El Amor En La Obra De San Agustín
Enviado por negra111 • 9 de Septiembre de 2013 • Ensayo • 2.290 Palabras (10 Páginas) • 500 Visitas
CAPITULO III
EL AMOR EN LA OBRA DE SAN AGUSTÍN
Agustín ha sido llamado en Occidente el Doctor de la caridad. Sobre esta virtud ha centrado su pensamiento y penetrado toda la Edad Media de su doctrina. La caridad es para él una llama compuesta de amor y luz, que vienen de Dios.
Ciertamente, amor y caridad son equivalentes en varios textos de san Agustín; sin embargo, también en ocasiones las ha distinguido para plantear cierto itinerario que va de lo humano a lo divino, de lo terreno a lo celestial (De civ. Dei XIV, 7). caritas y cupiditas expresan la vida afectiva de los hombres.
Existe en el hombre un foco de energía elemental, que es el amor a la felicidad… de la que es inseparable el deleite (De mus VI 11, 29). «El amor, pues, de todos los bienes creados exige una referencia a Dios como condición del buen uso de ellos, de los que puede gozarse o usar con deleite, mas sin poner en ellos el último fin» (Capanaga, 1974: 288). Para Agustín es lícito disfrutar de los bienes creados siempre y cuando esto nos acerque a Dios. La felicidad se constituye en el motor natural de la existencia humana, y ésta está orientada a la posesión de su creador; sin embargo, el hombre puede hacer de los medios, fines y hacer de los bienes[1] contingentes bienes absolutos. A partir de esta experiencia Agustín distingue entre el amor dirigido a Dios (caritas[2]) y el amor dirigido a las creaturas (cupiditas)[3]. La caridad, por tanto, es definida como el amor bien ordenado.
Este orden en la caridad tiene tres momentos o estadios:
1. El sujeto humano, quien movido por el deseo de verdad, bien belleza experimenta una tensión interior que lo lanza a buscar lo que le falta.
2. La búsqueda en sí del bien deseado; el cual ejerce sobre el sujeto su propia atracción[4]. De aquí viene la noción de afecciones del alma, que reduce a cuatro principales: gozo o alegría, tristeza, temor y deseo. El movimiento no se le impone desde fuera, sino desde dentro como fruto de su ser racional.
3. La posesión del fin o fruición de la vida feliz, el cual expresa con el verbo tendere: «Ahora tendemos a Dios por el amor para descansar en El cuando lleguemos» (De civitate Dei X 3,2).
En la discusión contra los Pelagianos, Agustín defendió la bondad de la naturaleza, el equilibrio de sus fuerzas y el principio que establece que: «El amor a Dios es don de Dios», para ello utiliza particularmente tres testimonios bíblicos: Rom 5,5, 1Cor 1, 7 y 1Jn 4,7 (Contra duas epist. Pel. II).
Para Agustín hay una caridad de Dios para con nosotros y otra caridad infundida en nuestros corazones por la que podemos amar lo que es bueno.
La división de las cosas que son objeto de amor
«Hay unas cosas de las que se ha de gozar, otras de que se ha de usar, y otras que se usan y gozan. Las primeras nos hacen dichosos. Las segundas, de las que se ha de usar, nos ayudan a tender a la vida feliz, nos sirven como de adminículos para que podamos conseguir las cosas que nos hacen bienaventurados y permanecer en la unión con ellas. Pero nosotros -que gozamos y usamos-, puestos entre ambas, si ponemos nuestro fin último en las cosas útiles, se impide nuestra carrera, y a veces también se desvía, ora retardándose en el logro de las cosas de que hemos de gozar, ora también haciéndonos retroceder impedidos por el amor de las cosas inferiores» (De doctrina cristiana I 3).
El amor comprende las cosas superiores, que son las que en sentido propio nos proporcionan la felicidad y nos conducen a nuestro fin último, que es la fruición divina; las segundas son las que somos capaces de usar y gozar; y por último, las cosas inferiores a nosotros, que también pueden disfrutarse y usarse.
El temor y el interés
En el dinamismo voluntario hay tres resortes que Agustín ordena de la siguiente manera: temor, interés y amor puro; tanto el primero como el segundo desvirtúan el amor casto. El temor no cambia el corazón del hombre, aunque exteriormente lo inhiba del acto malo: «Porque son mejores los que se mueven por amor, aunque son más los que se corrigen con el miedo» (Carta 185, 21). Refiere Agustín que en la sagrada escritura hay dos tipos de temores, el servil y el justo; el primero lleva a evitar el castigo[5], el segundo a perder la gracia. Todo amor eleva o hunde «¿amas la tierra?, tierra eres; ¿Amas a Dios?....» (In Io ep tr 2,14). Evidentemente el amor va más allá del temor, por el cual no se debe solo temer perder la gracia, sino que se debe aspirar a poseer el sumo Bien «En ti debe reinar el amor casto, por el que desees poseer no el cielo, y la tierra… sino a tu Dios; desea ver a tu Dios, amar a tu Dios» (Sermón 178, 11).
Para Agustín esa fuerza para buscar al Amado, es un don; es el Espíritu Santo que fue enviado para liberarnos del temor «Enseña Dios la suavidad infundiendo el gusto, enseña disciplina moderando la tribulación, enseña ciencia dando conocimiento. Así pues, como hay cosas que sólo las aprendemos para saber, y otras para hacerlas, cuando Dios nos instruye descubriéndonos la verdad, nos enseña lo que hemos de saber, e, inspirando suavidad, nos enseña lo que hemos de practicar» (Enarrat. in ps. 90, 8).
La visión de la ética del amor agustiniana comprende por tanto tres esferas: la superior (Dios), la que está junto a nosotros (alteridad) y lo inferior (las cosas creadas) que se interrelacionan entre sí. Amar a Dios implica buscar quienes amen el mismo Bien beatífico y que permita reconocer y gozarse en su divina Hermosura.
San Agustín puso particular empeño en realzar la comunión como un efecto propio del amor. Conocía la opinión de filósofos como Platón y Cicerón, también el testimonio de la sagrada escritura.
La vía de la caridad
Para Agustín la caridad con el prójimo era un método ascético de purificación de los ojos para ver a Dios (In Io ev tr 17,8). El amor a los demás se inserta en el misterio de Cristo, ya que él ha creado una forma nueva y solidaria de encuentro basado en la fraternidad, especialmente con los más débiles.
La religación con la humanidad se realiza a través de las obras de misericordia. El texto del juicio final (Mt 25,34) ha sido utilizado por san Agustín con mucha frecuencia.
Hanna Arendt en su obra el concepto de amor en san Agustín, describe un desplazamiento de la temática del amor al de la caridad fraterna. Considera que la condición de obispo lo obligó a reflexionar, desde el rol que asumió dentro de la iglesia;
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