ECONOMÍA POSITIVA
Enviado por hughex15 • 19 de Mayo de 2014 • 5.840 Palabras (24 Páginas) • 339 Visitas
Introducción a la Economía Positiva
T. W. Hutchison
Este texto es la introducción al libro "Economía Positiva y Objetivos de Política Económica" ('Positive' Economics and Policy Objectives) de 1971, publicado en España por la Editorial Vicens-Vives.
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Para citar este texto puede utilizar el siguiente formato:
Hutchison, T.W.: "Introducción a la Economía Positiva" en Textos Selectos de EUMEDNET. http://www.eumed.net/textos/07/hutchison-ep.htm
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El progreso de los conocimientos económicos durante las dos o tres últimas décadas no ha llevado a un mayor acuerdo sobre sus aplicaciones a la política económica, o, en todo caso, sobre ciertos aspectos cruciales de la misma. La cuestión, o conjunto de cuestiones, de hasta qué punto el conocimiento "objetivo", libre de preconcepciones "subjetivas", éticas o políticas, de parcialidades ideológicas o de "juicios de valor", es posible en el mundo social y económico, puede parecer uno de esos perennes tópicos filosóficos sobre los que nunca parece alcanzarse algo semejante a una solución satisfactoria para todo el mundo. Sin embargo, incluso los tópicos filosóficos quizá debieran ser revisados de vez en cuando. Y, durante la última década, como veremos más adelante, lo que a lo largo de un siglo se ha convertido en el punto de vista más o menos ortodoxo, o casi ortodoxo, de esta cuestión ha sido puesto en duda por una ola de críticas escépticas. Una distinguida autoridad en la materia ha declarado recientemente que "a pesar de Cairnes, Max Weber, Pigou, etc., el principio de la Wertfreiheit precisa más que nunca de una defensa valiente".(1) No es una defensa valiente lo que intento llevar a cabo, sino simplemente discutir a fondo la cuestión. En cualquier caso, el desacuerdo en torno a la misma, en vez de menguar, parece ir en aumento desde hace algún tiempo a esta parte, tanto en alcance como en intensidad, abundando las opiniones autorizadas rotundamente contradictorias. Así, por ejemplo, Friedman ha declarado que "la economía puede ser y en parte lo es, una ciencia positiva... La economía positiva es independiente, en principio, de cualquier posición ética o de cualesquiera juicios normativos". (2) Myrdal, por otro lado, insiste en que "jamás ha existido una 'ciencia social desinteresada', y que, por razones lógicas, no puede existir...; nuestros conceptos están cargados de valores... no pueden ser definidos sino es en términos de valoraciones políticas".(3) Smithies sostiene que "difícilmente ninguna teoría económica puede ser considerada ideológicamente neutral",(4) mientras que Stigler señala que "no parece necesario replegarse al terreno familiar para demostrar que la economía como ciencia positiva es éticamente -y por tanto políticamente- neutral".(5)
Posiblemente, si se procediese a una elucidación total de estas proposiciones, el aparente abismo existente entre ellas resultaría ser una pequeña diferencia de conceptos o de terminología. Pero es difícil decir hasta qué punto esto es cierto, ya que tales pronunciamientos, categóricos y amplios, suelen expresarse como obiter dicta, en un párrafo preliminar o algo equivalente, sin el reconocimiento de la necesidad de justificarlos o de la existencia de serias opiniones diametralmente opuestas.
Con respecto a esto Schumpeter nos dice que "el problema epistemológico en sí, ni es difícil, ni muy interesante, y puede ser resuelto en pocas palabras... (6) Tal vez sea así, si el "problema epistemológico" se define en forma suficientemente estricta, y ciertamente, acostumbra a ser despachado en muy. pocas palabras por los economistas contemporáneos. Desgraciadamente, y tal como hemos visto, sus pocas palabras son susceptibles de ser totalmente contradictorias.(7)
¿Es esto, acaso, muy importante? Ciertamente importa al especialista en metodología o al filósofo interesado en la. "luz" tanto o más que en el "fruto". Y quizá también importe a los que están básicamente interesados en el "fruto". Pues a pesar de que la cuestión de los juicios de valor políticos y éticos, y de la subjetividad parcialista, en economía es algo parecido a un perenne rompecabezas filosófico, atañe directamente al potencial "fructífero" de la economía, o a sus aplicaciones prácticas a las distintas políticas. Si se desea que las aplicaciones de la teoría económica a la política pública no se limiten a colocar en orden de batalla, en una jerga impresionantemente persuasiva y seudotécnica, los puntos de vista rivales, políticamente hablando; o si la discusión de las distintas políticas, por parte de los economistas, ha de consistir en algo más que una pugna .de tipos opuestos de propaganda política, arropadas con un lenguaje esotérico, entonces se impone alcanzar un área de consenso, en cierto sentido, o, lo que es lo mismo, un terreno "objetivo". No cabe duda de que resultará mucho más difícil alcanzar tal área o grado de consenso razonable acerca de las distintas políticas si no existe acuerdo, o incluso claridad, no sólo sobre qué premisas de valor y presupuestos políticos y éticos están aplicándose y, en este caso, en qué puntos, sino también sobre si o hasta qué punto, dichos presupuestos son necesarios o están siendo, en realidad, incluidos en el razonamiento; o sobre si están siendo innecesaria, o incluso "ilegítimamente", introducidos; o hasta qué punto son políticamente neutrales o aparecen exentas de toda apreciación subjetiva las teorías económicas que están siendo aplicadas.
La aplicación práctica del saber económico gira, hasta cierto punto, en torno a estas cuestiones, las cuales, como ya hemos visto, reciben respuestas totalmente contradictorias. Pero acaso esto tamp6co importase desde un punto de vista práctico -aun cuando no deja de ser desconcertante intelectualmente hablando si se llegase, como mínimo, a un razonable grado de consenso, y, a partir de ahí, se alcanzara un rango o "autoridad" objetiva sobre cuestiones de política 'económica, o si la naturaleza de tales desacuerdos fuese lo suficientemente clara y delimitada. Pero no parece ser este el caso.
Las divergencias entre los economistas sobre problemas teóricos, y todavía más sobre las distintas políticas económicas; ha sido perenne y proverbial: "Las diferencias de opinión entre los economistas han sido frecuente motivo de queja", escribió Malthus en 1827. (8) Cabía esperar, quizá, que el enorme volumen de material empírico y estadístico que se ha ido acumulando desde hace algunas décadas, mitigase los desacuerdos,
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