EL DON DE LA IMAGINACIÓN
Enviado por shaalon • 4 de Abril de 2013 • 2.578 Palabras (11 Páginas) • 388 Visitas
1.- Semblanza profesional a partir de revalorar la práctica educativa
“Es más fácil juzgar el talento de un hombre por sus preguntas que por sus respuestas”.
Pedro Marcos Gastón Luque de Levis
Si como sostiene Gilles Ferry (1997) “la formación es un trabajo sobre sí mismo, un trabajo de sí mismo sobre sí mismo”, entonces este ejercicio de reflexión será parte nodal de mi propia formación docente.
Al mirar atràs, el primer impulso es etiquetar a los maestros que tuve desde el nivel inicial como “tradicionalistas” “positivistas” “enciclopédicos”, pero me parece que lo justo es decir que fueron hombres y mujeres de su tiempo formados en un modelo cientificista que se limitaban a reproducir en el salón de clases.
Es frecuente escuchar “satanismos” del tradicionalismo conductista presente en el modelo bajo el cual fuimos educados, lo cierto es que no se debe generalizar. Tuve maestros que dictaban (literalmente) su clase, combinándola con exposiciones y exámenes y tenían sin embargo una pasión y un compromiso que contagiaba a cualquiera, así como otros considerados “de vanguardia” que en aras de un constructivismo mal entendido, simplemente nos dejaban hacer lo que quisiéramos en clase, llevando el concepto de “guía” y “facilitador” al extremo. Es por lo anterior que me queda claro que los modelos que me interpelan son aquellos que se basan en la intelectualidad del docente, pudiendo ser enciclopedistas e incluso tradicionales, pero sin perder la pasión por el trabajo en el aula.
En mi caso, fue la transición de Secundaria a Preparatoria el parte aguas que marcó mi formación académica y humana. Obtuve una beca por mejor promedio de generación , para estudiar la preparatoria en el Tecnológico de Monterrey (ITESM) Campus Central de Veracruz y mi realidad dio un giro de 180º. Cuestiones que pudieran parecer triviales, como el uso del uniforme, que en el Tec no era necesario, fueron dislocaciones que interpelaron la idea per se de lo que para mí significaba “ser alumno”. Fumar en clase estaba permitido, lo cual era sencillamente inaceptable en el colegio del cual yo provenía. Las chicas podían ir en minifalda, maquillarse, fumar e incluso entrar con su novio a clase sin problema alguno. Los chicos podían dejarse el cabello largo e ir en patines a clase, entre otras cosas, pero lo que verdaderamente me costó trabajo procesar fue el rol de los profesores dentro del grupo.
En el Tecnológico de Monterrey, rompí con varios paradigmas. Uno de ellos fue el dogma telenovelero aquel de “los ricos son tontos y los pobres son inteligentes” que Monsiváis explica tan bien como modelo de preservación del statu quo de la clase no-dominante a través de películas como “Nosotros los pobres, ustedes los ricos”: “ellos tienen dinero, pero yo soy feliz y además inteligente”…¡pamplinas! Comprobé que la cosa era al contrario. Los chicos que fueron mis compañeros de clase, eran miembros de las familias más pudientes económicamente en Córdoba y la región y para mi sorpresa, eran inteligentes, educados, con una cultura general muy amplia, fruto de sus múltiples viajes al extranjero y de su trato personal con personas que yo sólo veía en revistas e incluso en la televisión. Me costó mucho trabajo adaptarme a este ambiente. Lo que ellos comentaban de forma normal (viajes, diversiones, convivios) yo lo tomaba como presunción de clase y en realidad no había tal, lo que pasa es que chocaba con mi estilo de vida y con la forma como mi familia me había educado. Sin embargo, encontré allí amistades muy queridas que conservo hasta hoy y que me ayudaron en lo que llamo mi “adaptación funcional al ambiente”…fue duro.
EL DON DE LA IMAGINACIÓN
Fue aquí donde aprendí que la formación no la da únicamente la escuela. Mis amigos estaban formados (educados) desde la cuna. Yo no podía viajar, pero podía leer y desde entonces esta actividad es mi pasión. Leo lo que sea , como sea, cuando sea y a cualquier hora. No veo TV
Con el universo que la lectura abrió en mi pequeño mundo, descubrí que yo no podía conocer en persona a los intelectuales que mis compañeros trataban con naturalidad, pero podía imaginarme qué cosas les preguntaría de haber tenido la oportunidad de estar frente a ellas. Increíblemente este ejercicio me sirvió para entrevistar a estudiosos del campo educativo en un determinado momento de mi vida. No tuve miedo, no me sentí nerviosa y puedo decir que incluso en todos los casos (Gracias a Dios) hubo una corriente de simpatía mutua que se percibía en el ambiente y que hizo que me brindaran tiempo, espacio y esfuerzo, personas que no eran conocidas por ser pacientes con los neófitos que se atrevían a entrevistarlas.
LA GRACIA DE SER AUTODIDACTA
En el Tecnológico de Monterrey también aprendí a ser autodidacta. Los docentes llegaban, daban su clase y se iban. Las reglas eran claras, si alguien tenía una duda, había dos opciones: preguntar al día siguiente (lo cual a veces no se podía por la saturación de horarios y materias) o investigar por cuenta propia, lo que resultaba más práctico a fin de cuentas. Aprendí a hacer mis propias reglas sin dejar de considerar las normas de la institución. No me da miedo utilizar mi criterio. No sé si dentro del plan y programas de estudio de la institución sigan considerando la materia llamada DHP (Desarrollo de Habilidades del Pensamiento), pero ¡qué buena cosa! Todavía guardo con mucho cariño los seis libros que correspondieron cada uno a diferente semestre. Método inductivo, deductivo y el propio que ejercité a la par que leía a Sir Arthur Conan Doyle…otro mundo
EL LLAMADO DIVINO
Me habría gustado decir que mi ingreso al campo educativo fue por la vocación que define Vasconcelos en base a las misiones educativas: “la vocación es el llamado divino a realizar aquello para lo que Dios te ha convocado”…pues no. La verdad es que en mi caso no fue así.
Mi formación universitaria es la de arquitecta, en primer lugar. Estudiaba arquitectura de lunes a viernes y dos años después en el sistema abierto estudiaba la Licenciatura en Educación. Las dos me gustaban mucho, especialmente porque mi mamá es profesora y en su tiempo, cuando ella estudió la maestría, que coincidió más o menos cuando yo ingresaba en el Tec, le encomendaron a ella leer a Paulo Freire y ahí fue donde me enganché con la Pedagogía del Oprimido y los planteamientos de este gran educador.
Después
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