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Poema INVOCACIÓN AL DIOS DE LAS AGUAS


Enviado por   •  6 de Noviembre de 2013  •  2.702 Palabras (11 Páginas)  •  272 Visitas

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EL RÍO DE LAS SIETE ESTRELLAS

(Canto al Orinoco)

Una Pumé, la Hija de un Cacique Yaruro,

fue conmigo una noche, por las tierras

verdes, que hacen un río de verdura

entre el azul del Arauca y el azul del Meta.

Entre los gamelotes

nos echamos al suelo, coronados de yerbas

y allí, en mis brazos, casi se me murió de amores

cuando le dije la Parábola

del volcán y las siete estrellas.

Quiero recordar un poco

aquella hora inmortal entre mis horas buenas:

Sobre la sabana los cocuyos

eran más que en el cielo las estrellas,

no había luna, pero estaba claro todo,

no sé si eras mi alma que alumbraba a la noche

o la noche que la alumbraba a ella;

estábamos ceñidos y hablábamos y el beso

y la palabra estaban empapados de promesas

y un soplo de mastranto ponía en las narices

ese amor primitivo del caballo y la yegua.

Ella me contaba historias

de su nación, leyenda

que se pierden entre los siglos

como raíces en la tierra,

pero de pronto me cayó en los brazos

y estaba urgente y mía, coronada de yerbas,

cuando le dije la Parábola

del volcán y las siete estrellas.

Fue en el momento en que evocamos

al Orinoco de las Fuentes, al Orinoco de las Selvas,

al Orinoco de los saltos,

al de la erizada cabellera

que en la Fuente se alisa sus cabellos

y en Maipures se despeina;

y luego hablamos del Orinoco ancho,

el de Caicara que abanica la tierra,

y el del Torno y el Infierno

que al agua dulce junta un mal humor de piedras,

y ella quedó colgada de mis labios,

como Palabra de carne que hiciera vivo el Poema,

porque le dije, amigos, mi Parábola,

la Parábola del Orinoco,

la Parábola del Volcán y las Siete Estrellas.

Y fue así: La Parima era un volcán,

pero era al mismo tiempo un refugio de estrellas.

Por las mañanas, los luceros del cielo

se metían por su cráter,

y dormían todo el día en el centro de la Tierra.

Por las tardes, al llegar la noche,

el volcán vomitaba su brasero de estrellas

y quedaban prendidos en el cielo los astros

para llover de nuevo cuando el alba viniera.

Y un día llegó el primer llanto del Indio;

en la mañana del descubrimiento,

saltando de la proa de la carabela,

y del cielo de la raza en derrota

cayó al volcán la primera estrella;

otro día llegó la piedad del Evangelio

y del costado de Jesucristo, evaporada la tristeza,

cristalina de martirio e impetuosa de Conquista,

cayó la segunda estrella.

Después, recién nacida la Libertad,

en su primera hora de caminar por América,

desde los ojos de la República

cayó al volcán la lágrima de la tercera estrella.

Más tarde, en el Ocaso del primer balbuceo,

en el día rojo de La Puerta,

nevado del hielo mismo de la Muerte

cayó el diamante de la cuarta estrella;

Y en la mañana de la Ley,

cuando la antorcha de Angostura chisporroteó sobre la guerra,

despabilada de las luces mortales,

sobre el volcán cayó la quinta estrella.

Y en la noche del Delirio,

desprendida de Casacoima, Profetisa de la Tiniebla,

salida de la voluntad inmanente de Vivir,

estrella de los Magos, cayó la sexta estrella.

Y un día, en el día de los días, en Carabobo,

bajo el Sol de los soles, voló de la propia cabeza

del Hombre de cabeza estrellada como los cielos

y en el volcán de la Parima cayó la última estrella.

Pero ese mismo día

sobre la boca del volcán puso su mano la Tiniebla

y el cráter enmudeció para siempre

y las estrellas se quedaron en las entrañas de la Tierra.

Y allí fue una pugna de luz,

una lucha de mundos, un universo en guerra;

y en los costados de su tumba,

horadaban poco a poco su cauce las siete estrellas;

que si no iban hacia el cielo

se desbastaban con sus picos la trayectoria de las piedras.

Hasta que llegó una noche

en que rotos los músculos del gran pecho de tierra,

saltó de sus abismos, cayó en una cascada,

se abrió paso en la erizada floresta,

siguió el surco de las bajantes vírgenes,

torció hacia el Norte, solemnizado de selvas,

bramó en la convulsión de los saltos,

y se explayó por fin, de aguas serenas,

con la nariz tentada de una sed de llanuras,

hacia el Oriente de los sueños

el Orinoco de las Siete Estrellas.

INVOCACIÓN AL DIOS DE LAS AGUAS

Dios submarino, Dios lacustre, Dios fluvial,

uno en el tritón y en la garza

y en la dulce corbeta y el áspero crucero,

Dios del agua, Señor de la Casa de Cristal,

Dios Marinero.

Expresión de agua de tus mil expresiones,

río tendido de Volturno a Cristo,

vuelo del ibis que cruza

del mascarón de Argos

al mastelero de la Santa María, Dios argonauta,

que tiendes a las manos de la Armonía

el río de tu música, largo, como una flauta.

Dios infuso en el lago blanco de la nube

alinderada de azul,

Dios de espuma en el crespo del corderillo,

Dios tormentoso en la melena del león,

Dios zahorí, estancado en la pupila del tigre,

Dios del río de estrellas que de Oriente a Occidente

cruza de noche el cielo,

Dios del agua combatiente

en el crinado Niágara y el sospechoso Dardanelo:

Tiende la diestra, donde nace el Río

y la zurda, donde desemboca

-en un cristalino arco de Brahma-

tiende el ánfora de las manos,

Señor del Agua, Viejo Comandante,

hacia los manantiales sonoros,

hacia el tibio remanso

del Orinoco de agua beligerante

brotado de tus sienes, sudado de tus poros

en el sábado de tu primer descanso!

LA ÓRBITA DEL AGUA

Vamos a embarcar, amigos,

para el viaje de la gota de agua.

Es una gota, apenas, como el ojo de un pájaro.

Para nosotros no es sino un punto,

una semilla de luz,

una semilla da agua,

la mitad de lágrima de una sonrisa,

pero le cabe

...

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