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Mensaje A Garcia


Enviado por   •  14 de Mayo de 2013  •  1.482 Palabras (6 Páginas)  •  366 Visitas

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Un mensaje a García

Elbert Hubbard

Un mensaje a García

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En la historia de la guerra cubana hay un hombre que ciertamente

destaca en mi memoria como Marte en Perihelio.

Al estallar la guerra entre los Estados Unidos y España era indispensable

entenderse con toda violencia con el jefe de los revolucionarios de

Cuba.

En esos momentos este jefe, el general García, estaba emboscado en las

asperezas de las montañas; nadie sabía dónde. Ninguna comunicación le

podía llegar ni por correo ni por telégrafo, y no obstante era preciso que

el presidente de los Estados Unidos se comunicara con él. ¿Qué hacer?

Alguien dijo al presidente: “Si es posible encontrar a García, conozco a

un tal Rowan que lo hará”.

Buscaron a Rowan y se le entregó la carta para García.

Rowan tomó la carta y la guardó en una bolsa impermeable, sobre su

pecho, cerca del corazón. Al cuarto día saltó de la sencilla canoa que lo

había conducido a la costa de Cuba. Desapareció por entre los juncales

y después de tres semanas se presentó al otro lado de la isla, después de

Elbert Hubbard

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atravesar a pie un país hostil, y habiendo entregado a García el mensaje

del que era portador.

No es objeto de este artículo la narración detallada del episodio que he

descrito a grandes rasgos; lo que quiero hacer notar es lo siguiente:

Mc Kinley le dio a Rowan una carta para que se la entregara a García, y

Rowan no preguntó: “¿Adónde lo encuentro?”. ¡Santos cielos! He aquí

a un hombre que debe ser inmortalizado en bronce y su estatua colocada

en todos los colegios del país.

No es erudición lo que necesita la juventud ni enseñanza de tal o cual

cosa, sino la inculcación del amor al deber, la fidelidad a la confianza que

se le deposita, el obrar con prontitud, el concentrar todas sus energías:

hacer bien lo que se tiene que hacer: “Llevar un mensaje a García”.

El general García ha muerto, mas quedan otros muchos Garcías.

Todo hombre que ha tratado de llevar a cabo una empresa en la cual necesita

la ayuda de muchos otros se ha quedado azorado con frecuencia ante

la estupidez de la generalidad de los hombres, su incapacidad o falta de

voluntad para concentrar sus facultades en una idea y ejecutarla.

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Ayuda de pacota, craso descuido, execrable indiferencia y apatía por el

cumplimiento de sus deberes, tal es y ha sido siempre la rutina; así ningún

hombre sale avante ni jamás se logra éxito alguno si no es con amenazas

o de cualquier otra manera se obliga a sobornar a aquellos cuya

ayuda se necesita.

¡Ah, querido lector, haz tú la prueba!

Te supongo muy tranquilo, sentado en tu despacho, y a tu alrededor seis

empleados dispuestos todos a servirte. Llama a uno de ellos y hazle este

encargo: “Favor de buscar la enciclopedia y hacerme un breve memorando

acerca de la vida del Correggio”.

¿Esperas que tu dependiente con toda calma te conteste “Sí, señor” y

vaya tranquilamente a poner manos a la obra?

¡Mil veces no! Abrirá desmesuradamente los ojos, te mirará sorprendido

y te dirigirá una o más de las siguientes preguntas:

¿Quién fue?

¿Cuál enciclopedia?

¿En dónde está la enciclopedia?

¿Esto me corresponde a mí?

Elbert Hubbard

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Usted quiere decir Bismarck, ¿no es cierto?

¿No sería mejor que lo hiciera Carlos?

¿Ha muerto ya?

¿Lo necesita usted en seguida?

¿No sería mejor que le trajera el libro para que usted mismo lo buscara?

¿Para qué lo quiere usted saber?

Apuesto diez contra uno a que, después de haber contestado a tales preguntas

y explicado cómo hallar la información que deseas y para qué

la quieres, tu dependiente se marchará confuso e irá a solicitar la ayuda

de sus compañeros para “encontrar a García”, y regresará después para

decirte que no existe tal hombre. Puedo por excepción perder la apuesta,

pero en la generalidad de los casos tengo muchas probabilidades de

ganarla.

Si conoces la ineptitud de tus empleados, no te molestarás en explicarle

a tu ayudante que Correggio se encuentra en la letra C y no en la K; te

limitarás a sonreír e irás a buscarlo tú mismo.

No parece sino que se hace indispensable el nudoso garrote y el temor

de ser despedido el próximo sábado para retener a muchos empleados

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en sus puestos. Solicítase un taquígrafo y de cada diez que ofrezcan sus

servicios nueve no sabrán escribir con ortografía y algunos de ellos considerarán

este conocimiento como muy secundario.

¿Podrá tal persona redactar una carta a García?

-¿Ve usted a ese tenedor de libros? -me decía el administrador de una

fábrica.

-Sí... ¿y bien?

-Es un gran contador, pero si le confío una comisión tal vez por casualidad

la desempeñe con acierto, pero temo que en el camino se detenga en

cada cantina que encuentre y cuando llegue a la Calle Real haya olvidado

completamente a qué fue.

¿Crees, querido lector, que a tal hombre se le pueda confiar un mensaje

para

...

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