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Mi Vida.


Enviado por   •  16 de Agosto de 2013  •  Ensayo  •  923 Palabras (4 Páginas)  •  196 Visitas

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¡Qué bellas son estas páginas en blanco que no se conmueven -ni conmoverán jamás- frente a lo que aquí escriba! ¿Podré narrar lo que me propongo? Describir nuestro amor... nombrarlo una y otra vez hasta agotarme -tu amor me agota y nadie conoce ni sospecha la imagen que llevo dentro-. ¡Oh, adorado! ¡Qué secreto tan grande me distingue! Cual una fíbula de oro engarzada en pequeños diamantes y rubíes me atraviesa de lado a lado el corazón. Ya veo que me sale caro este detalle: habré de sufrir al despuntar el día, delante de la alegría de las otras y, lo que me es mucho más penoso aún, delante de mi propia alegría. Cuando me santiguo, cuando canto, cuando oro, cuando me baño en la vulgar dicha, sé muy bien que una parte de mí llora con vagidos y sollozos que recuerdan los lamentos de un entierro. ¿Vendrás? ¿Vendrás algún día? Venías siempre. Me lo dijiste: "Siempre". Siempre es una palabra demasiado hermosa, demasiado imposible, como un planeta sembrado enteramente de flores.

I

Llueve. Hoy es el día. Voy hacia tu encuentro. ¿Cuándo fue la primera vez? Creo que también llovía igual que hoy. Te susurré: "¡escucha!, llueve... me gusta el sonido de la lluvia". Me miraste interrogativo desde la oscuridad de mi celda y te quedaste callado. El comentario no te decía nada, o más bien a mí me daría esta impresión, no lo sé con exactitud... Por increíble que esto parezca, nunca he sabido gran cosa de ti venerado hermano. Sospecho -y esto lo adivino porque me lo has sugerido infinidad de veces- que prefieres las tinieblas a la luz y que a tu lado nunca se está a salvo porque permaneces impredecible, porque en ti todo se da de un modo muy enojoso, muy peculiar, casi diríase al revés ¿me equivoco? Críptico, el adjetivo que mejor te asimila. Y yo, adoratriz, adoradora incondicional de tu enigma.

II

Me gustaría que este diario que escribo ahora sin destreza, un poco para alcanzarte y otro para perderme, fuese como esta vaga lluvia que cae hoy sobre el convento, sin objeto preciso, casi absurdamente. ¡Qué bella es! Absurda y bella como tus caricias, sin más intención que el instante mismo, fresco, auténtico, fugaz. Y luego la despedida. Tu despedida. Huyendo, siempre -que es lo que más te hace feliz- para que ya no nos veamos.

III

Dijiste entre descreído y burlón ¡¿una monja Tea?! Herminia mientras tanto se relamía de goce en su cuneta. No deseo relatar ahora las mil y un insignificancias que me llevan a odiar este convento. Ayer, sin más, entreabrí una puerta y me topé frente a frente con una monja de hábito blanco, seccionando un corazón gigante. Lo cortaba en muy finas láminas, muy delicadamente, canturreando una nana de mi infancia. Tal visión me horrorizó. Cerré la puerta y me fui corriendo. Me pregunto si tendrá

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