El movimiento de jesús
Enviado por Romina Noguera • 17 de Septiembre de 2018 • Monografía • 4.715 Palabras (19 Páginas) • 154 Visitas
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Filosofía Medieval
Jesús, historia de una revolución de valores
Romina Noguera
Universidad de Morón
Jesús, historia de una revolución de valores.
El presente escrito tendrá como objetivo realizar un recorrido histórico acerca de la figura de Jesús y del movimiento revolucionario que se erige a partir de sus enseñanzas.
Para esto se tendrán en cuenta los postulados realizados por Gerd Theissen en trabajo El movimiento de Jesús y por José Antonio Pagola en su texto llamado Jesús, una perspectiva histórica. Partiendo de la lectura de estos autores, se tomarán y se relacionarán dos tópicos desarrollados por ellos: el reino de Dios como buena noticia tratado por José A. Pagola, y la concepción de G. Theissen en la que la figuración de dicho reino representa una verdadera revolución de valores.
Es necesario comenzar realizando una introducción a la vida del hombre que yace detrás del profeta. Con esto se quiere significar que, más allá de todo halo de divinidad que rodee a la figura de Jesús, no debemos olvidar que se trató de un hombre de carne y hueso. Este recordatorio de la humanidad histórica, biológica y terrenal de Jesús no atenúa en lo más mínimo el hecho de que se trató de un hombre excepcional, adelantado a su estructura social, política, económica y cultural, y que significó el punto de partida a un modo de concebir el mundo absolutamente novedoso en ese momento de la historia.
Jesús, más allá de su mandato divino, dejó en las mentes de los hombres y mujeres que lo conocieron la posibilidad de cuestionar el statu quo en el que vivían, de repensar sus estructuras mentales, religiosas, culturales, sociales, y económicas para representarse dentro de la esperanza, tal vez utópica, de construir un mundo un poco más justo, un poco más amable.
Sus enseñanzas han sido tan influyentes que hasta el día de hoy podemos evocarlas para repensar nuestra realidad actual, o como guía para actuar en función de la paz y el respeto.
Personalmente, considero a la figura de Jesús en consonancia con aquél tábano que supo caracterizar a la figura de Sócrates en los diálogos platónicos. Con ese aguijonazo que duele pero que despierta y que invita a reflexionar sobre esas cosas que pueden resultar obvias pero que cuando se inspeccionan en profundidad revelan que existen grandes confusiones y equívocos. De estas cosas habló Jesús. Del amor al otro, de la amistad, de la benignidad, del perdón, del trato a los niños, a las mujeres y a los extranjeros, entre otros tópicos fundamentales para la vida en armónica en sociedad.
A raíz de lo expuesto, es imperativo comenzar a describir, brevemente, los años formativos de la vida de Jesús. Para José Antonio Pagola este ejercicio es realmente importante, ya que es en la vida concreta de Jesús, en su humanidad tan familiar, en sus palabras sencillas y penetrantes donde se encuentra el germen y la verdadera naturaleza del surgimiento de la fe producto de sus enseñanzas.
Se llamaba Yeshúa. Etimológicamente quiere decir “Yahvé salva”, y según Filón de Alejandría quiere decir “salvación del Señor”. En el pueblo la gente lo llamaba Yeshúa bar Yosef, “Jesús, el hijo de José”, en otras partes le decían Yeshúa ha-notsrí, “Jesús, el de Nazaret”. En Galilea, en los años 30, importaba mucho saber de dónde era la persona y cuál era su familia.
Jesús provenía de Nazaret, de una aldea sencilla y desconocida en comparación con la renombrada Tiberíades o con la santa Jerusalén. Era el hijo de un “artesano”, no de un gran sacerdote o administrador reconocido. Esta raíz humilde será de enorme importancia en su formación que luego se verá volcada en sus parábolas y enseñanzas.
Su pequeño país estaba sometido al Imperio Romano desde el año 63 a. C. pero jamás cruzó su camino con César Augusto o con Tiberio, pero sí oyó hablar de ellos pero era absolutamente consciente de que eran los dueños de mundo y de su pequeña Galilea.
“Durante más de sesenta años nadie pudo oponerse al Imperio. Una treintena de legiones, cinco mil hombres cada una, aseguraban el control absoluto de un enorme territorio. Este inmenso territorio no estaba muy poblado, a principios del siglo I solo habría unos cincuenta millones de habitantes en la totalidad de su extensión y Jesús era uno más. Dentro de este enorme Imperio, Jesús es solo un insignificante galileo, sin ciudadanía romana y parte de un pueblo sometido.”[1]
En la ciudades se concentraba el poder político, allí era donde anidaban las clases dirigentes, los propietarios, quienes poseían la ciudadanía romana, quienes administraban a las ganancias extraídas de los pueblos sometidos y las fuerzas militares.
Galilea era un punto clave en el sistema de caminos y rutas comerciales. En Nazaret Jesús vivió prácticamente lejos de las grandes rutas. Nunca se aventuró por las rutas del Imperio.
Estos pueblos dominados no debían olvidar que estaban bajo el Imperio de Roma. La estatua del emperador, su presencia en los templos y en los espacios públicos de las ciudades invitaba a los pueblos a darle culto como a su “verdadero Señor”. Pero el medio más eficaz para mantenerlos sometidos era la utilización del castigo y el terror. Roma no toleraba ni levantamientos ni rebeliones; la práctica de la crucifixión, los degüellos masivos, la captura de esclavos, los incendios de las aldeas y las masacres no tenían otro propósito que aterrorizar a la gente.
Pagola realiza un relevamiento de los episodios más graves llevados a cabo por el Imperio Romano contra aquellos que intentaron rebelarse y se detiene en el recuerdo grandioso y siniestro de Herodes: Palestina no estuvo nunca ocupada por soldados romanos. Una vez controlado el territorio las legiones se retiraban y gobernaba un soberano, de ser posible nativo, que ejercía su autoridad como vasallo o “cliente” del emperador. Estos eran quienes, en su nombre, controlaban directamente a los pueblos, a veces de manera brutal.
“Jesús sabía muy bien de qué hablaba cuando de adulto describía a los romanos como ‘jefes de naciones’ que gobiernan los pueblos como ‘señores absolutos’ y los ‘oprimen con su poder’”.
En Marcos se le atribuyen las siguientes palabras: “Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones las gobiernan como señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros; sino el que quiera ser grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será esclavo de todos” (Marcos 10, 42-44).[2]
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