Filósofo estoico
Enviado por emiliogu • 12 de Noviembre de 2013 • Ensayo • 2.491 Palabras (10 Páginas) • 448 Visitas
Filósofo estoico. En Roma fue esclavo de Epafrodito, liberto de Nerón, y siguió las lecciones del estoico Musonio Rufo; una vez emancipado, se dedicó a la filosofía, en especial a la moral. Con otros filósofos hubo de dejar Roma por decreto de Diocleciano (94). A partir de su enseñanza oral, su discípulo Flavio Arriano de Nicomedia elaboró las Disertaciones de Epicteto, conjunto de lecciones del maestro, y el Enquiridión
Epicteto nació el año 50 cerca de Hierápolis de Frigia, la ciudad de Cibeles, ruidosa de ritos orgiásticos y llena de vapores sagrados. No se sabe cuándo ni cómo fue llevado esclavo a Roma. También su nombre resulta incierto; posiblemente debe de ser un mero adjetivo ("apéndice"). Su señor Epafrodito, a quien algunos juzgan el famoso liberto de Nerón, le desfiguró con fría crueldad. Mientras el instrumento de tortura iba torciéndole la pierna, Epicteto se limitó a decir al verdugo: "¡Mira que la romperás!" Y cuando, finalmente, la pierna llegó a quebrarse, Epicteto añadió sencillamente: "¡Ya te lo dije!"
Esta narración proviene de Celso, cuyas páginas se hallan reproducidas por Orígenes (Contra Celsum, III, 368); y aun cuando el Léxico de Suidas no ofrece la misma explicación dramática del defecto de Epicteto, que atribuye al reuma, no hay otros motivos para rechazar algo aceptado por autores como Orígenes y los hermanos César y Gregorio de Nacianzo. Indudablemente, Epafrodito no debía de ser un amo generoso; para librarle de las acusaciones de crueldad resultan insuficientes el permiso que dio a Epicteto para que pudiera asistir a las lecciones de Musonio Rufo y, finalmente, la manumisión de su esclavo.
Epicteto citaba algunos rasgos de su antiguo dueño, que no proponía a la imitación de los discípulos; esto fue toda su venganza. El filósofo estoico Musonio Rufo ejerció en Epicteto una impresión indeleble y convirtió al esclavo en un "gran misionero del estoicismo" (Souilhé), entendido precisamente como forma de vida, y en un admirable maestro de los jóvenes. La mejor aristocracia romana, con los nombres más ilustres de la época neroniana, que vivió momentos de terror, profesó un estoicismo del que hasta cierto punto hizo una moda.
Sin embargo, la tiranía y la filosofía no podían coexistir, y Musonio Rufo se vio desterrado por Nerón; Epicteto, comprendido en la proscripción senatorial general del 94 dirigida contra filósofos, matemáticos y astrólogos, se estableció en Nicópolis, en el Epiro, donde poco tiempo después se hizo tan famoso que atrajo con sus enseñanzas a cuantos viajeros hacían escala allí de paso para la Magna Grecia, incluido el infatigable periegeta que fue el emperador Adriano. Tanto en Nicópolis como en Roma, Epicteto vivió pobre y solo. Simplicio dice que únicamente para cuidar de un huerfanito adoptado tomó consigo a una mujer, hacia el final de su vida. Murió entre los años 125 y 130.
Su palabra era tan vigorosa, espontánea y sincera que ha permanecido viva en las notas redactadas con fidelidad taquigráfica por un amoroso discípulo, Flavio Arriano de Nicomedia. A él y a su fiel entusiasmo debemos las Disertaciones y el Enquiridión. Se conservan además algunos fragmentos procedentes de Marco Aurelio, Aulo Gelio, Arnobio y Stobeo. Sin embargo, el lenguaje rudo, los vivos parangones y la energía austera son siempre del maestro. Arriano no quiso presentarse en absoluto como autor y fue sólo un editor perfecto.
Aun cuando Epicteto no resulte nada original en el ámbito especulativo, sí lo es, en cambio, en su completa transposición práctica del estoicismo, al cual no pide una vida tranquila junto a los demás, ni una optimista armonía con las grandes leyes, inmanentes, con el mismo Dios, en el mundo, sino (y en ello aparece la profunda huella de su persona humana) la libertad como conquista ética, liberación religiosa más bien, e independencia absoluta del alma. En las Disertaciones no alienta el gran estoicismo de Séneca Posidonio. Epicteto busca la virtud (libertad y no sabiduría) con una especie de inflexibilidad y con la fe comunicativa que anima su lenguaje.
Traducidas también a veces como Diatribas o Discursos de Epicteto, las Disertaciones se componían originariamente de ocho libros de los que sólo nos han llegado cuatro. En una carta dirigida a Aulo Gelio y puesta al principio de las Disertaciones, el mismo Flavio Arriano de Nicomedia afirma que se ha limitado a transcribir fielmente cuanto oyó de labios del maestro en la escuela por él fundada en Nicópolis, en Epiro. Y que espera que, aun a través de su estilo desaliñado, se manifieste claramente la sublimidad de las enseñanzas de Epicteto y la excelsa misión moral que con ellas se propuso.
Las Disertaciones es una obra de una importancia fundamental para conocer el tercer período del estoicismo, llamado romano, que tiene en Epicteto y en Marco Aurelio sus máximos representantes. El interés del filósofo se dirige sobre todo a los problemas morales, y, abandonando la tendencia ecléctica en que el estoicismo había caído, recoge en todo su rigor el concepto de una voluntad racional que gobierna al mundo y a la que el individuo debe entera sujeción. De ahí el aire de religiosidad que respira toda la obra. Es de notar también la influencia que sobre Epicteto han ejercido las doctrinas cínicas; por lo demás, no sólo en el título, sino también en la forma, las disertaciones redactadas por Arriano evocan las "diatribas" cínicas de carácter popular.
Primer concepto fundamental en la construcción de Epicteto es el de la Providencia divina que gobierna el mundo y que lo dirige según las leyes de la naturaleza (coincidentes con las de la razón humana) en el mejor de los modos. Dios, padre de los hombres, lo ha predispuesto todo para su bien material y moral; si el mal interviene en la vida humana no es culpa de la Providencia, sino del hombre mismo que, olvidando su origen sublime y su razón (centella divina que debería guiarlo en todas sus acciones), se deja seducir por falsas apariencias del bien y se somete a los vicios y pasiones.
Con tal proceder, el hombre renuncia a su privilegio, se hunde en la miseria y niega aquella libertad suprema que Dios ha querido darle sólo a él entre todos los seres del universo. El hombre es, en efecto, libre, desde el momento que tiene en su poder las únicas cosas que importan: el uso de su pensamiento, de sus inclinaciones, de su voluntad, de todo cuanto precisa para preservar por completo su libertad de una primera cadena de esclavitud, la de las pasiones que turban el espíritu como enfermedades del alma. En cuanto al segundo vínculo de esclavitud, el de las cosas exteriores, tiene su origen en una idea errónea: honores, riquezas, salud o nuestro mismo cuerpo no nos pertenecen; nos han sido dejados
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