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Pablo Neruda - Colección Nocturna


Enviado por   •  26 de Agosto de 2013  •  472 Palabras (2 Páginas)  •  1.353 Visitas

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He vencido al ángel del sueño, el funesto alegórico:

su gestión insistía, su denso paso llega

envuelto en caracoles y cigarras,

marino, perfumado de frutos agudos.

Es el viento que agita los meses, el silbido de un tren,

el paso de la temperatura sobre el lecho,

un opaco sonido de sombra

que cae como trapo en lo interminable,

una repetición de distancias, un vino de color confundido,

un paso polvoriento de vacas bramando.

A veces su canasto negro cae en mi pecho,

sus sacos de dominio hieren mi hombro,

su multitud de sal, su ejército entreabierto

recorren y revuelven las cosas del cielo:

él galopa en la respiración y su paso es de beso:

su salitre seguro planta en los párpados

con vigor esencial y solemne propósito:

entra en lo preparado como un dueño:

su substancia sin ruido equipa de pronto,

su alimento profético propaga tenazmente.

Reconozco a menudo sus guerreros,

sus piezas corroídas por el aire, sus dimensiones,

y su necesidad de espacio es tan violenta

que baja hasta mi corazón a buscarlo:

él es el propietario de las mesetas inaccesibles,

él baila con personajes trágicos y cotidianos:

de noche rompe mi piel su ácido aéreo

y escucho en mi interior temblar su instrumento.

Yo oigo el sueño de viejos compañeros y mujeres amadas,

sueños cuyos latidos me quebrantan:

su material de alfombra piso en silencio,

su luz de amapola muerdo con delirio.

Cadáveres dormidos que a menudo

danzan asidos al peso de mi corazón,

qué ciudades opacas recorremos!

Mi pardo corcel de sombra se agiganta,

y sobre envejecidos tahúres, sobre lenocinios de escaleras

gastadas,

sobre lechos de niñas desnudas, entre jugadores de foot-ball,

del viento ceñidos pasamos:

y entonces caen a nuestra boca esos frutos blandos del cielo,

los pájaros, las campanas conventuales, los cometas:

aquel que se nutrió de geografía pura y estremecimiento,

ése tal vez nos vio pasar centelleando.

Camaradas cuyas cabezas reposan sobre barriles,

en un desmantelado buque prófugo, lejos,

amigos míos sin lágrimas, mujeres de rostro cruel:

la medianoche ha llegado y un gong de muerte

golpea en torno mío como el mar.

Hay en la boca el sabor, la sal del dormido.

Fiel como una condena, a cada cuerpo

la palidez del distrito letárgico acude:

una sonrisa fría, sumergida,

unos ojos cubiertos como fatigados boxeadores,

una respiración que sordamente devora fantasmas.

En esa humedad de nacimiento, con esa proporción tenebrosa,

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