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César Chirinos. De Las mías El mío Caribe.


Enviado por   •  19 de Octubre de 2014  •  466 Palabras (2 Páginas)  •  154 Visitas

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Me hubiese gustado decir que me sedujo. Según el prólogo, iba al encuentro del texto perfecto, a juzgar por la cita que se hace de Borges y La invención de Morel. Hablar de modernidad y postmodernidad como oferta ante lo que va a leerse, es un riesgo bien asumido y que se respeta. Sin embargo, la trama se queda corta ante la celeste sugerencia lectora de Antonio M. Isea. Es más, luego de haber recorrido un gran trecho, uno se pregunta si en verdad tal autor existe o es parte del juego posmoderno propuesto. Quizás mis hábitos lectores no son competentes para entender la profundidad de la propuesta, pero me suena que la estructura de De las mías el mío Caribe ya la he visto en otra parte. Quizás entre el Carpentier intermedio y algunos cuentos de Cortázar. Tal vez.

Debe decirse que, a ratos, la novela muestra musculatura. Puestos a pensar, la ciudad de Maracaibo (o cualquier otra) es un excelente asunto. Que ya se ha hecho con anterioridad y se continuará haciendo, vamos. Un puerto siempre sugiere ritmo y melodía: personajes que aterrizan tranquilamente desde otros planetas, amarrados a su historia, de visita en el planeta que es cualquier ciudad. Pero he aquí personajes insustanciales, sin grosor, dedicados a un extenso monólogo que se desplaza de la boca de un personaje a otro sin solución de continuidad y sin que la trama termine de desarrollarse, acerca de personajes de la historia europea, en una jerga que recuerda a ratos a los parlamentos de Anthony Burgess en la película La naranja mecánica.

Lo que podría ser el personaje principal es un navegante de lenguas, un hipnotizador ecléctico y socrático, capaz de derrumbar (a punta de verbosidad) el piso vital de los asiduos a una taberna de marineros. Pero cuando ya la excesiva, envolvente y obsesiva parodia que este bicho viviente hace del lenguaje está por llegar al centro de la acción, cuando la locura y el asco están por elevar un escalón más en la acción, he aquí que la novela decide no resolverse a partir de su propio conflicto, como si fuera suficiente transgredir los espacios de la narración, asaltando la realidad de la vida, para endilgarle a semejante ejercicio el rótulo de posmoderno. Son los riesgos que se corren cuando se prepara, se masajea al lector con un prólogo desmedido, vendiéndonos la moto de manera convincente.

Sin embargo, saltarse tal presentación no nos hubiese salvado. La lectura es un largo bostezo entre dos pretensiones: la de escribir de manera pentagruélicamente maracucha y, al mismo tiempo, poner en tela de juicio el carácter ficcional del arte narrativo. Y este ejercicio, por cierto, no da en el blanco efectivo de tal deseo. Como le oí decir a un amigo, esta novela no pasa de ser una tamborera joyciana.

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