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El Monje Que Vendió Su Ferrari


Enviado por   •  27 de Mayo de 2015  •  386 Palabras (2 Páginas)  •  145 Visitas

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El despertar

Se derrumbó en mitad de una atestada sala de tribunal. Era uno de los más sobresalientes abogados procesales de este país. Era también un hombre tan conocido por los trajes italianos de tres mil dólares que vestían su bien alimentado cuerpo como por su extraordinaria carrera de éxitos profesionales. Yo me quedé allí de pie, conmocionado por lo que acababa de ver. El gran Julián Mantle se retorcía como un niño in- defenso postrado en el suelo, temblando, tiritando y sudando como un maníaco.

A partir de ahí todo empezó a moverse como a cámara lenta. «¡Dios mío –gritó su ayudante, brindándonos con su emoción un cegador vis- lumbre de lo obvio–, Julián está en apuros!» La jueza, presa del pánico, musitó alguna cosa en el teléfono privado que había hecho instalar por si surgía alguna emergencia. En cuanto a mí, me quedé allí parado sin saber qué hacer. No te me mueras ahora, hombre, rogué. Es demasia- do pronto para que te retires. Tú no mereces morir de esta forma.

El alguacil, que antes había dado la impresión de estar embalsamado de pie, dio un brinco y empezó a practicar al héroe caído la respiración asistida. A su lado estaba la ayudante del abogado (sus largos rizos ro- zaban la cara amoratada de Julián), ofreciéndole suaves palabras de ánimo, palabras que él sin duda no podía oír.

Yo había conocido a Julián Mantle hacía diecisiete años, cuando uno de sus socios me contrató como interino durante el verano siendo yo estu- diante de derecho. Por aquel entonces Julián lo tenía todo. Era un bri- llante, apuesto y temible abogado con delirios de grandeza. Julián era la joven estrella del bufete, el gran hechicero. Todavía recuerdo una noche que estuve trabajando en la oficina y al pasar frente a su regio

despacho divisé la cita que tenía enmarcada sobre su escritorio de roble macizo. La frase pertenecía a Winston Churchill y evidenciaba qué clase de hombre era Julián:

«Estoy convencido de que en este día somos dueños de nuestro desti- no, que la tarea que se nos ha impuesto no es superior a nuestras fuer- zas; que sus acometidas no están por encima de lo que soy capaz de soportar. Mientras tengamos fe en nuestra causa y una indeclinable vo- luntad de vencer, la victoria estará a nuestro alcance.»

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