EL PODER. EL SISTEMA EDUCATIVO COMO INSTRUMENTO DE CONTROL
Enviado por mar2013 • 27 de Octubre de 2013 • 2.018 Palabras (9 Páginas) • 840 Visitas
“Los exámenes son una comparación perpetua de cada cual con todos, que permite a la vez medir y sancionar”
Michel Foucault- Vigiliar y castigar. Editorial, S.XXI de España
Extracto elaborado por Virginia Baudino García, socióloga
Datos biográficos
Michel Foucault (15 de octubre de 1926, Poitiers - 25 de junio de 1984); filósofo, sociólogo, historiador y psicólogo francés, profesor de la cátedra Historia de los sistemas de pensamiento en el Collège de France de 1970 a 1984.
El trabajo de Foucault ha influido a importantes personalidades de las ciencias sociales y las humanidades en el mundo occidental.
Foucault aportó nuevos conceptos que desafiaron las convicciones de la gente sobre la cárcel, la policía, la seguridad, el cuidado de los enfermos mentales, los derechos de los homosexuales y el bienestar.
En su obra, Vigilar y castigar (1975) se preguntaba si el encarcelamiento es un castigo más humano que la tortura, y de la forma en que la sociedad ordena y controla a los individuos adiestrando sus cuerpos.
Entre sus obras se destacan, Historia de la locura en la época clásica (1961), Nacimiento de la clínica (1963), Las palabras y las cosas; una arqueología de las ciencias humanas (1966), Vigilar y castigar (1975), y su Historia de la sexualidad en tres tomos: Introducción - Volumen I (1976), El uso del placer - Volumen II (1984), y La inquietud de sí -Volumen III (1984)
En Vigilar y Castigar, el filósofo francés Michael Foucault realiza una impresionante investigación acerca del desarrollo, en la modernidad, de unas nuevas tecnologías: un conjunto de procedimientos para dividir en zonas, controlar, medir, encauzar a los individuos y hacerlos a la vez ‘dóciles y útiles’. La disciplina se ha desarrollado en los hospitales, en el ejército, en las escuelas, en los colegios y en los talleres.
La tesis central de este libro, es la de que en nuestras sociedades modernas, hay que situar los sistemas punitivos en cierta economía política del cuerpo; incluso si no apelan a castigos violentos o sangrientos, incluso cuando utilizan los métodos ‘suaves’ que encierran o corrigen. Siempre es del cuerpo del que se trata – del cuerpo y de sus fuerzas, de su utilidad y de su docilidad, de su distribución y de su sumisión -.
El cuerpo, para el autor, está inmerso en un campo político: las relaciones de poder operan sobre él. Estas relaciones, lo cercan, lo marcan, lo doman, lo someten a suplicio, lo fuerzan a unos trabajos, lo obligan a unas ceremonias, exigen de él unos signos. Y va unido, de acuerdo con una serie de relaciones complejas y recíprocas, a la utilización económica del cuerpo.
El cuerpo, según su argumentación, está imbuido de unas relaciones de poder y de dominación, como fuerza de producción. En cambio, su constitución como fuerza de trabajo sólo es posible si se halla prendido a un sistema de sujeción. El cuerpo sólo se convierte en fuerza útil cuando es a la vez cuerpo productivo y cuerpo sometido. Pero este sometimiento no se obtiene por los únicos instrumentos, ya sean de la violencia, ya de la ideología. Puede muy bien ser directo, físico, emplear la fuerza contra la fuerza, obrar sobre elementos materiales, y a pesar de todo esto no ser violento. Puede ser calculado, organizado, técnicamente reflexivo, puede ser sutil, sin hacer uso de las armas ni del terror, y sin embargo permanecer dentro del orden físico. Es decir, que puede existir un ‘saber’ del cuerpo que no es exactamente la ciencia de su funcionamiento, y un dominio de sus fuerzas que es más que la capacidad de vencerlas:
este saber y este dominio constituyen lo que podría llamarse la tecnología política del cuerpo.
Indudablemente, esta tecnología es difusa, rara vez formulada en discursos continuos y sistemáticos; se compone a menudo de elementos y fragmentos, y utiliza unas herramientas o unos procedimientos inconexos. A pesar de la coherencia de sus resultados, no suele ser sino una instrumentación multiforme. Además, no es posible localizarla ni en un tipo definido de institución; ni en un aparato estatal. Estos recurren a ella, utilizan, valorizan e imponen algunos de sus procedimientos. Pero ella misma en sus mecanismos y sus efectos se sitúa a un nivel muy distinto. Se trata en cierto modo de una microfísica del poder que los aparatos y las instituciones ponen en juego, pero cuyo campo de validez se sitúa en cierto modo entre esos grandes funcionamientos y los propios cuerpos con su materialidad y sus fuerzas.
Este poder se ejerce más que se posee, y no es el ‘privilegio’ adquirido o conservado de la clase dominante, sino el efecto de conjunto de sus posiciones estratégicas, efecto que manifiesta y a veces acompaña la posición de aquellos que son dominados. Este poder, por otra parte, no se aplica pura y simplemente como una obligación o una prohibición, a quienes ‘no lo tienen’. Este poder, los invade, pasa por ellos y a través de ellos; se apoya sobre ellos. Lo cual quiere decir que estas relaciones descienden hondamente en el espesor de la sociedad. Finalmente, no son unívocas, definen puntos innumerables de enfrentamiento, focos de inestabilidad, cada uno de los cuales comporta sus riesgos de conflicto, de luchas, de inversión por lo menos transitoria de las relaciones de fuerza.
Este poder, que en su funcionamiento, se ejerce sobre aquellos a quienes se castiga, de una manera más general sobre aquellos a quienes se vigila, se educa y corrige, sobre los locos, los niños, los colegiales, los colonizados, sobre aquellos a quienes se sujeta a un aparato de producción y se controla a lo largo de toda su existencia.
La Escuela
El cuerpo humano entra en un mecanismo de poder que lo explora, lo desarticula y lo recompone, nos dice Foucoult. Una ‘anatomía política’, que es igualmente una ‘mecánica del poder’, está naciendo (siglo XVIII); y define cómo se puede
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