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Mensaje A Garcia


Enviado por   •  13 de Junio de 2012  •  1.435 Palabras (6 Páginas)  •  704 Visitas

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Año: 28, Julio 1986 No. 609

N. D. Este artículo apareció publicado por primera vez el 22 de febrero de 1899, en la revista Phillistene. La historia del mensaje a García es de la vida real y ha sido relatada muchas veces. Esta es una adaptación al español hecha por J. F. B.

«UN MENSAJE A GARCIA»

Hay un hombre en toda la historia de la guerra entre España y los Estados Unidos que sobresale en el horizonte de mi memoria como el planeta Marte en su perihelio.

Al declararse la guerra, cuando Cuba era aún colonia española, era muy necesario comunicarse prontamente con el jefe de los insurgentes que luchaban por la independencia, un tal García. Este se hallaba entonces en la selva de Cuba, sin que nadie supiera de su paradero. Era imposible toda comunicación con él, telegráfica o por correo. El presidente de los Estados Unidos tenía que contar con su cooperación sin pérdida de tiempo. ¿Qué hacer?.

Alguien le dijo al presidente: «Hay un hombre llamado Rowan que puede encontrar a García». Rowan tomó la carta, la selló en una cartera de hule, se la amarró al pecho, hizo un viaje de cuatro días y desembarcó de noche en las costas de Cuba en un bote sin cubierta. De cómo fue que se internó en las montañas, y en tres semanas salió al otro lado de la isla, tras haber atravesado a pie un país hostil, y entregado la carta a García, son cosas que no tengo deseo especial de narrar en detalle. Pero sí quiero resaltar que el Presidente MacKinley, de los Estados Unidos, puso una carta en manos de Rowan para que éste la entregara a García. Rowan tomó la carta y nunca preguntó «¿Dónde está García?».

He aquí un hombre cuya figura debe ser fundida en imperecedero bronce y puesta su estatua en todos los colegios del país. No solo es la enseñanza de libros lo que los jóvenes necesitan, ni la instrucción de esto o aquello, sino el fortalecimiento del carácter para que actúen con diligencia y cumplan con su deber: «Llevar el mensaje a García».

El general García ya no existe, pero hay otros García. No hay quien haya tratado de administrar una empresa sin que a veces haya quedado atónito al notar la resistencia del promedio de los hombres, la inhabilidad o la falta de voluntad de concentrar sus inteligencias en una cosa dada y hacerla.

La asistencia irregular, la falta de atención, la indiferencia y el trabajo mal hecho parecen ser la regla general. No hay hombre alguno que salga airoso de una empresa a menos que, quiera o no, por la fuerza induzca, obligue o soborne a otros a que le ayuden. La excepción es cuando Dios todopoderoso, en su bondad, hace un milagro y le envía un ángel de la luz para que le sirva de auxiliar.

Usted puede hacer esta prueba. Supóngase que en estos momentos está sentado en su oficina. A su alrededor tiene varios empleados. Pídale a uno de ellos: «Tenga la bondad de buscar en la Enciclopedia y hágame un memorándum corto de la vida de Corregio». ¿Cree que el empleado contestaría «Sí Señor», y se marcharía a hacer lo que le pidió?.

Nada da eso. Lo mirará de soslayo y le hará una o más de las siguientes preguntas:

¿Quién era Corregio?

¿En cuál enciclopedia?

¿Dónde esta la enciclopedia?

¿Acaso fui empleado para hacer eso?

¿No querrá decir usted Bismark?

¿Por qué no lo hace Carlos?

¿Murió?

¿Hay prisa para eso?

¿No sería mejor que le trajera el libro y usted mismo lo buscara?

¿Para qué quiere usted saberlo?

Y me atrevería a apostar diez contra uno que, después que haya contestado el interrogatorio y explicado la manera de buscar la información que necesita, y por qué la necesita, su e mpleado se retira y obliga a otro compañero que le ayude a encontrar a García, regresando poco después diciendo que no existe tal hombre. Desde luego puede darse el caso de que yo pierda la apuesta, pero según la ley de promedios es casi imposible.

Esa incapacidad para obrar independientemente, esa nebulosa moral, esa carencia de la voluntad, esa falta de disposición para hacerse cargo de una cosa y realizarla, eso es lo que hace imposible el socialismo en la práctica.

Si los hombres no actúan por su propia iniciativa para sí mismo, ¿qué harán cuando el producto de sus esfuerzos deba ser para todos? La fuerza parece necesaria y el temor a ser

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