Logicas e inconciencias coloniales
Enviado por Pablodetarso • 29 de Junio de 2016 • Ensayo • 2.164 Palabras (9 Páginas) • 248 Visitas
LÓGICAS E INCONCIENCIAS COLONIALES
José Luis López
Texto presentado como documento de trabajo en:
Programa de Formación Misionera Internacional.
Centro Misionero Maryknoll.
Noviembre de 2011.
Una anécdota. En un taller sobre experiencias coloniales me animé a decir que la descolonización también es un proceso subjetivo, personal e íntimo. Rápidamente uno de los participantes, adulto, varón, que se identificaba a sí mismo como de clase media, me interpeló diciendo “me gustaría que usted me diga ¿en qué sentido soy colonial como para insinuar que tengo que descolonizarme?”. Obviamente la interpelación era en tono acusatorio e, irónicamente, es la misma pregunta que yo me hago casi todos los días, también en tono acusatorio: ¿cuán colonial soy? En lo que sigue pretendo hacer, no un análisis sino unas confesiones que ojalá ilustren las lógicas coloniales con las cuales, por lo menos yo, me manejo.
Varias de mis experiencias las clasifico dentro de lo que se podría llamar la jerarquía de relaciones. Hace un tiempo atrás fui al kínder de mi hija de 5 años, al medio día, para ir a comer luego con ella. Después de entrar al auto y acomodarnos para partir, entre varias cosas que ella me contaba como de costumbre, me dijo: “Papi, yo no quiero ser pobre”. No puedo negar que esa afirmación me sorprendió mucho, pero en el fondo seguramente yo habría afirmado lo mismo: no quiero ser pobre, o quiero salir de la pobreza. Entonces lo único que atiné a preguntar fue: “¿Por qué dices eso?”. Seguramente ella notó mi sorpresa y preocupación, y me contestó muy tímidamente: “porque quiero ser feliz”. No supe que hacer, ni como continuar con la conversación. Seguramente otro papá hubiese aprovechado la ocasión para explicar a su niña que hay muchas maneras de ser feliz, aun en medio de las carencias económicas, y que el dinero no compra la felicidad; sin embargo, esos consejos y reflexiones prontamente serían desechados por la presión ideológica que hace sobre nosotros el mercado, indicándonos que la felicidad si se compra.
Si quisiera saber ¿de dónde sacó mi hija esa idea?: los amiguitos, las novelas, las noticias, los dibujos animados, las actitudes de nuestra familia, el entorno colegial, etc., estoy seguro que la respuesta sería: posiblemente todo. Esa idea le es transmitida como se transmite el idioma o la cultura, es parte de un entorno muy grande. Tenemos que ver cómo se emocionan los niños cada vez que se les dice que vamos a comer a Burger King, o cuando se les anuncia que celebrará su cumpleaños con fiesta, donde habrá piñata, payaso y mago. Basta ver cómo las quinceañeras imaginan y hasta sueñan con tener una fiesta de cuentos de hadas, con limosina y el mejor grupo musical de la ciudad. Como no ver a muchas mamás que se desvelan para cumplir esos deseos de sus hijos, y se las escucha decir: “yo hago todo por la felicidad de mis hijos”, cuando ese “hago todo” quiere decir “compro”. Posiblemente no con estos ejemplos que pongo, pero creo que de muchas maneras hemos asociado la palabra “felicidad” con “tener cosas”, y la palabra “pobreza” con la “carencia de cosas”, no sólo de lo más básico. Pero, ¿de dónde sacamos esas ideas?, ¿qué itinerario seguimos para concluir que la pobreza es sinónimo de infelicidad?
El consumismo, y el sistema que lo promueve, el capitalismo, no son productos exclusivos de la experiencia de colonización que comenzó el siglo XV (1492); sin embargo, son productos que no se habrían legitimado ni universalizado sin la experiencia de colonización en América Latina. Es en la etapa colonial donde el progreso se impuso como paradigma de la vida, como su dinámica y destino. Se podría decir sencillamente que desde la colonización de América Latina ¡¡fuera del progreso no hay salvación!! La vida no tendría sentido si no estuviera orientada a progresar, y a tener y a acumular. Como dijo Galeano, asociamos nuestra calidad de vida con la cantidad de cosas. Esta conciencia de nuestro progreso humano nos llevó a ubicarnos al centro de de todos los demás seres vivos y a concebirlos como un medio para nuestra realización. De ahí que, en función de nuestro progreso, explotamos, depredamos y matamos. Esta fue una lección que repetimos del fenómeno colonial.
Pero eso no es todo, la felicidad no sólo está asociada con la capacidad de comprar cosas y disfrutarlas, sino con el prestigio que otorga adquirir ciertas cosas o darse ciertos gustos. Aquí tengo que contar otra experiencia. Después de salir bachiller postulé para ir por un año de voluntario al proyecto OSCAR (Obras Sociales de Caminos para Acceso Rural). Es una de las experiencias que marco mi vida. Teníamos un ritmo de trabajo y de estudio muy exigente. Por un lado, dedicábamos tiempo para construir puentes, caminos, escuelas y para reforestar. Por otro lado, dedicábamos tiempo a las clases de literatura, lenguaje, historia y otras, como una forma de propedéutico para entrar a la Universidad. Éramos más o menos 100 voluntarios, jóvenes bachilleres de distintas partes de Bolivia. Vivíamos en un campamento en los Yungas. Un día, reunidos en el comedor a la hora del almuerzo, mi profesor de literatura conversaba con uno de mis compañeros, que estaba a mi lado. Le dijo: “¿leíste Cien años de soledad de García Márquez? Mi compañero contestó: “si, pero no me gustó mucho, me quedé más impresionado con El túnel de Ernesto Sábato”. Entonces mi profesor volteó, me miró y preguntó: “y tú, ¿leíste a García Márquez?” Yo contesté: “¿quién es él?” Todo indicaba que yo estaba en otro planeta.
Lo máximo que había leído eran resúmenes de novelas, y no me interesaban mucho. Pero no me gustó sentirme de otro planeta, así que tomé una decisión: leer todas las novelas posibles durante ese tiempo de voluntariado. A partir de las cuatro de la tarde teníamos libre hasta la hora de la cena. Muchos de mis compañeros aprovechaban para jugar futbol, pero yo decidí plantarme todos los días en la biblioteca del campamento para leer. Atravesaba la cancha de futbol, porque la biblioteca estaba justamente al frente, con un cuaderno y bolígrafo. Comencé con el boom latinoamericano (García Márquez, Vargas Llosa, Roa bastos, Sábato, Cortázar, etc.) En el campamento la electricidad funcionaba con motores a diesel, y se apagaba a las 10 de la noche. Yo me quedaba hasta las 12 leyendo a la luz de una vela. Muchas veces contaba esta historia como ejemplo de “voluntad”, “lo que se quiere, se puede” y “todo tiene su sacrificio”. Pero lo más cierto es que mi experiencia está inscrita en la lógica de la colonialidad.
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