El bien común en Platón y Aristóteles
Enviado por marckantuan02 • 7 de Mayo de 2014 • 3.060 Palabras (13 Páginas) • 344 Visitas
1. El bien común en Platón y Aristóteles
El bien común es una antigua noción filosófica que usada en el presente busca expresar el bien que requieren las personas en cuanto forman parte de una comunidad y el bien de la comunidad en cuanto esta se encuentra formada por personas. Sin embargo, una noción aparentemente sencilla, ha tenido un largo y a veces tortuoso proceso de definición. Platón en La República concebía al bien común como un bien que trasciende los bienes particulares ya que la felicidad de la ciudad debe ser superior y hasta cierto punto independiente de la felicidad de los individuos[1]. Aristóteles perfeccionaría esta idea en su Política: “fin de la ciudad es el vivir bien (…) Hay que suponer, en consecuencia, que la comunidad política tiene por objeto las buenas acciones y no sólo la vida en común”[2]. De este modo no sólo el bien común es superior por ser el bien del todo social sino por su esencial índole moral: antes que versar sobre bienes públicos (calles, plazas, etc.) está construido por la virtud, es decir, por todo aquello que desarrolla de manera positiva y estable al ser humano de acuerdo a su naturaleza profunda.
2. El bien común en Tomás de Aquino
En el siglo XIII, Tomás de Aquino, siguiendo en buena medida a Aristóteles, escribirá importantes textos en los que trata sobre la noción de «bien común», entre los que destaca el opúsculo De regno[3] dedicado a Hugo II de Lusignan, Rey de Chipre, quien apenas contaba con 14 años de edad. Tomás tenía 40, su hermano Aimón de Aquino había participado en una expedición a Tierra Santa en la que había caído prisionero de Juan de Ibelín. El padre de Hugo II intercedió para liberarlo por lo que Aimón le prestó vasallaje. Posteriormente Aimón le pediría a su hermano el Fraile dominico que escribiera un texto que le fuera de utilidad al joven gobernante.
Una de las ideas centrales de este breve escrito es precisamente mostrar que en el bien común adquiere su significado pleno el gobernar: “Gobernar consiste en conducir lo que es gobernado a su debido fin”. El fin de la comunidad no puede ser diverso al fin del ser humano. Más aún, determinando el fin del hombre y de la comunidad podemos saber el tipo de persona que ha de gobernar. Por eso “si el fin último de un solo hombre o de la multitud consistiera en la vida corporal y la salud del cuerpo, el medici desempeñaría esa tarea. Si el último fin consistiera en la abundancia de riquezas, el oeconumus se convertiría en rey de la sociedad.”[4] Evidentemente esto es absurdo para un hombre como Tomás de Aquino. Sólo alguien que no entendiera el verdadero bien de la persona y de la sociedad podría proponer que la sociedad fuera gobernada por un médico o por un administrador de recursos. Ni la salud ni las riquezas cumplen las expectativas más profundas de la condición humana.
¿Será acaso el fin del hombre y del todo social el pacto o el acuerdo que entre todos logremos con el fin de subsistir? Por supuesto que no: “si los hombres llegan a un acuerdo únicamente por vivir, también los animales constituirían parte de la sociedad civil.”[5] Así es como Tomás de Aquino piensa que el fin último del hombre y de la sociedad tiene que consistir en contemplar y gozar del más común y más alto de los bienes: Dios. “Pero como el hombre no consigue el fin de la visión divina por virtud humana, sino por favor divino, como dice el Apóstol: La vida eterna es una gracia de Dios, no pertenece al régimen humano, sino al divino, conducirlo a su último fin.”[6] ¿Qué corresponde, pues, al «régimen humano»? “Como el armero hace la espada de modo que sirva para la lucha y el constructor debe distribuir el espacio de la casa de forma que sea habitable. Luego (…) es propio de la tarea del rey procurar que la sociedad viva de manera buena, de modo adecuado para conseguir la felicidad celestial, como por ejemplo ordenará lo que lleve a tal felicidad y prohibirá lo que se le oponga, en cuanto sea posible”[7].
Es interesante observar que para este importante autor medieval el oficio se define por la tarea a realizar. Por ello si el médico es aquel que cuida a la salud, el que cuida del bien común sólo puede llamarse con propiedad rey. Conviene insistir en este punto: rey no es cualquier hombre con poder aunque formalmente esté al frente de una comunidad: “Rey es aquel que dirige la sociedad de una ciudad o provincia hacia el bien común”[8]
De esta manera reaparece la comprensión primordialmente ética del bien común aunque ahora en un explícito contexto cristiano en el que la Revelación ha mostrado que por encima de la vida virtuosa está Alguien que la funda y la rebasa. Así es como aparecerá la idea de que el bien común posee entonces una dimensión sobrenatural y otra temporal ordenadas en relación jerárquica. El bien común temporal coincidirá con aquello que requiere la sociedad para vivir de manera buena y encaminar a los hombres a la plenitud que sólo Dios puede dar: “Se precisan tres requisitos para que la sociedad viva de manera buena. El primero es que la sociedad viva unida por la paz. El segundo es que la sociedad, unida por el vínculo de la paz, sea dirigida a obrar bien; (…) En tercer lugar, se requiere que, por la diligencia del dirigente, haya suficiente cantidad de lo necesario para vivir rectamente”[9]. El bien común sobrenatural, por su parte, será fruto de la gracia, es decir, de un gesto gratuito de Dios que sobrepasa las puras fuerzas humanas.
3. El bien común y el personalismo de Jacques y Raïssa Maritain
Hacia finales del siglo XIX el Papa León XIII revitalizó los estudios en torno a Tomás de Aquino al interior de la Iglesia católica. La Encíclica Aeterni Patris fue una imponente llamada para reconocer en Tomás a un auténtico Doctor Universal que podía, a través de los elementos perennes de su teología y de su filosofía, dar respuesta a muchos de los desafíos que presentaba el mundo moderno. El llamado de León XIII fue acogido tanto en círculos eclesiásticos como en ambientes enteramente laicales. Así es como en la Universidad de París, a principios del siglo XX, un joven estudiante de filosofía y su novia (luego esposa), a través de amistades providenciales que marcarían sus vidas, descubren la fe y el pensamiento de Tomás de Aquino. Nos referimos a Jacques y Raïssa Maritain.
Los Maritain estudian a Tomás. Pero su estudio no es una mera memorización erudita de ideas del pasado sino
...