Democracia
Enviado por ngbellido • 14 de Septiembre de 2014 • 1.437 Palabras (6 Páginas) • 167 Visitas
Con no pocos esfuerzos y tras largos años de total ausencia de libertad política y
social, se van imponiendo con firmeza las democracias en Occidente. Es el poder del
pueblo junto con los ideales de igualdad, fraternidad y libertad lo que impera ahora. No
obstante, y a pesar del grandioso esfuerzo de nuestros antecesores por conseguir este
importante cambio político que tanto ha hecho cambiar nuestras vidas, es ahora cuando
menos se valoran estos logros. Esto se debe, en gran medida, a algo que muy pocos se
atreven a admitir: la ignorancia inconsciente. Y el gran peligro quizá no lo sea tanto la
ignorancia, ya que puede remediarse, sino la inconsciencia. Hoy la gente se cree de lo
más formada y no admite discusión, ahí está el problema: más allá de su persona.
Así, Ortega veía ya una sociedad en la que lo que primaba era la homogeneidad de
lo que llamaba la “muchedumbre-masa” y, justo en el lado opuesto, la “minoría
excelente”. Para hablar de ese “hombre-masa” es muy oportuno poner como ejemplo un
niño mimado que cree que todo lo pertenece sin tener la mínima necesidad de hacer
ningún esfuerzo. Ortega decía que ese hombre-masa, ignorante inconsciente, cree que el
estado democrático es algo natural a lo que tiene derecho sin la más mínima necesidad
de tener que colaborar en nada para mantenerlo. Sólo esta preocupado por su bienestar y
no valora lo que tiene, sólo lo exige y lo considera un derecho.
Se puede decir entonces que vivimos en democracias débiles, de papel, en las que
el pueblo cree decidir según su voluntad. Si la democracia es el poder del pueblo y éste
es un ignorante y carece de toda voluntad, pierde toda su fortaleza. Cuando el pueblo es
débil es fácil de convencer y someter, entonces, ¿se puede decir que la democracia débil
es un sistema totalitario con aspecto democrático? ¿Ha existido alguna vez una
verdadera democracia? ¿Vivimos en una época democrática o en proceso de
democratización? Estos interrogantes son un buen punto de partida para la reflexión, por
lo que seguiremos ese mismo orden.
Quizá la clave de todo haya que buscarla en la Antigua Grecia y en personajes
como Platón. Este filósofo igualaba el sistema democrático a la razón. Decía que la
sociedad debía estar dirigida por la parte más racional de la misma, la minoría excelente
que mencionábamos anteriormente. Pero también se preguntaba cómo iba a dirigir el
pueblo con justicia y verdad si ignoraba ambas cosas. Un pensamiento algo elitista,
¿no? No obstante veía que algo fallaba, aunque sus ideas fracasaran. ¿Era realmente el
pueblo el conductor de su destino o estaba su destino en manos de quienes se
aprovechaban de su ignorancia? Hablaba en aquel momento de máscara democrática y
hoy se habla de máscara de libertad, filosofía posmoderna, entonces la sofística de la
antigüedad.
El problema es que todo se ha situado al mismo nivel. Ese ideal de igualdad del
que hablábamos al principio se ha degradado hasta llegar a la idea de que todo es
relativo, no hay ni mejor ni peor; nadie puede imponer sus creencias, pues estaría
impidiendo la libertad. Ahora todo vale, todos tenemos razón. También Ortega se dio
cuenta de esto: si nadie podía ser mejor, nadie se esforzaría. Por ello, para conseguir una
democracia fuerte, hay que recuperar la confianza en el pensamiento, en la razón, y así
tener la posibilidad de alcanzar verdades de un modo lógico, aunque éstas no sean
verdades imperiales. El pueblo debe ser capaz de elegir su propio destino, ésto es lo que
le diferencia de la muchedumbre-masa, y la única forma de conseguirlo es a través de la
educación.
Muchos hablan del sistema democrático como el mejor sistema político. En su
concepción antropológica, el ser humano se caracteriza por su egoísmo natural. En el
plano del realismo político, el animal político es un ser egoísta que busca sólo la
satisfacción de sus impulsos, deseos e intereses particulares. Bentham pensaba así,
sosteniendo que la democracia era el lugar donde se podían obtener estos impulsos,
deseos e intereses.
Vivimos una época de derechos democráticos, derechos que ejercemos, pero no en
conciencia; es decir, los ciudadanos sabemos cuáles son nuestros derechos y deberes
pero no somos conscientes de los valores que los sustentan y nuestro único objetivo es
satisfacer nuestro bienestar. Eso es lo que llaman “época de democratización”. Nos
formamos en valores a través de la educación, de los medios de comunicación, de los
agentes de socialización, pero no los asumimos de forma autónoma. Ahora bien, ¿qué es
asumirlos? O mejor, ¿cómo asumirlos?
Kant se refería a la época de la Ilustración como el estado del ser humano de
auténtica autonomía moral. En este sentido, la Ilustración supone un progreso cuyo
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