La Filosofía De La Catástrofe
Enviado por eddyu • 6 de Septiembre de 2012 • 3.101 Palabras (13 Páginas) • 579 Visitas
La Filosofía de la Catástrofe
por Oscar Portela
El humor, nada mas importante. Sin embargo no existe una estética del humor.
Aún menos una ética. Se la escribirá algún día. Nosotros con seguridad no la veremos.
Si toda experiencia esta signada por el fracaso, nada más humorístico que la tragedia. En la esencia de lo trágico reside la posibilidad del humor. El espíritu de la solemnidad que detestaba Nietzsche es precisamente lo opuesto a lo trágico y por consiguiente ignora absolutamente lo que significa el humor como experiencia , y sobre todo como teología negativa de la salvación.
La erudición es solemne. Solo la ignorancia es verdaderamente tragica ( Edipo) sobre todo porque se ignora a si misma. El fracaso como la esencia de lo trágico, se abre entonces sobre la significancia del humor, como el deseo se abre sobre la apetencia de absoluto, es decir de muerte.
Pero el humor nos rescata de la solemnidad del absoluto y nos devuelve a la experiencia de la finitud sin otra culpa que haber consentido al insensato juego de soñar, esto es de escribir, de descifrar, y de buscar en los códigos los significados ocultos de los acontecimientos.
Toda vida es catastrófica.
Abrimos los ojos en un avión hundido en lo profundo de un océano, y miramos alrededor alabando las bellezas submarinas. El azar es la única tarjeta de crédito para encontrar un punto de apoyo en lo abismal de un precipicio labrado sobre una certeza que enloquece. La certidumbre ,insistía Nietzsche , y no las dudas son las que vuelven loco a Hamlet.
Y la locura es en principio una pobre respuesta. Fe en el azar entonces, en ese prodigio que todavía puede cambiarlo todo. La fe del caballero errante, la fe de don Quijote y Kierkeggard que son esa fe tosca en un azar al que se le ponen los nombres mas diversos, Dios, Espíritu Santo, eterna volubilidad de la inteligencia que guía entre las tinieblas.
Cualquier cosa antes que la necesidad que tiene el nombre de que todo se ajuste cálculo y razón. No existen razones suficientes que nos permitan despertar en el fondo del océano, y aullar como lobos en las desiertas noches de la estepa. No hay pasado ni mañana sino asfixia, falta de oxigeno., y todas las maneras de prolongar esta agonía que llamamos estar vivos.
Solo queda el arte de preservar la vida en la muerte, el arte del momificador, que ve en el espejismo de la vida la verdad de la muerte, esto es, su rigidez de momia y el rictus de la calavera.
Rindiendo culto a la muerte salvemos a la vida, no absolviéndola del decurso de la temporalidad y la finitud en cualquier trasmundo, o cualquier forma de trascendencia, sino precisamente evitando que la sal de las aguas no se evaporen en las neblinas de la noche.
La inmanencia es muerte irremediable, es necesidad absoluta, es la palabra sacrílega que no debe decirse porque nadie debe despertar en lo profundo del abismo. Nadie puede pensar en el fondo del abis mo ni adormecerse con los cantos de sirena de la razón necesidad.
En este punto, solo nos queda entonces el ojo de la cerradura y del azar, que abre puertas a las combinaciones de la alquimia. Alquimia de una fe que ya no puede investirse de los poderes y las cualidades de la fe. Fe que no es fe y es simple desesperación, y el oxigeno que todavía queda en las cabinas presurizadas del avión. Después de esto, la noche.
Todo anterior al azar y la necesidad, pero esto ya no nos importa. La tarjeta de crédito a quedado vencida. Y la razón también. La pregunta es la siguiente: ¿que tipo de humor resiste todavía la presión del abismo cuando el oxigeno se acaba y no existen razonables deseos que nos permitan reír?
Y sin embargo la única estética posible, la única ética seria sería la que considerara al humor, como forma preventiva de evitar mayores catástrofes en el corazón ominoso de la vida. La existencia autentica tiene que ver con el humor y solo el humor puede salvar la esencia de lo trágico.
No he leído a Eduardo Von Hartman que recetaba la necesidad de un suicidio colectivo como forma de salvar al alma. Pero esta sí que me parece una humorada formidable y su autor es realmente un humorista genial a pesar suyo y de la filosofía.
Aprender a reírse de estas cosas es ya un principio de salvación. No por la filosofía, por supuesto, sino por el tocador pues para liberarnos de temores debemos pretender que la tragedia salva. Las catástrofes no sobrevienen súbitamente. Se vive en la catástrofe.
No se porque mañana y no más bien hoy. La tragedia no purifica ni salva de las catástrofes. Nadie debe soñar en despertar redimido de una catástrofe, salvo que las pesadillas y las abominaciones se han vuelto tan familiares a nosotros ya.
Y en esto consiste el poder de la tragedia. Neutralizar el poder fascinante y provocador de las catástrofes que paralizan a quien las obseva como Medusa paralizaba a sus ocasionales visitantes.
Movernos constantemente, exaltar las trampas de la seducción, el hechizo del ser y no despertar , porque nadie quiere despertar prisionero de la camisa de Neso de la necesidad, en todo esto consiste -también la glorificación de la historia con mayúsculas de los movimientos y acontecimientos historiales.
No son estas las que están expuestas al fracaso y al desastre. La catástrofe preside historias cotidianas, sueños intransferibles, lozanas manzanas de la confianza en la rutina, pervierte y subvierte el sentido de la repetición, agota el sentido, produciendo el exceso de sentido (la catástrofe), como bien señalaba Foucault hace ya bastante tiempo.
Nadie puede ensimismarse en la contemplación puras interioridadades, ni tampoco hacerse coextensivo al espesor de un mundo plagado de proyectos vecinos a nuestra compulsiva realidad. Somos inquilinos de un "jet" sumergido en las profundidades de las aguas y nuestros prójimos son solo marcas, señales de que la catástrofe máxima consiste en no poder estar a solas con nuestros vencimientos. El deseo y las pulsiones sexuales, constituyen aún la máxima potencia de las catástrofes.
Pero la tragedia de la catastrofe consiste en su fracaso, no consigue naufragar definitivamente, y nos reconduce a la asfixia de los túneles submarinos, a los analgésicos de ocasión. Hamburguesas, leche chocolatada, sexo sin reproducción, salsas de soja y hojas de periódicos, para constatar que el desastre se reproduce como el cáncer y que todo nace viejo y sin destino.
La televisión como en un viejo film do terror, en la que Vincent Price solitario y nostalgico contempla a sus muertos, solo en un mundo sin semejantes reproduce la mejor imagen que podemos tener de nosotros mismos.
Fantasmas aterrados que siguen aferrados al recuerdo del
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