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Ensayo De Tomas Moro


Enviado por   •  26 de Noviembre de 2013  •  483 Palabras (2 Páginas)  •  405 Visitas

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De este modo, ya no nos causa extrañeza modificar los datos de nuestra conciencia para adecuarlos a los de una cierta conciencia mayoritaria, y lo que la mayoría considera que es lícito poco a poco nos lo va pareciendo también a nosotros, o no tan grave como nos parecía o, en cualquier caso, merecedor de respeto. Y en muchas ocasiones —cuando estamos implicados personalmente— tampoco nos cuesta demasiado modificar o silenciar los dictados de nuestra conciencia.

Si además somos personas con responsabilidades sociales, esta­remos dispuestos sin más a escindir nuestra conciencia: por un lado, consideraremos que una determinada ley es injusta, que cier­to comportamiento es inmoral, etc. Pero, por otra, como personajes públicos, consideraremos que debemos «administrar» la opinión de la mayoría y ser los ejecutores de lo que la conciencia social manifiesta que admite o quiere.

Y ello en mayor medida cuanto más nos consideremos como mejores administradores que los demás, más morales, más capaces de «gestionar el mal con el criterio del mal menor». Y, por lo tanto, si la conciencia social quiere adorar al becerro de oro nos­otros construimos para ella el becerro de oro y a esto lo llamamos tolerancia, respeto de la conciencia ajena, fidelidad a nuestro deber público, respeto de las leyes democráticas.

Tomás Moro se encontró ante toda una sociedad que proclama­ba como lícita una ley que su conciencia consideraba como contra­ria al «derecho de Dios».

Ni siquiera tenía la absoluta certeza «teológica» de no estar equivocado; todos los expertos, ¡incluidos el clero y los obispos!, le decían que podía «jurar», aceptar y «administrar» una ley admiti­da por todos. Se trataba indudablemente del hombre que mejor que ningún otro podía «mediar» en la situación, y quizá, si hubie­ra permanecido en su puesto, los males provocados por esa «ley» votada en el Parlamento inglés habrían sido menores.

Pero consideró que no podía quedarse en su puesto; consideró que no podía escindir su conciencia: porque sólo tenía una, que además pertenecía a Dios.

Y se convirtió en un mártir, es decir, en testimonio de Cristo.

¡Cuánto miedo de sufrir, cuánto miedo a la cruz de Cristo, cuánta respetabilidad burguesa se esconde detrás de tanta habili­dad así llamada cristiana que logra al mismo tiempo gestionar su propia conciencia y la de los demás (aunque sea contraria), y quizá se convence a sí misma de que ha sido caritativa!

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