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Nuestra ingenuidad toma el mundo por el ser pura y simplemente


Enviado por   •  2 de Julio de 2015  •  1.101 Palabras (5 Páginas)  •  169 Visitas

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Nuestra ingenuidad toma el mundo por el ser pura y simplemente. Mientras somos felices,

estamos jubilosos de nuestra fuerza, tenemos una confianza irreflexiva, no sabemos de otras

cosas que de nuestra inmediata circunstancia. En el dolor, en la flaqueza, en la impotencia nos

desesperamos. Y una vez que hemos salido del trance y seguimos viviendo, nos dejamos deslizar

de nuevo, olvidados de nosotros mismos, por la pendiente de la vida feliz.

Pero el hombre su vuelve prudente con semejantes experiencias. Las amenazas le

empujan a asegurarse. La dominación de la naturaleza y la sociedad deben garantizar su

existencia.

El hombre se apodera de la naturaleza para ponerla a su servicio, la ciencia y la técnica se

encargan de hacerla digna de confianza.

Con todo, en plena dominación de la naturaleza subsiste lo incalculable y con ello la

perpetua amenaza, y a la postre el fracaso en conjunto: no hay manera de acabar con el peso y la

fatiga del trabajo, la vejez, la enfermedad y la muerte. Cuanto hay digno de confianza en la

naturaleza dominada se limita a ser una parcela dentro del marco del todo indigno de ella.

Y el hombre se congrega en sociedad para poner límites y al cabo eliminar la lucha sin fin

de todos contra todos; en la ayuda mutua quiere lograr de la seguridad.

Pero también aquí subsiste el límite. Sólo allí donde los Estados se hallaran en situación de

que cada ciudadano fuese para el otro tal como lo requiere la solidaridad absoluta, sólo allí podrían

estar seguras en conjunto la justicia y la libertad. Pues sólo entonces si se le hace justicia a alguien

se oponen los demás como un solo hombre. Mas nunca ha sido así. Siempre es un círculo limitado

de hombres, o bien son sólo individuos sueltos, los que se asisten realmente unos a otros en los

casos más extremos, incluso en medio de la impotencia. No hay estado, ni iglesia, ni sociedad que

proteja absolutamente. Semejante protección fue la bella ilusión de tiempos tranquilos en los que

permanecía velado el límite.

Pero en contra de esta desconfianza que merece el mundo habla este otro hecho. En el

mundo hay lo digno de fe, lo que despierta la confianza, hay el fondo en que todo se apoya: el

hogar y la patria, los padres y los antepasados, los hermanos y los amigos, la esposa. Hay en el

fondo histórico de la tradición en la lengua materna, en la fe, en la obra de los pensadores, de los

poetas y artistas.

Pero ni siquiera toda esta tradición da un albergue seguro, ni siquiera ella da una confianza

absoluta, pues tal como se adelanta hacia nosotros es toda ella obra humana; en ninguna parte del

mundo está Dios. La tradición sigue siendo siempre, además, cuestionable. En todo momento tiene

el hombre que descubrir, mirándose a sí mismo o sacándolo de su propio fondo, lo que es para él

certeza, ser, confianza. Pero esa desconfianza que despierta todo ser mundanal es como un índice

levantado. Un índice que prohíbe hallar satisfacción en el mundo, un índice que se señala a algo

distinto del mundo.

Las situaciones límites –la muerte, el acaso, la desconfianza que despierta el mundo– me

enseñan lo que es fracasar. ¿Qué haré en vista de este fracaso absoluto, a la visión del cual no

puedo sustraerme cuando me represento las cosas honradamente?

No, nos basta el consejo del estoico, el retraerse al fondo de la propia libertad en la

independencia del pensamiento. El estoico erraba al no ver con bastante radicalidad la impotencia

del hombre. Desconoció

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