La Vida Y Muerte
Enviado por esmac182 • 28 de Mayo de 2014 • 8.261 Palabras (34 Páginas) • 251 Visitas
Tanto la muerte como el morir, y la experiencia del dolor, a menudo presente en el moribundo, no cuentan con una explicación plenamente satisfactoria para la persona si no es a la luz de una cosmovisión unitaria de su ser en comunidad interpersonal y de carácter transcendental. Seguidamente explicaremos el aporte de una cosmovisión ubicada en el contexto de una antropología personalista atenta a la dimensión individual y comunitaria de la persona (en la segunda parte de esta ponencia expondremos la cuestión de la trascendencia y su dimensión espiritual). Proponemos una antropología según el método orgánico. Este método, sin ser exclusivamente confesional, sí apunta a la trascendencia religiosa en cuanto exigencia inherente al ser persona.
A. La antropología filosófica no puede resolver definitivamente el problema del significado de la muerte, más bien intenta impedir la huida del hombre ante el interrogante que se le impone como desafío a su dignidad. En primera instancia nos ubicaremos en la tradición filosófica que insiste en que la vida no se entiende sin plantearse el tema de la muerte. Explicaremos que la estructura misma del hombre, su dinamismo, su sentido de planificación o proyecto vital, son razones suficientes para esperar en otra vida la plenitud y el cumplimiento de sus más profundos anhelos, por lo cual la muerte no se le aparece como el límite a sus aspiraciones. Es decir, la esperanza se revela como rasgo de la trascendencia en el ser mismo de la persona. Pero antes de exponer una antropología personalista, resulta instructivo revisar de nuevo la postura existencial - agnóstica en torno del tema de la muerte y del morir, ya que la misma, como nosotros, centra su atención en la vivencia del morir y busca en la experiencia existencial claves para exponer el tema a nivel de interpretación reflexiva e invitar al compromiso personal. En los tramos siguientes mantenemos la reciprocidad (si bien los hemos distinguido conceptualmente) entre los conceptos “muerte” y “morir”.
A.1. Según explica Gordillo - Álvarez[1], M. Heidegger insiste en que el enfrentarse a la propia muerte de forma realista da muestra de la autenticidad de la vida, ya que este encuentro con la muerte propia lo puede realizar tan sólo la persona, el ser consciente y responsable de su existir, en el seno de su individualidad intransferible. La muerte como dimensión constante en el curso de la vida contribuye a que cada uno reconozca su individualidad o su ser único. Según Heidegger, hay una forma de ir libremente a la muerte y esta consiste en anticipar la muerte en cada experiencia vital, con lo cual se aceptan mejor las desilusiones, todo se evalúa en su temporalidad reconociéndose su finitud. Nos advierte la autora citada que no hemos de confundir la expectativa de la muerte con la esperanza en la continuidad de la vida, ya que para Heidegger la muerte es ausencia de toda posibilidad o el final de los proyectos que configuran la existencia. Gordillo - Álvarez compara a Heidegger con J. P. Sartre. Señala que para Sartre la muerte no puede ser asumida ni menos aún integrada a la experiencia humana de la existencia. Según Sartre, la muerte viene radicalmente desde fuera del ser e interrumpe la existencia caracterizada por una constante liberación de toda forma estática o determinada de ser. Inspirado en la perspectiva de Sartre, A. Camus deriva la siguiente implicación: la muerte es la pérdida de toda esperanza; el hombre trata de evitarla refugiándose en el anonimato de la vida moderna que entretiene y distrae con sus novedades y comodidades. Pero se impone la consciencia de estar sometido al tiempo y su inexorable conducción hacia el deterioro, lo cual suscita un sentimiento de lo absurdo de aspirar a lo eterno siendo temporal, a lo infinito siendo finito. En resumen, la muerte para Heidegger contribuye a la autenticidad porque nos individualiza, mientras que para Sartre y Camus la muerte revela lo absurdo de la existencia humana porque rompe todo proyecto, toda libertad personal, y así resta significado a la existencia.
A.2. La corriente agnóstica de la filosofía existencial, brevemente señalada, nos desafía a vivir sin esperanza pero sin caer en la desesperación radical ni inferir de lo absurdo una propuesta al suicidio. Se estima que ambas, la desesperación y el suicidio, son huidas y excusas para no comprometerse tal como la corriente existencialista exige del ser humano.
Pero la resistencia a las dos formas de huida constituye una decisión voluntariosa e irracional, y por eso carente de una integración a la totalidad del ser persona como agente intelectual, volitivo y afectivo encarnado. La muerte en el existencialismo agnóstico se ha de aceptar como una realidad trágica que compromete nuestra existencia y libertad para así vivir la condición humana con autenticidad. Debe resistirse a caer en la inautenticidad provocada por la ausencia de esperanza y a ser víctima de la angustia generada por la resistencia a enfocar la muerte como posibilidad constantemente presente. La inautenticidad puede conducir a llenar totalmente el tiempo y la mente con actividades, diversiones, idolatrar el cuerpo centrando la vida en mantenerlo en condiciones de salud y bienestar.
A.3. Una perspectiva antropológica centrada en el concepto persona como agente racional y responsable ante su bien en cuanto espíritu encarnado, también reconoce que la muerte no es meramente la descomposición de un organismo vivo sino más bien la desintegración de una existencia humana y la correspondiente imposibilidad de expresar nuestra vida personal en el mundo. Se trata de un desarraigo del mundo en el que vivimos, de un separar de todo lo que tiene sentido para la realización de un proyecto vital. Se enfrenta el proceso del morir con una angustia que emana del fondo mismo del ser persona y que con frecuencia incluye la soledad absoluta. Pero a diferencia de la interpretación que de esta experiencia nos ofrece el existencialismo agnóstico, la antropología personalista reconoce una vía de trascendencia sin por ello ocultar la realidad inquietante de la muerte.
a) El personalismo nos exige interiorizar la muerte, hacerla aparecer ante la conciencia como algo que afecta la existencia humana. No le basta con verla como un suceso futuro que vendrá, sino que es algo presente ya en el modo de ser persona como entidad en parte histórica/temporalizada, lo cual ayuda a interpretar las cosas y eventos bajo el signo de la temporalidad sin perder de vista lo permanente. La muerte se convierte en algo vivido, en autoposesión definitiva de la existencia. Morir es el encuentro personal con mi vida, con quien soy y como soy, lo cual depende de una decisión personal. Ello supone y a la vez afirma la dignidad intrínseca de la persona en su ser. Es decir, superando el posmodernismo,
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