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Pragmatismo Cientifico


Enviado por   •  4 de Noviembre de 2012  •  10.874 Palabras (44 Páginas)  •  724 Visitas

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Pocas veces se repara en que el tono derogatorio con que tiende a emplearse en el habla común el término "pragmatismo" y sus derivados merece alguna explicación. Se trata de un caso, por lo demás frecuente, de trasvase hacia el vocabulario cotidiano de un elemento del léxico filosófico (acuñado en concreto por el eminente filósofo y lógico norteamericano Charles Sanders Peirce, 1839-1914). De ello no se sigue, naturalmente, que su significado corriente sea fiel al original más técnico -como tampoco la expresión "un partido de fútbol trascendental" tiene nada que ver con la teoría kantiana-, ni que el pragmatismo filosófico deba tener tan mala prensa como el pragmatismo político o el pragmatismo moral. Sin embargo, es posible que una aproximación al sentido originario de este vocablo en filosofía, que es lo que aquí se va a ofrecer, provoque por añadidura alguna reflexión sobre su uso peyorativo en el lenguaje cotidiano y sobre las actitudes implícitas en él.

I. El pragmatismo no es propiamente una teoría filosófica, sino un "modo de pensar" (así lo llamó otro de sus impulsores, el filósofo y psicólogo también norteamericano William James, 1842-1910) en el que tienen cabida teorías distintas y que puede aplicarse a diferentes disciplinas. Pero, para los fines de una visión de conjunto, podemos considerarlo en principio como una teoría del conocimiento o, mejor aún, como una teoría del ser humano visto desde su función cognoscitiva.

Es característico de los pragmatistas pensar que la filosofía, en un proceso de creciente abstracción y ensimismamiento, ha terminado por perder en muchos casos el contacto con los procesos reales cuyo examen crítico constituye su principal tarea, con la consiguiente merma en la utilidad y relevancia de sus aportaciones. Por ello creen que es preciso recobrar una perspectiva más próxima a lo que en verdad hacemos, decimos y pensamos antes de tomar otra vez distancia y continuar la reflexión. En otras palabras, la capacidad crítica de la filosofía debería dirigirse en estos tiempos -y el matiz temporal es importante, pues los pragmatistas son reacios a considerar cualquier asunto en términos absolutos- a liberar ante todo nuestra visión de ciertos lastres y adherencias que desfiguran el panorama, impidiendo que podamos comprender realmente lo que hacemos o actuar conforme a lo que pretendidamente pensamos. Si la crítica filosófica tiene alguna eficacia transformadora, cosa que los pragmatistas creen ardientemente, el servicio que hoy puede prestar no está tanto en anticiparse con las ideas a los tiempos como en ponerlas a su altura, recuperando, por así decir, las riendas de la situación.

Algunos de los lastres que el pragmatismo considera más dañinos en relación con todo lo que concierne al conocimiento humano provienen de los primeros intentos de la filosofía por definir su ámbito. Aristóteles abordó la cuestión clasificando el conjunto del saber en tres modalidades (Met.A 980a 21-982a 3): un saber técnico o productivo [epistéme poietiké], un saber práctico o prudencial [epistéme praktiké] y un saber contemplativo o especulativo [epistéme theoretiké]. Todos ellos constituyen saber o conocimiento [epistéme] porque no se quedan en la mera familiaridad con el "qué" de las cosas que se gana a base de experiencias repetidas y rutinas interiorizadas -hasta aquí llega el experto o perito, el hombre experimentado o con pericia, que no puede enseñar lo que sabe porque propiamente no lo sabe-, sino que avanzan hasta los "porqués", a la comprensión de los principios y razones que determinan esas cosas, la cual se gana por mediación únicamente de la inteligencia superior, que opera con relaciones abstractas y lenguaje -y aquí sólo llega el sabio, que es el que propiamente sabe y puede enseñar con palabras. El saber productivo busca lo verdadero -esto es, los principios generales válidos- en relación con nuestra predisposición natural a producir y transformar toda clase de cosas: aquí incluye Aristóteles desde el arte de explotar la tierra (agricultura) hasta el de componer un discurso (retórica), pasando por el de construir un puente (ingeniería). El saber práctico busca lo verdadero en relación con nuestra disposición natural a actuar, no como medio para producir algo, sino en la medida en que lo que practicamos nos hace más o menos felices, o justos, o perfectos; es decir, estudia la acción como fin en sí misma, y éste es el objeto de la ética y la política. El saber contemplativo, por último, presenta una diferencia notable respecto de los otros dos: la técnica y la práctica estudian cosas que dependen de nosotros, tanto para su existencia como para la forma concreta que adquieren -una cosecha, un discurso, un puente, una conducta o una ley existirán si queremos y como decidamos-; estudian cosas que son "contingentes". Pero hay cosas que no podemos crear o cambiar -como el ritmo de los planetas, la dirección en que se mueve una piedra al soltarla en el aire, las fases que van de la semilla al árbol o las relaciones entre los números-, pues todas ellas tienen en sí mismas su razón de ser, son "necesarias" y no pueden ser de otro modo. Por eso llama Aristóteles a este saber "contemplativo" ("teorético": del griego theoréin, mirar), pues ante tales cosas somos simples espectadores y nada podemos hacer al respecto. Siendo así, y puesto que pese a todo deseamos también conocer esas cosas -incluso con más ahínco que las demás, ya que nos proporcionan un especial placer intelectual-, este saber tiene que responder en nosotros a una cierta predisposición natural a demostrar o a comprender [héxis apodeiktiké]; ella nos mueve a buscar lo verdadero por sí mismo, sin esperar ningún beneficio utilitario a cambio. Tal desinterés prueba la mayor nobleza de este impulso, que nos distancia por completo de los otros animales; pero también significa que sólo podemos consagrarnos a él una vez resueltas nuestras necesidades anteriores (el instinto de vivir, aunque menos noble, es más urgente que el de comprender), y así el conocimiento en su más pura expresión sólo podrá comenzar una vez que ya no tenemos nada que hacer.

Una clasificación nunca es verdadera o falsa; lo que en ella importa es el orden, la exhaustividad, y la luz que arroja sobre aquello que clasifica. A este respecto, la clasificación aristotélica del saber es todo un hito, especialmente si se tiene en cuenta el contexto intelectual del que procede. Supera claramente a la de Platón, quien pensaba que hay una única epistéme, el saber dialéctico o intuición de las Formas inteligibles, fuera del cual todo es mera opinión [dóxa] y conocimientos hipotéticos. El mérito de Aristóteles no está sólo en haber abierto el camino para las ciencias naturales

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