Honduras
Enviado por kevin79 • 31 de Julio de 2014 • Síntesis • 1.958 Palabras (8 Páginas) • 229 Visitas
La historia de vulnerabilidad de Honduras se divide en dos: antes y después del huracán Mitch. El fenómeno, uno de los más nefastos registrados en el siglo XX, dejó una estela de luto y tragedia a su paso por el país en octubre de 1998.
De acuerdo a cifras oficiales, 5,657 personas murieron por causa del huracán, otras 8,058 desaparecieron, casi un millón y medio resultaron damnificadas y 285 mil perdieron sus viviendas.
Las torrenciales lluvias dejadas por el fenómeno, que tuvo una trayectoria lenta y errática, provocaron además serios daños en el 60 por ciento de la infraestructura y al 70 por ciento del sector agrícola en los 18 departamentos de Honduras, principalmente en la costa atlántica, la región central y sur.
Ante la caótica situación, las escuelas y colegios dejaron de impartir clases, afectando a unos 150 mil niños y jóvenes, mientras 23 de los 28 hospitales públicos que sufrieron daños en sus estructuras, trataban de brindar asistencia a más de 12 mil heridos y enfermos.
también provocando deslizamientos con los cuales varias casa en la costa norte quedaron sin hogar y en Tegucigalpa el cerro más grande de Honduras se derrumbó, muchas personas perdieron sus hogares por culpa del huracán Mitch.
Las pérdidas económicas registradas entonces superaron los cinco mil millones de dólares, de acuerdo al cálculo de organizaciones financieras internacionales.
Hoy, casi 15 años después, el estado de vulnerabilidad de Honduras sigue siendo crítico. Cada año, entre mayo y noviembre, la temporada lluviosa provoca serios daños, derrumbes, inundaciones y continúa siendo un riesgo para la población.
Solo en Tegucigalpa, según la Alcaldía Municipal del Distrito Central, alrededor de 300 mil capitalinos viven en zonas de riesgo.
Al igual que la capital, otros 80 de los 298 municipios han sido calificados como "los más vulnerables" por la Comisión Permanente de Contingencias (Copeco).
No obstante, la tragedia también ha dejado lecciones aprendidas, según los expertos. Actualmente, a pesar de que las escenas de octubre de 1998 se repiten en varias zonas de Honduras, se ha reducido significativamente el número de muertes y se trabaja en programas para reducir los riesgos con la participación de los ciudadanos, conscientes cada vez más de las acciones necesarias para preservar sus vidas. El viernes 23 de octubre, días antes de la entrada del Mitch a Honduras, supimos por los medios que se había formado este huracán y era peligrosísimo. Categoría 5, se decía. Lo seguimos por TV, un torbellino rojo sobre el azul profundo del mar. Cada día acercándose a nosotros. Pero pensamos que pasaría de largo. Cuando por fin golpeó a Guanaja, una pequeña isla de las Islas de la Bahía, el lunes 26, todavía pensamos que seguiría de largo hacia Belice, pero cambió súbitamente de rumbo y se lanzó feroz sobre la costa garífuna de la desembocadura del Aguán, cerca de Trujillo.
El anuncio por los medios probablemente salvó muchas vidas. Algunos habitantes no habían sido testigos del huracán Fifí en 1974, pero las personas que sí lo fueron, alertaron acerca de los peligros. La voz del Centro de Huracanes de Miami le daba autoridad al pronóstico. En El Progreso, valle de Sula, comenzaron a sentirse las lluvias torrenciales el miércoles 28. Ya se sabía que el huracán se había cambiado en tormenta tropical. Esto alivió el nerviosismo, aunque se decía que caerían 500 mm de agua, lo que significa mucho, pero no nos dábamos cuenta de cuánto sería.
Cuando comenzaron a subir las aguas del río Ulúa ayudamos a sacar a alguna gente que no tenía radio, menos TV. No querían salir. No habían oído la alerta más que de sus vecinos. Cada año les sube el agua bajo la cama. Si salen, sólo es al borde de la vía pavimentada. Pero los sacamos casi a la fuerza. Gente tan pobre en una ciudad ya moderna, que la niña pequeña pegaba de gritos en el carro, de noche, porque nunca se había montado en un vehículo de cuatro ruedas.
En los cerros junto a la ciudad algunas gentes no pudieron escapar al peligro porque el agente del desastre no se acercó lentamente, como la inundación del gran río que va subiendo de nivel, sino de repente en forma de avalancha de tierra que los dejó sepultados. En la aldea de Las Minas, municipio de El Progreso, 9 miembros de una familia quedaron enterrados de esta manera.
Otras gentes escaparon por el ruido de la quebrada que bajaba de la montaña y arrasaba la comunidad, como en La Guacamaya, aldea también cercana, que quedó devastada por el agua, el lodo, los palos y las piedras de una quebrada que en verano casi se seca. Pero no murieron, creo, ni cinco personas. Perdieron sus casas y sus cosas, pero salieron.
En otros lugares, como en un pueblo de este municipio, Urraco, la gente salió de sus casas a tiempo y logró evacuar a niños y ancianos, pero quedaron en un mar, como náufragos, sobre una colina rodeados de agua por todos lados. Ya no fue el agua del gran río Ulúa la que los amenazaba, sino el hambre y la sed. Qué contradicción, morirse de sed en una inundación. Las aguas del río venían contaminadas. Otras gentes en esa misma área bananera se quedó en las copas de los árboles o en los techos durante varios días llamando con sus brazos a los helicópteros que pasaban evacuando a la gente.
Por fin un peligro que encontraron los de esta zona rural fueron las serpientes venenosas (las barbamarillas), que junto con las personas se trepaban al mismo árbol.
Mucha gente pensó que Mitch era castigo de Dios. Creo que era castigo de la naturaleza que la globalización ha herido al recalentar la atmósfera y destruir la capa de ozono, haciendo nacer fenómenos naturales que tienen más fuerza, peligrosidad y frecuencia que antes jamás. Pero también la globalización permitió la detección del agente del desastre y comunicó la alerta por los medios de comunicación que actualmente están más difundidos que cuando golpeó el Fifí en 1974. Quizás a eso se debe que hubiera menos muertos
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