El rol de la desconfianza en el pensamiento de Tomas Hobbes y John Locke y su incidencia en el mundo moral y político del siglo XXI
Enviado por Aspasia17 • 29 de Febrero de 2016 • Documentos de Investigación • 4.983 Palabras (20 Páginas) • 572 Visitas
El rol de la desconfianza en el pensamiento de Tomas Hobbes y John Locke y su incidencia en el mundo moral y político del siglo XXI
Rosa María Longo Berdaguer
Las relaciones humanas en nuestro siglo están en crisis: la amistad como valor ha sido desplazada por la competencia y la estimación de las personas no responde a características morales o intelectuales sino que se mide por el éxito y poder económico. El confiado acercamiento al otro se supone una ingenuidad que no condice con la realidad mientras que desconfiar de los demás se considera una conducta normal e incluso inteligente. El viejo dicho: “desconfía y acertarás” se ha convertido en un precepto para la vida.
La preeminencia de la desconfianza sobre la confianza me llevó a investigar el significado y alcance de estos sentimientos así como las raíces teóricas que les dieron cabida en la cosmovisión moderna para tratar de comprender su incidencia en el mundo moral y político actual, sobre todo latinoamericano, ya que desde el poder se generan para manipular a la ciudadanía. Con este objetivo comencé analizando la fundamentación de la desconfianza en las filosofías de Hobbes y Locke, que ambos postulan pero no con un mismo alcance, y su influencia en las propuestas políticas para, finalmente mostrar la permanencia de sus postulados en el siglo XXI y su incidencia en la construcción política actual.
DESARROLLO
¿Qué entendemos por confianza y desconfianza? Confiar y desconfiar significan creer o sospechar sobre una posibilidad futura vinculada con alguien o algo; no son afirmaciones cognitivas sino sentimientos de expectativas subjetivas referidas a ‘un otro’. Como cualquier sentimiento son difíciles de definir en forma precisa porque, aunque necesarios para comprender las relaciones humanas, no se limitan a lo racional sino que incluyen lo emocional y axiológico, pero se puede decir que confiar implica creer, o tener fe en que algo o alguien será o actuará conforme a lo que se espera y desea, mientras que la desconfianza cree lo opuesto, es decir que se desconfía de algo o alguien porque se sospecha que será o actuará en contra de los que se espera o desea. No son dos polos que se alternen necesariamente, o se confía o se desconfía, porque en realidad lo verdaderamente opuesto a ambos es la indiferencia, la carencia de juicio evaluativo. Sin embargo, cuando predomina la desconfianza se requiere de algún tipo de confianza ya que el que desconfía lo hace por razones que contradicen argumentos en los que cree.
La desconfianza como forma de preservar el instinto de conservación humano, de defendernos de las circunstancias imprevistas, parece inevitable. Si bien en ciertos casos puede ser una conducta prudencial, como forma de dirigirse a la vida, es conflictiva. Desconfiamos cuando sospechamos que algo malo puede suceder, lo que genera miedo; cuando presumimos incapacidad o resultados y conductas dañinas de los demás, lo cual amplia la sensación de vulnerabilidad. Vivir desconfiando es vivir con miedo porque es confiar en que el otro te traicionará, y cuanto mayor sea, mayor será el miedo y la inseguridad lo que significa una importante restricción a la libertad porque el miedo suele ser paralizante, puede llevar a recluirse y a la inactividad, o a tomar decisiones apresuradas sin evaluar la veracidad o la magnitud de lo que tememos. Andar siempre desconfiando es paranoia. Confiar siempre es credulidad.
La confianza o desconfianza pueden estar dirigidas al ser humano como tal o sobre sus capacidades, como conocer, comprender, aprender, crear, organizar o gobernarse; pero también hacia sí mismo o hacia los demás, referidas tanto a las personas como a las organizaciones sociales, jurídicas, o políticas. De modo que siempre inciden en la forma de valorarnos como humanos, de encausar la propia vida y en la manera de enfocar las conexiones interpersonales e institucionales. En todos los casos se refiere a un ’otro’: la especie, el propio hacer, las personas o las instituciones.
A lo largo de la historia estos sentimientos cobraron mayor o menor relevancia pero la desconfianza como forma natural de vinculación humana aparece justificada en el siglo XVI. Los pensadores que la fundamentaron y que más incidieron en la concepción antropológica y social moderna fueron Tomas Hobbes y John Locke.
Tomas Hobbes y la desconfianza ontológica
“Así hallamos en la naturaleza del hombre tres causas principales de discordia. Primera, la competencia, segunda la desconfianza tercera la gloria. La primera impulsa a los hombres a atacarse para lograr un beneficio; la segunda para lograr seguridad, y la tercera para ganar reputación” (XIII: 135)
Para Hobbes la relación natural entre los hombres es la desconfianza, afirmación que basa en un análisis filosófico que pretende tener una rigurosidad científica, similar a la galileana, que fundamentaría la veracidad, necesidad y universalidad de sus propuestas. El análisis de su pensamiento permitirá, no sólo entender la lógica de su desconfianza radical y la coherencia de su propuesta política, sino también comprender por qué sus planteos continúan vigentes, con mayor o menor intensidad, en grandes núcleos de la sociedad.
Para preservar la objetividad científica va a proponer la hipótesis de un Estado de Naturaleza, de un contexto pre social carente de cualquier orden legal o político (semejante al Paraíso Terrenal pero secularizado) donde se pueda analizar la naturaleza del hombre en estado puro sin ninguna influencia moral, teológica o social. Reduce al hombre a cuerpo y movimiento acorde con el modelo materialista y mecanicista galileano. La observación de sus movimientos le muestra que todos, tanto los involuntarios como los voluntarios, están dirigidos a la auto conservación de la vida. Y para lograr este único objetivo, las acciones no están generadas por ideas, principios innatos o sentimientos sino por las sensaciones de agrado y desagrado, o sea, por motivaciones subjetivas individuales. A lo que agrega que la forma natural de vivir es aislados y dispersos, dependiendo sólo de sí mismos y obrando sólo para sí mismos. “Los hombres no experimentan placer alguno (sino por el contrario un gran desagrado) reuniéndose, cuando no existe un poder capaz de imponerse a todos ellos.” (XIII: 135) En suma, la naturaleza no provee sentimientos de sociabilidad, solidaridad, piedad o respeto por los demás, no hay sentimientos que no se enmarquen en el egoísmo individual, y si hay movimientos de amabilidad, afecto o bondad para con otro es porque sirve a sus intereses, le presta utilidad o para buscar la satisfacción egoísta de sentirse fuerte.
Estos individuos egoístas son iguales en cuanto a
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