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Filosofia De Leibniz


Enviado por   •  18 de Septiembre de 2012  •  2.057 Palabras (9 Páginas)  •  708 Visitas

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LA FILOSOFÍA DE LEIBNIZ

Como filósofo, Leibniz mostró ese plurifacetismo que caracterizó su actividad mental en general. Sus simpatías eran muy vastas, sus convicciones eran eclécticas, y su objetivo no era tanto el de un pensador sintético que hubiese fundado una nueva filosofía, sino el de un diplomático filósofo, que quisiera reconciliar todos los sistemas ya existentes a base de demostrar su armonía esencial. Consecuentemente, su punto de partida fue muy distinto del de Descartes. Descartes creía que su primera obligación era dudar de las conclusiones de sus predecesores. Leibniz era de opinión que su deber era mostrar cómo casi todos sus predecesores habían llegado a la verdad. Descartes estaba convencido, o por lo menos asumía la convicción, que todos los filósofos anteriores a él habían errado, dado que todos habían parecían haber caído en contradicciones inextricables. Leibniz estaba igualmente convencido que todos los grandes sistemas están fundamentalmente de acuerdo, y de que la unanimidad que muestran acerca de lo esencial es una buena indicación de que están en lo correcto. Consecuentemente, Leibniz resolvió no aislarse de los esfuerzos literarios, filosóficos y científicos de sus predecesores y contemporáneos. Más aún, resolvió utilizar todo lo que la mente humana había logrado hasta sus días y buscar el consenso donde parecían reinar la discordia y la contradicción, y, de ese modo, establecer una paz duradera entre escuelas contrarias. Incluso pensadores tan dispares como Platón y Demócrito, Aristóteles y Descartes, la Escolástica y los modernos naturalistas mantienen algunas doctrinas en común, y Leibniz considera la tarea de su filosofía realzar esas doctrinas, explicar sus múltiples alcances, resolver sus aparentes contradicciones y, así, lograr un triunfo diplomático allí donde otros, como Descartes, habían agravado la confusión. La filosofía a la que Leibniz asignó la pacificación como uno de sus objetivos, es un idealismo parcial. Sus afirmaciones principales son:

La doctrina de las mónadas,

Armonía preestablecida,

La ley de continuidad,

Optimismo.

La doctrina de las mónadas

Al igual que Descartes y Spinoza, Leibniz atribuye gran importancia a la noción de substancia. Pero mientras que aquéllos definen la substancia como existencia independiente, él la define en términos de acción independiente. La noción de substancia como esencialmente inerte (vea OCASIONALISMO) es fundamentalmente errónea. La substancia es esencialmente activa: ser es actuar. Ahora bien, ya que la independencia de la substancia es independencia en lo tocante a la acción, y no en lo tocante a la existencia, no hay razón para sostener, como lo habían hecho Descartes y Spinoza, que la substancia es una. Es indudable que la substancia es esencialmente individual puesto que es el centro de una acción independiente, pero no por ello deja de ser esencialmente múltiple, puesto que las acciones son muchas y variadas. Los múltiples e independientes centros de actividad son llamados mónadas. La mónada ha sido comparada al átomo y es, de hecho, parecida a él en muchos aspectos. Tal como el átomo, ella es simple (carente de partes), indivisible e indestructible. Sin embargo, la indivisibilidad del átomo no es absoluta sino únicamente relativa a nuestra capacidad de analizarlo químicamente, mientras que la indivisibilidad de la mónada es absoluta, pues siendo un punto metafísico, un centro de fuerza, es incapaz de ser analizado o separado de modo alguno. Más aún, según los atomistas, todos los átomos son iguales; según Leibniz no hay dos mónadas exactamente iguales. Por último, la diferencia más grande entre el átomo y la mónada es la siguiente: el átomo es material, y realiza solamente acciones materiales; la mónada es inmaterial y, dado que representa a otras mónadas, funciona de manera inmaterial. Consecuentemente, las mónadas, de las que están constituidos todos los seres, y que son en realidad la única substancia existente, son más como almas que como cuerpos. De hecho Leibniz no duda en llamarlas almas y en llegar a la conclusión obvia que toda la naturaleza está animada (panpsiquismo).

La inmaterialidad de la mónada consiste en su fuerza de representación. Cada mónada es un microcosmos, o universo en miniatura. Es mas bien como un espejo del universo entero porque está en relación con todas las otras mónadas y, así las refleja a todas ellas de tal modo que un ojo omnividente que vea una mónada puede ver reflejado en ella al resto de la creación. Claro que esta representación es diferente en diferentes clases de mónadas. La mónada increada, Dios, refleja todas las cosas clara y adecuadamente. La mónada creada que es el alma humana- la "mónada reina"- representa conscientemente pero con claridad imperfecta. Y según descendemos en la escala desde el hombre hasta la substancia mineral inferior, disminuye la región de representación clara y se incrementa la región de representación obscura. La extensión de la representación clara está en relación con su inmaterialidad. Cada mónada, excepto la mónada increada, es por tanto parcialmente material y parcialmente inmaterial. El elemento material de la mónada corresponde a la pasividad de la materia prima, y el elemento inmaterial a la actividad de la forma substantialis . De ese modo, pensaba Leibniz, la doctrina escolástica de la materia y la forma se reconciliaba con la ciencia moderna. Al mismo tiempo, imaginaba él, la doctrina de las mónadas encarna lo que hay de verdadero en el atomismo de Demócrito, sin excluir lo que hay de verdadero en el inmaterialismo de Platón.

Así pues, el universo, según lo representa Leibniz, está hecho de una infinidad de mónadas indivisibles que suben en una escala de inmaterialidad ascendente desde la más ínfima partícula de polvo mineral hasta el más alto intelecto creado. La mónada más imperfecta tiene únicamente un mínimo brillo de inmaterialidad, y la más perfecta contiene aún un resto de materialidad. De este modo la doctrina de las mónadas trata de conciliar el materialismo y el idealismo enseñando que todo lo creado es parte material y parte inmaterial. La materia no está separada del espíritu por una diferencia tan abrupta como la que Descartes imaginó que existía entre el alma y el cuerpo. Ni las funciones de lo inmaterial son genéricamente distintas de las de la substancia material. El mineral, que atrae y

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