Manifiesto De Cartagena
Enviado por ycrem • 21 de Agosto de 2011 • 3.264 Palabras (14 Páginas) • 1.338 Visitas
1812 Manifiesto de Cartagena. Simón Bolívar
Libertar
a la Nueva Granada de la suerte de Venezuela, y redimir a ésta de la
que padece, son los objetos que me he propuesto en esta Memoria.
Dignaos, oh mis conciudadanos, de aceptarla con indulgencia en obsequio
de miras tan laudables.
Yo soy,
granadinos, un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de
en medio de sus ruinas físicas, y políticas, que siempre fiel al
sistema liberal, y justo que proclamó mi patria, he venido a seguir
aquí los estandartes de la independencia, que tan gloriosamente
tremolan en estos estados.
Permitidme
que animado de un celo patriótico me atreva a dirigirme a vosotros,
para indicaros ligeramente las causas que condujeron a Venezuela a su
destrucción; lisonjeándome que las terribles, y ejemplares lecciones
que ha dado aquella extinguida República, persuadan a la América, a
mejorar de conducta, corrigiendo los vicios de unidad, solidez y
energía que se notan en sus gobiernos.
El
más consecuente error que cometió Venezuela, al presentarse en el
teatro político fue, sin contradicción. la fatal adopción que hizo del
sistema tolerante; sistema improbado como débil e ineficaz, desde
entonces, por todo el mundo sensato, y tenazmente sostenido hasta los
últimos periodos, con una ceguedad sin ejemplo.
Las
primeras pruebas que dio nuestro Gobierno de su insensata debilidad,
las manifestó con la ciudad subalterna de Coro, que denegándose a
reconocer su legitimidad, lo declaró insurgente y lo hostilizó como
enemigo
La Junta Suprema, en lugar de subyugar aquella indefensa ciudad, que estaba rendida con presentar nuestras fuerzas
marítimas delante de su puerto, la dejó fortificar y tomar una actitud tan respetable, que logró subyugar después la
Confederación entera, con casi igual facilidad que la que teníamos nosotros anteriormente para vencerla. Fundando la
Junta su política en los principios de humanidad mal entendida que no autorizan a ningún gobierno, para hacer por la
fuerza libres a los pueblos estúpidos que desconocen el valor de sus derechos.
Los códigos que consultaban nuestros magistrados no eran los que podían enseñarles la ciencia práctica del
gobierno, sino los que han formado ciertos buenos visionarios que, imaginándose repúblicas aéreas, han procurado
alcanzar la perfección política, presuponiendo la perfectibilidad del linaje humano. Por manera que tuvimos filósofos por
jefes; filantropía por legislación, dialéctica por táctica, y sofistas por soldados. Con semejante subversión de principios y
de cosas, el orden social se resintió extremadamente conmovido, y desde luego corrió el Estado a pasos agigantados a
una disolución universal, que bien pronto se vio realizada.
De aquí nació la impunidad de los delitos de Estado cometidos descaradamente por los descontentos, y
particularmente por nuestros natos e implacables enemigos, los españoles europeos, que maliciosamente se habían
quedado en nuestro país para tenerlo incesantemente inquieto y promover cuantas conjuraciones les permitían formar
nuestros jueces perdonándolos siempre, aun cuando sus atentados eran tan enormes que se dirigían contra la salud
pública.
La doctrina que apoyaba esta conducta tenía su origen en las máximas filantrópicas de algunos escritores que
defienden la no residencia de facultad en nadie, para privar de la vida a un hombre, aun en el caso de haber delinquido
éste en el delito de lesa patria. Al abrigo de esta piadosa doctrina, a cada conspiración sucedía un perdón, y a cada perdón
sucedía otra conspiración que se volvía a perdonar, porque los gobiernos liberales deben distinguirse por la clemencia.
¡Clemencia criminal que contribuyó más que nada a derribar la máquina que todavía no habíamos enteramente
concluido!
De aquí vino la oposición decidida a levantar tropas veteranas, disciplinadas y capaces de presentarse en el campo
de batalla, ya instruidas, a defender la libertad con suceso y gloria. Por el contrario, se establecieron innumerables
cuerpos de milicias indisciplinadas, que además de agotar las cajas del erario nacional con los sueldos de la plana
mayor, destruyeron la agricultura, alejando a los paisanos de sus hogares, e hicieron odioso el gobierno que obligaba a
éstos a tomar las armas y a abandonar sus familias.
"Las repúblicas -decían nuestros estadistas- no han menester de hombres pagados para mantener su libertad.
Todos los ciudadanos serán soldados cuando nos ataque el enemigo. Grecia, Roma, Venecia, Génova, Suiza,
Holanda, y recientemente el Norte de América vencieron a su contrarios sin auxilio de tropas mercenarias, siempre
prontas a sostener al despotismo y a subyugar a sus conciudadanos".
Con estos antipolíticos e inexactos raciocinios, fascinaban a los simples, pero no convencían a los prudentes, que
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conocían bien la inmensa diferencia que hay entre los pueblos, los tiempos, y las costumbres de aquellas repúblicas y
las nuestras. Ellas, es verdad que no pagaban ejércitos permanentes; mas era porque en la antigüedad no los había y sólo
confiaban la salvación y la gloria de los Estados en sus virtudes políticas, costumbres severas y carácter militar,
cualidades que nosotros estamos muy distantes de poseer. Y en cuanto a las modernas que han sacudido el yugo de
sus tiranos es notorio que han mantenido el competente número de veteranos que exige su seguridad; exceptuando el
Norte de América, que estando en paz con todo el mundo y guarnecido por el mar, no ha tenido por conveniente
sostener en estos últimos años el completo de tropas veteranas que necesita para la defensa de sus fronteras y
plazas.
El resultado probó severamente a Venezuela el error de su cálculo, pues los milicianos que salieron al encuentro
del enemigo, ignorando hasta el manejo del arma,
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