Pequeño Manifiesto Por Una Didáctica De La Filosofía

En honor a la Filosofía, a ese aguijón llamado pregunta que disparó nuestra pasión por lo humano, amaría encontrar filósofos desencantados de la luz exterior a la caverna, y solidarios en la búsqueda de preguntas pertinentes, adecuadas a los cerrojos de los que estamos entre sombras.

Siempre pensé que una buena pregunta era semejante a una llave por las puertas que abre. La cuestión es el tipo de preguntas que empleamos en nuestras clases de filosofía. Muchas son como las llaves de iglesias o conventos coloniales: grandes y pesadas.

Es necesario imaginar que quienes estamos al fresco de la caverna nos atan cadenas herrumbradas con amplia variedad de cerraduras. Las hay pequeñas, grandes, anchas, angostas, curvas y deformes. Por eso un filósofo dedicado a la enseñanza, en vez de ser el pez torpedo del que hablaba Sócrates - ese que aturde cuando arremete- puede mostrarse como un amable cerrajero, experto en el arte de hallar la pregunta exacta para abrir nuestros grilletes.

Por último quisiera en nuestras clases gozar escuchando los herrajes quejosos al abrirse y no contemplar la belleza apoteótica de un campo de trigo después de la siega, donde sólo quedan los restos de espigas rebeldes, propiedad de los pobres según el libro de Ruth.

Ramiro Rojas

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