JUAN SALVADOR GAVIOTA
Enviado por • 20 de Junio de 2014 • 984 Palabras (4 Páginas) • 234 Visitas
JUAN SALVADOR GAVIOTA.
Richard Back.
Primera Parte.
Amanecía, y el nuevo sol pintaba de oro las ondas de un mar tranquilo.
Chapoteaba un pesquero a un kilometro de la costa cuando, de pronto, rasgó el aire la voz llamando a la bandada de la comida y una multitud de mil gaviotas se aglomeró para regatear y luchar por cada pizca de comida.
Comenzaba otro día de ajetreos.
Pero alejado y solitario, más allá de barcas y playas, está practicando Juan Salvador Gaviota. A treinta metros de altura, bajó sus pies palmeados, alzó su pico, y se esforzó por mantener en sus alas esa dolorosa y difícil posición requerida para lograr un vuelo pausado. Aminoró su velocidad hasta que el viento no fue más que un susurro en su cara, hasta que el océano pareció detenerse allá abajo. Entornó los ojos en feroz concentración. Contuvo el aliento, forzó aquella torsión un… sólo… centímetro… más…
Encresparónse sus plumas, se atascó y cayó.
Las gaviotas, como es bien sabido, nunca se atascan, nunca se detienen.
Detenerse en medio del vuelo es para ellas vergüenza, y es deshonor.
Pero Juan Salvador Gaviota, sin avergonzarse, y al extender otra vez sus alas en aquella temblorosa y ardua torsión –parando, parando y atascándose de nuevo-. No era un pájara cualquiera.
La mayoría de las gaviotas no se molesta en aprender sino las normas de vuelo más elementales: como ir y volver entre playa y comida. Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa sino comer. Para esta gaviota sin embargo, no era comer lo que le importaba, sino violar. Más que nada en el mundo, Juan Salvador Gaviota amaba volar.
Este mod de pensar, descubrió, no es la manera con que uno se hace popular entre los demás pájaros. Hasta sus padres se desilusionaron al ver a Juan pasarse días enteros, solo, haciendo cientos de planeos a baja altura, experimentando.
No comprendía, por qué, por ejemplo, cuando volaba sobre el agua a alturas inferiores a la mitad de la envergadura de sus alas, podía quedarse en el aire más tiempo, con menos esfuerzo; y sus planeos no terminaban con el normal chapuzón al tocar sus patas en el mar, sino que dejaba tras de sí una estela plana y larga al rozar la superficie con su patas plegadas en aerodinámico gesto contra su cuerpo. Pero fue al empezar sus aterrizajes de patas recogidas – que luego revisaba paso a paso sobre la playa- que sus padres se desanimaron aún más.
-¿Por qué, Juan, por qué? –preguntaba su madre- . ¿Por qué resulta tan difícil ser como el resto de la bandada, Juan? ¿Por qué no dejas los vuelos rasantes a los pelícanos y a los albatros? ¿por qué no comes? ¡Hijo, ya no eres más que hueso y plumas!.
-No me importa ser de hueso y plumas, mamá. Sólo pretendo saber qué puedo hacer en el aire y qué no. Nasa más. Sólo deseo saberlo.
-Mira, Juan –dijo su padre, con cierta ternura-. El invierno está cerca. Habrá
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