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Las aventuras de erseo y la Мedusa gorgona


Enviado por   •  6 de Mayo de 2015  •  Resumen  •  5.441 Palabras (22 Páginas)  •  357 Visitas

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Me gustaría contaros, a mi manera, las aventuras de Perseo y de la gorgona Medusa. Sé muy bien lo que hago cuando cuento estas historias, no las altero ni las invento, sino que las cuenta un antiguo poeta griego, Hesíodo, en el siglo VII antes de Cristo, poco más o menos tal como os las cuento yo, o más bien yo las cuento más o menos como lo hace él.

Son historias que, a primera vista, parecen peregrinas, extrañas, sin fundamento, pero, cuando reflexionamos sobre ellas, vemos que no se trata de una tontería. Voy a intentar demostraros por qué.

La historia empieza con dos personajes, gemelos, que ya se peleaban en el vientre de su madre. En el útero materno, uno y otro ya se dan puntapiés. Nacen y siguen compitiendo para saber quién será el rey de la bella ciudad de Argos. El que no tenga Argos tendrá una ciudad un poco más pequeña justo al lado, Tirinte, en el Peloponeso griego.

Acrisio, que será el rey de Argos, es un personaje incómodo y no muy simpático, la verdad. Tiene una hija que se llama 15-ánáp y es muy joven, de 15 o 16 años, período que los griegos denominan pártenos, esto es, la edad previa al matrimonio. Es maravillosamente hermosa, es la seducción hecha mujer. Pero él no quiere saber nada de ella, él quiere un varón, como muchos griegos en esa época, y no solamente en esa época, y no solamente los griegos. Él quiere un chico, de modo que acude a Delfos a consultar al oráculo de Apolo y le dice: «¿Qué debo hacer para tener un hijo varón, además de una hija?». Como de costumbre, el oráculo no contesta a la pregunta que se le hace, pero le dice: «Tu nieto, el hijo de tu hija, te matará». Acrisio regresa a su palacio destrozado, y toma esta decisión: hace construir en el patio de su palacio una especie de cámara subterránea, de bronce dicen algunos, y manda descender a la pobre Dánae con sus 15 o 16 primaveras, junto a su dama de compañía, una especie de aya que se ocupa de ella. Luego las encierra, les da de comer y piensa: «Dánae está en una prisión, encerrada allá dentro, fuera nietos».

Pero el padre Zeus, que es el rey de los dioses en el Olimpo, desde su trono, en lo alto del cielo, lanzó una mirada, y eso sucedió en una época, según nos cuentan los griegos, en la que los dioses y los hombres no estaban todavía tan separados: vivían en dos mundos distintos, pero de vez en cuando los dioses echaban el ojo a las más hermosas jóvenes mortales y quizá, quizá, si creemos en las leyendas y especialmente en la de Zeus, quizá les encontraban un encanto que las diosas, por hermosas que fueran, no tenían. Porque eran humanas mortales, precisamente, y porque de niñas se convertían en jóvenes púberes, maravillosamente hermosas en su primavera, y luego maduraban, envejecían y morían, y su belleza y su encanto, para los dioses que permanecen siempre eternamente jóvenes sin que nada cambie, tenían ese punto emocionante de una cierta fragilidad, puesto que su belleza, finalmente, con los años, desaparecería. En cualquier caso, Zeus se enamora de Dánae. Naturalmente se burla de la prisión de bronce en la que la joven Dánae ha sido encerrada, se introduce en ella en forma de lluvia de oro y se une a Dánae, y he aquí que de estos esponsales entre el gran dios y la joven humana nace un niño, Perseo. Es un niño fuerte y que, con todas las fuerzas de sus pulmones, grita desde el fondo de la

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Profesorado de Educación Especial c/o en Discapacidad intelectual Alfabetización Académica-1° A

cámara. De manera que, un buen día, mientras Acrisio pasea por el patio, oye unos ruidos extraños que vienen de abajo_ «¿Qué es eso?», se dice_ Ordena abrir la cámara subterránea, hace subir a la sirvienta y a Dánae y ve que esta última_ sostiene un niño en sus brazos. Acrisio es preso de la -Paria y de un espantoso canguelo, ya que había hecho todo aquello para no tener nietos de su hija. Como es un bruto, acusa a la sirvienta de haber favorecido los amores de Dánae e imagina que ha conseguido introducir a un joven muchacho de Argos en el escondite. Ella declara que no, que no ha hecho nada, pero él no la cree y la condena a muerte. Luego interroga a su hija, diciéndole: «¿Quién es el padre de este niño?». Dánae le responde: «Es Zeus». «Me tomas por idiota, no vas a haceiine creer que es Zeus quien ha engendrado este niño. ¿Quién es el joven buen mozo de Argos que ha venido a visitarte?» «Nadie, es Zeus.»

¿Qué debe hacer? No puede matar a su hija, no puede degollar a su nieto, no puede cometer esta impureza terrible que tendría que pagar caro: verter su propia sangre en la persona de su hija y de su nieto. Manda venir a un carpintero muy hábil, muy diestro, y le encarga ya no un subterráneo de bronce, sino una especie de caja de madera, reproducida a menudo en los vasos griegos, en la que encierra a Dánae y al pequeño Perseo, y hace poner una tapa encima. Los confía así a las olas del mar, diciéndose que no ha cometido ninguna falta, que no los ha matado: les toca a los dioses decidir en qué se convertirán su hija y el pequeño. Como una nave, la caja navega y llega a orillas de una pequeña isla griega, rocosa, no muy brillante, llamada Sérifos. Allá vive un pescador, de linaje real, hermano del rey de Sérifos, llamado Dictis (es el nombre de la red que utilizan los marineros griegos en esas épocas tan antiguas). Podemos imaginar, puesto que lleva ese nombre en la leyenda, que, en una ocasión, el real pescador lanza su red algo lejos, arrastra una caja, la abre, y ve salir de ella a esta encantadora muchacha y a este niño. Seducido por la muchacha y también por el niño, se los lleva consigo. Vive con Dánae como si fuera su esposa, aun respetándola, y cría al pequeño Perseo.

Ese bravo Dictis tiene un hermano, llamado Polidectes, que es el rey de Sérifos y que, como el monarca de Argos, es un personaje poco recomendable, ambicioso, aficionado al sexo y a las mujeres. Se enamora de Dánae. Hace pues la corte a Dánae, que para entonces ya es una mujer, maravillosamente bella. Se le ha metido en la cabeza, a ese animal, que la desposará y que, si no puede desposarla, la hará suya de todas maneras. Pero el joven Perseo, que es ahora un joven vigoroso, fuerte y listo, cuida de su madre con esmero. Sin hablar de Dictis, que también la protege para que su hernian° no vaya a dar rienda suelta a sus locuras.

Una noche, Polidectes convoca a todos los jóvenes de Sérifos para celebrar un gran festín, un gran banquete. Es una costumbre de la Grecia arcaica, que aún existe hoy en Georgia; imaginad un gran banquete organizado en torno al rey: se habla, se bebe, se ríe, y cada uno pronuncia un breve discurso. Hay un concurso de elocuencia y, al mismo tiempo, una especie de concurso de generosidad,

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