La Ciudad De Los Dioses
Enviado por germangfgg • 17 de Octubre de 2013 • 1.640 Palabras (7 Páginas) • 1.049 Visitas
Es la principal obra de San Agustín. Fue escrita entre los años 413 y 426 para refutar la
opinión de que la caída de Roma en poder de los godos de Alarico (año 410) había sido
causada por la aceptación del cristianismo y por el abandono de los dioses del Imperio, que
en castigo habían dejado a Roma desamparada en manos de los bárbaros.
Agustín se enfrenta a esta opinión en los cinco primeros libros de los 22 que tiene la obra,
mostrando que Roma había caído por su egoísmo y por su inmoralidad. Además, en los cinco
libros siguientes, Agustín demuestra que ni el politeísmo popular ni la filosofía antigua
fueron capaces de preservar el Imperio y dar la felicidad a sus habitantes.
Los otros doce libros están dedicados a presentar el nacimiento, desarrollo y culminación
del enfrentamiento entre las dos ciudades, la terrenal y la celestial, encarnada ésta en la
Iglesia de Cristo. Así, los libros XI-XIV muestran cómo nacen las dos ciudades, los libros
XV-XVIII presentan su desarrollo en este mundo, el libro XIX expone la finalidad de las
dos ciudades y los libros XX-XXII están dedicados a su culminación tras el juicio final.
El libro XIX, es un libro muy bello, en el que San Agustín hace un profundo análisis de las
nociones de justicia, paz y felicidad. En concreto, los capítulos 11-17 están dedicados al
tema de la paz: definición (la paz es la tranquilidad del orden), formas de la paz, medios
para conseguirla (las leyes), etc.
El libro muestra otro enfoque acerca de la creación y lo que nos espera en la vida después
de la muerte. No descubre nada nuevo sobre la historia, sencillamente como el resultado,
de una serie de principios universales; lo que San Agustín nos ofrece es una síntesis de
historia universal a la luz de los principios cristianos. Su teoría de la historia procede
estrictamente de la que tiene sobre la naturaleza humana, que a la vez deriva de su teología
de la creación y de la gracia. No es una teoría racionalista, si se considera que se inicia y
termina con dogmas revelados; pero sí es racional por la lógica estricta de su procedimiento
e implica una teoría definitivamente filosófica y racional sobre la naturaleza de la sociedad
y de la ley, y la relación entre la vida y la ética.
San Agustín piensa que en toda sociedad existen dos ciudades, la de aquellos que se aman a
sí mismos hasta el desprecio de Dios y la de aquellos que aman a Dios hasta el desprecio de
sí mismos; pero estas dos ciudades no se pueden identificar con el Estado y la Iglesia,
respectivamente.
Todos los Estados de esta tierra son “Estados terrenales”, incluso cuando los rigen
emperadores cristianos. En cuanto tales, tienen que preocuparse exclusivamente de
organizar la convivencia entre los ciudadanos de forma pacífica y tratando de que todos
tengan acceso a los bienes temporales.
Es cierto que la autoridad sólo corresponde a Dios, pero también lo es que quiere que los
hombres ejerzan el poder como servicio y responsabilidad: quien ostenta la autoridad debe
comportarse con los subordinados como un padre con sus hijos.
La autoridad comprende tres funciones: mandato, previsión y consejo. El Estado no es el
instrumento a través del cual la Iglesia tenga que llevar adelante los planes de Dios sobre
la existencia humana.
Tanto la monarquía, como la aristocracia o la democracia son sistema válidos de gobierno: lo
importante es que cumplan con sus objetivos.
También habla de que las dos ciudades tienen como objetivo último la paz, aunque la ciudad
terrenal la busca como un fin en sí misma y la ciudad celestial, como un medio para alcanzar
la “paz eterna”.
A la ciudad del mundo le tocará una eternidad de dolor, a la vez que moral y física (XXI),
eternidad de pena contra la cual no valen ni las objeciones físicas derivadas de la
pretendida imposibilidad de fuego que no se consume, ni las morales, que dependen de una
pregunta desproporcionada entre el pecado temporal y el castigo eterno: la gravedad del
cual será, no obstante, proporcionada en intensidad a la entidad de la culpa.
En cambio, a los santos quedará reservada la bienaventuranza eterna (XXII); no sólo para
las almas en la contemplación de Dios, sino para los propios cuerpos que resucitaran a una
vida real, aunque diversa de la terrena. La forma de la resurrección no esta clara; pero el
hecho, a pesar de las objeciones de los platónicos, es cierto; como es seguro que, aun
siendo en la ciudad de Dios es primer lugar de predestinación divina, no es diferente para
ella la orientación del libre albedrío humano. La observación de la vida psíquica podrá dar a
entender cuál ha de ser la bienaventuranza eterna como satisfacción de las exigencias
positivas del hombre. Ella será, por lo tanto, el gran
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