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El Anticristo De Friedrich Nietzch


Enviado por   •  6 de Octubre de 2013  •  25.912 Palabras (104 Páginas)  •  499 Visitas

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Friedrich Nietzsche

EL ANTICRISTO

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Mirémonos cara a cara. Somos hiperbóreos; sabe¬mos perfectamente bien hasta qué punto vivimos aparte. “Ni por mar ni por tierra encontrarás un ca¬mino que conduzca a los hiperbóreos”; ya Píndaro supo esto, mucho antes que nosotros. Más allá del Nor¬te, del hielo, de la muerte; nuestra vida, nuestra feli-cidad... Hemos descubierto la felicidad, conocemos el camino, hemos encoritrado la manera de superar mile¬nios enteros de laberinto. ¿Quién más la ha encontrado? ¿El hombre moderno acaso? “Estoy completamente desorientado, soy todo lo que está completamente desorientado”, así se lamenta el hombre moderno... De este modernismo estábamos aquejados; de la paz am¬bigua, de la transacción cobarde, de toda la ambigüe¬dad virtuosa del moderno sí y no. Esta tolerancia y largeur del corazón que todo lo “perdona” porque todo lo “comprende” se convierte en sirocco para nosotros. ¡Más vale vivir entre ventisqueros que entre las vir¬tudes modernas y demás vientos del Sur!... Éramos demasiado valientes, no teníamos contemplaciones para nosotros ni para los demás; pero durante largo tiem¬po no sabíamos encauzar nuestra valentía. Nos volvi¬mos sombríos y se nos llamó fatalistas. Nuestro fatum era la plenitud, la tensión, la acumulación de las energías. Ansiábamos el rayo y la acción; de lo que siempre más alejados nos manteníamos era de la felicidad de los débiles, de la “resignación”... Nuestro ambiente era tormentoso; la Naturaleza en que consistimos se oscurecía, pues no teníamos un camino. La fórmula de nuestra felicidad: un sí, un no, una recta, una meta...

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¿Qué es bueno? Todo lo que acrecienta en el hom¬bre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo.

¿Qué es malo? Todo lo que proviene de la debi¬lidad.

¿Qué es felicidad? La conciencia de que se acre¬cienta el poder; que queda superada una resistencia.

No contento, sino aumento de poder; no paz, sino guerra; no virtud, sino aptitud (virtud al estilo rena-centista, virtù, virtud carente de moralina).

Los débiles y malogrados deben perecer; tal es el axioma capital de nuestro amor al hombre. Y hasta se les debe ayudar a perecer.

¿Qué es más perjudicial que cualquier vicio? La compasión activa con todos los débiles y malogrados; el cristianismo...

3

El problema que así planteo no es: qué ha de reem¬plazar a la humanidad en la sucesión de los seres (el hombre es un fin), sino qué tipo humano debe ser des¬arrollado, potenciado, entendido como tipo superior, más digno de vivir, más dueño de porvenir.

Este tipo humano superior se ha dado ya con harta frecuencia, pero como golpe de fortuna, excepción, nun¬ca como algo pretendido. Antes al contrario, precisamente el ha sido el mas temido, era casi la encarna¬ción de lo terrible; y como producto de este temor ha sido pretendido, desarrollado y alcanzado el tipo opuesto: el animal doméstico, el hombre rebaño, el animal enfermo “hombre”; el cristiano...

4

La humanidad no supone una evolución hacia un tipo mejor, más fuerte o más elevado, en la forma como se lo cree hoy día. El “progreso” no es más que una noción moderna, vale decir, una noción errónea. El europeo de ahora es muy inferior al europeo del Rena¬cimiento; la evolución no significa en modo alguno y necesariamente acrecentamiento, elevación, poten¬ciación.

En un sentido distinto cuajan constantemente en los más diversos puntos del globo y en el seno de las más diversas culturas, casos particulares en los que se ma¬nifiesta en efecto un tipo superior: un ser que en com¬paración con la humanidad en su conjunto viene a ser algo así como un superhombre. Tales casos excep¬cionales siempre han sido posibles y acaso lo serán siempre. Y linajes, pueblos enteros pueden encarnar eventualmente tal golpe de fortuna.

5

No es posible adornar y engalanar al cristianismo; ha librado una guerra a muerte contra este tipo huma¬no superior, ha execrado todos los instintos básicos del mismo y extraído de dichos instintos el mal, al Maligno: al hombre pletórico domo el hombre típica¬mente reprobable, como el “réprobo”. El cristianismo ha encarnado, la defensa de todos los débiles, bajos y malogrados; ha hecho un ideal del repudio de los ins¬tintos de conservación de la vida pletórica; ha echado a perder hasta la razón inherente a los hombres inte¬lectuales más potentes, enseñando a sentir los más al¬tos valores de la espiritualidad como pecado, extravío y tentación. El ejemplo más deplorable es la ruina de Pascal; quien creía que su razón estaba corrompida por el pecado original, cuando en realidad estaba co¬rrompida por el cristianismo.

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¡Espectáculo doloroso, pavoroso, el que se me ha revelado! Descorrí el velo de la corrupción del hom-bre. Esta palabra, en mis labios, está por lo menos al abrigo de una sospecha: la de que comporte una acu-sación moral contra el hombre. Está entendida insis¬to en este tema- carente de moralina; y esto hasta el punto que para mí esta corrupción se hace más patente precisamente allí donde en forma más consciente se ha aspirado a la “virtud” a la “divinidad”. Como se ve, yo entiendo la corrupción como décadence; sostengo que todos los valores en los que la humanidad sintetiza ahora su aspiración suprema son valores de la dé¬cadence.

Se me antoja corrupto el animal, la especie, el in¬dividuo que pierde sus instintos; que elige, prefiere, lo que no le conviene. La historia de los “sentimientos sublimes”, de los “ideales de la humanidad” y es posible que yo tenga que contarla sería, casi, también la explicación del porqué de la corrupción del hombre. La vida se me aparece como instinto de crecimiento, de supervivencia, de acumulación de fuerzas, de poder; donde falta la voluntad de poder, aparece la decaden¬cia. Afirmo que en todos los más altos valores de la humanidad falta esta voluntad; que bajo los nombres más sagrados imperan valores de la decadencia, valo¬res nihilistas.

7

Se llama al cristianismo la religión de la compasión. La compasión es contraria a los efectos tónicos que acrecientan la energía del sentimiento vital; surte un efecto depresivo. Quien se compadece pierde fuerza. La compasión agrava y multiplica la pérdida de fuerza que el sufrimiento determina en la vida. El sufrimien¬to mismo se hace contagioso por obra de la compa¬sión; ésta es susceptible de causar una pérdida total en vida y energía vital absurdamente desproporciona¬da a la cantidad de la causa (el caso de la muerte del Nazareno). Tal es el primer punto

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