa que dije nunca haría, pero lloré, por uno, por dos, por tres, por muchos, tantos que perdí la cuenta. Y aunque la historia se repetía, yo siempre encontraba en ellos una razón para enamorarme y trataba de conquistarlos, con regalos, detalles, cartas, invitaciones, atenciones y hasta dinero, comprando su cariño y su compañía.
Después de casi 10 años de soñar que un día uno de ellos me llegaría a amar, decidí ya no buscar más, no querer a ningún otro; cerrar mi corazón al amor y mi cuerpo al sexo y el placer y le abrí las puertas a la soledad, esa que es verdadera, que no te lastima, no te hace sentir miserable, ni te minimiza por no estar con nadie. Esa soledad a la que le tomas cariño y aprendes a compartir el café con el atardecer, a sonreírle a las estrellas, a hablarle al viento, a suspirar por ver la maravillosa creación, los rayos del sol que se cuelan entre las nubes o por entre las ramas de un árbol y que disfruta una pintura, el sonido de los grillos y ranas, baila sola en el baño, canta las canciones que le gustan y no necesita de nadie, ni un cuerpo, ni un beso, ni las llamadas de aquellos que buscan una compañía en la noche.
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