El Espectador Emancipado
Enviado por henrywilde • 18 de Diciembre de 2012 • 3.074 Palabras (13 Páginas) • 419 Visitas
“La emancipación pasa por una mirada del espectador que no sea
la programada”
14 may 2010
Versión completa de la entrevista con Jacques Rancière aparecida el sábado 15
de mayo de 2010 en Público. Tomás González y Jordi Carmona me ayudaron
con la traducción y la edición, merci.
Jacques Rancière es filósofo. Alejado de las arenas mediáticas
y partidistas, desarrolla un trabajo profundamente original y
de largo recorrido sobre la idea de emancipación, que pasa
por la estética, la política, la educación o la historia. Su último
libro publicado en castellano es El espectador emancipado
(Ellago ediciones).
Los libros de Jacques Rancière han acicateado siempre a
quienes querían pensar de otro modo el arte o la política. Pero
ahora se percibe un silencio incómodo en torno a El
espectador emancipado. Rancière toca ahí una llaga: la
creencia en la desigualdad entre los que saben y los que no,
entre los capaces y los incapaces, que atraviesa el arte político
y el pensamiento crítico.
Desde Brecht a Debord, pasando por Artaud, Meyerhold
o Piscator, detecta usted en el arte político una cierta
denigración de la posición del espectador. ¿En qué
consiste, en qué presupuestos se basa? Y por el
contrario, ¿cuál sería su idea de un espectador
emancipado?
Hay varios motivos que se mezclan. Por ejemplo, está la
oposición marxista entre interpretar el mundo y transformarlo.
Pero Brecht o Piscator son bien conscientes de que el
marxismo también es una interpretación del mundo, que se
preocupa por fundar la acción sobre esa interpretación. O está
también la gran voluntad artística de comienzos del siglo XX:
la de un arte que crea directamente formas de vida. Pero ésta
no conlleva en sí misma una depreciación de la mirada, ni
tampoco del espectador. Pensemos por ejemplo en el cine-ojo
de Dziga Vertov. Por tanto, hay algo que se remonta más lejos
en esta depreciación del espectador: hasta la denuncia
platónica de la mímesis, la oposición entre el hombre de la
caverna víctima de las apariencias y el sabio que contempla la
verdad. Platón oponía a la pasividad del teatro el coro
ciudadano, la ciudad en acto, cantando y danzando su propia
unidad. La exigencia de abolición de la distancia espectadora,
muy típica de los hombres de teatro militantes, y el
pensamiento marxista de la ideología que sostiene su proyecto
político, tienen en común ese fondo platónico no criticado.
Frente a ello, no se trata de emancipar al espectador, sino de
reconocer su actividad de interpretación activa. De hecho, es
más bien a los intelectuales y a los artistas a los que habría
que emancipar en primer lugar, liberándolos de la creencia en
la desigualdad en nombre de la cual se atribuyen la misión de
instruir y hacer activos a los espectadores ignorantes y
pasivos.
Guy Debord denunciaba que la dimensión común del
mundo se construye hoy a través de lo que miramos a la
vez (cada uno pasivamente y por separado) y ya no de
lo que hacemos activamente juntos: el espectáculo. Sin
embargo, usted llega a decir que la “crítica del
espectáculo [y de la mercancía] se ha convertido en la
ideología dominante”, ¿cómo es posible?
Debord ha construido su noción de espectáculo cruzando dos
ideas: la denuncia platónica del habitante de la caverna
inmóvil en su silla y fascinado por las imágenes, mientras que
un manipulador tira de los hilos a su espalda; y el
pensamiento romántico de la comunidad separada de sí
misma, a partir del cual Feuerbach pensó la alienación del
hombre separado de su esencia y Marx, la alienación del
trabajador que veía el producto de su actividad alzarse frente
a él como un mundo extraño y hostil. La primera inspiración
siempre fue muy fuerte en Debord. Y con el hundimiento de
las esperanzas revolucionarias, se volvió predominante. La
idea misma del mundo objetivo como producto de la
desposesión de la actividad de los trabajadores se olvidó. Y ya
sólo quedó el estereotipo del espectador pasivo, transformado
más tarde por los arrepentidos del marxismo en característica
del “individuo democrático”. La crítica del espectáculo se ha
asimilado entonces a la crítica de los media, es decir, a la idea
complaciente que quienes se tienen a sí mismos por
“intelectuales” se hacen de unas masas pasivas ante el
desbocamiento de los mensajes y las imágenes.
¿Es por las mismas o parecidas razones por las que
afirma usted que el pensamiento crítico se ha metido
hoy en un verdadero callejón sin salida, se ha dejado
ganar por el nihilismo?
El devenir del situacionismo forma parte efectivamente de una
involución mucho más global de la tradición crítica. Ésta se ha
atribuido la tarea de desvelar los mecanismos de la
dominación, las seducciones engañosas de la mercancía y las
ilusiones del espectáculo, con el fin de suministrar armas
contra el sistema de explotación. Esa pretensión ya es en sí
misma dudosa, porque está fundada sobre la presuposición de
que el consentimiento a la dominación reposa sobre la
ignorancia de las leyes de su funcionamiento. Pero en el
pasado se basaba en todo caso en la idea de una realidad
distinta del reino de las apariencias mercantiles y
espectaculares, y de la existencia de una fuerza militante
capaz de subvertir ese reino. Hoy en día, quienes retoman
esos temas han renunciado a la idea de que hay un mundo
real detrás de las apariencias y también a la esperanza en una
transformación revolucionaria. Así que estos temas funcionan
simplemente para explicar por qué la dominación es inevitable
y toda rebelión es vana, si no culpable. La creencia en la
desigualdad incluida en la proposición de que la emancipación
pasa por el saber aparece entonces al desnudo.
Lo que usted afirma en el libro sobre la capacidad activa
del espectador en relación sobre todo al teatro, ¿se
podría aplicar igualmente al espectador de televisión
por ejemplo?
Ciertamente. No hay ninguna razón para suponer al
espectador de televisión como
...