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Racionalista


Enviado por   •  16 de Octubre de 2012  •  Ensayo  •  2.097 Palabras (9 Páginas)  •  305 Visitas

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Aquí tenemos dos realidades que el racionalismo no puede aceptar. Pero se trata de dos realidades. El racionalismo no es sólo una tesis gnoseológica y una escuela, es también una actitud humana o una “mentalidad”, consiste en negar aquello que excede a nuestra razón. El racionalismo es enemigo del misterio. No obstante, el mal es un misterio; y el desorden interior, nuestra falta de autodominio, es otro misterio. La religión revelada refiere ambas taras al pecado de origen. Es una idea común, se halla también en mitos y tradiciones ajenos a Israel y al Cristianismo. No obstante, la idea de un pecado, como origen de todos los pecados o, lo que es igual, la idea de un mal voluntario y libre, en el origen de todos los males, no disuelve el carácter misterioso de la libertad para el mal. La libertad –en sentido radical– es misteriosa y más aún queriendo el mal. El caso es que el mal ha entrado en la naturaleza humana y se ha asentado en ella, se ha quedado en ella, en la forma de una parcial, pero considerable, insubordinación de las potencias afectivas y de la misma voluntad a la razón y al intelecto. Todo esto es negado por el racionalismo. Para esta corriente y “mentalidad” el mal no es misterio, sino un problema, algo racional y técnicamente resoluble; por ende, no hay mal en la razón ni en el interior del hombre. La causa de todos los males es externa, estructural, histórica y cultural, se dice. Lo lógico sería –estando en posesión de un conocimiento tan valioso– proceder a la eliminación de las causas del mal. Mas he aquí que cuando las ideologías inspiradas en la autosuficiencia de la razón se han puesto a “eliminar” el mal del mundo sólo han sido eficientes para eliminar las libertades (¡y aun la vida!) de quienes no estaban de acuerdo con ellas. El advenimiento de la era de la “Razón”, liberada ya del mal, el dolor y la ignorancia, se retrasa una y otra vez, no obstante. ¿No es esto una contradicción que evidencia la falsedad de la doctrina? Lo es, pero las ideologías de la razón autosuficiente presentan este pretexto: su doctrina es verdadera, pero se ha llevado a cabo mal. Debemos esperar a un intento futuro. Y queda así aplazada la Era de la Luz de la razón en el mundo, a la vez que se prorroga su esperanza utópica.

A la negación racionalista del misterio se suma el “mito de la sinceridad”. Es el mito rousseauniano de la afectividad ingenua, naturalmente buena, y la consiguiente determinación de la norma de la moralidad como adecuación entre lo que uno “siente” y lo que uno hace. Para el racionalismo y para el mito de la conciencia sincera (¡colosal ingenuidad, confundir la razón y el estado de ánimo!) ni la fortaleza o valentía tiene que afrontar nunca nada terrible –no sin que le apetezca–, ni la templanza o dominio de sí presentará jamás mayor problema que un cálculo, algo parecido a “guardar la línea”.

Sin embargo, el mal existe y nos pone entre la espada y la pared. Le hacemos frente o se nos apodera. En efecto, si alguien se propone vivir de acuerdo con la razón, haciendo siempre lo bueno e incluso lo mejor, entonces con certeza encuentra al enemigo en su interior y no sólo en su interior, pues el “ejemplo” moral no ha dejado nunca de ser puesto a prueba por las “costumbres”, y hay una “normalidad” que se siente ofendida por él y lo obliga al testimonio de las lágrimas, la sangre y la muerte. La fortaleza es, en el fondo, esa disposición interior de llegar si fuera necesario hasta el martirio. Hoy se le llama “objeción de conciencia”, pero es lo mismo, es un martirio de gama amplia, que va desde la simple pérdida de la tranquilidad y el buen nombre, a la de la posición social, la igualdad de oportunidades, y a veces la salud o la vida.

La fortaleza, virtud cardinal

Lo más temible del mal –señaló Sócrates–, no es que nos afecte, sino que lo queramos. Pero eso es posible, luego es un peligro que nos amenaza y el mayor. Nuestra participación interior en el mal es un misterio sobrecogedor, lo más grave con lo que tenemos que enfrentarnos en la existencia. Más grave incluso que la muerte.

La fortaleza es necesaria y es virtud porque el ser humano es vulnerable, es decir, puede ser alcanzado y herido por el mal, ya sea el padecido (que es “pena” y dura limitadamente) o el mal radical (instalado junto a nuestra voluntad) que pugna por llegar a mal moral, es decir, querer mal y elegir mal (que es la “culpa”, y que por sí sola la voluntad no puede eliminar jamás).

El mal de culpa, el querer malo, que también existe, es probablemente la mayor “piedra de escándalo” para el moderno mito de la autorrealización; lo es, en mi opinión, porque si existe un querer malo, entonces la libertad de elección no legitima moralmente lo elegido. Uno puede elegir con total independencia y autonomía, puede ser “él mismo” y autorrealizarse plenamente cuando elige y, sin embargo, elegir mal y lo malo, más aún: hacerse malo. Si no fuera así, si por el mero hecho de ser “libremente elegido” el acto fuera siempre legítimo –como se nos dice a todas horas–, entonces estaríamos ya “más allá del bien y del mal”, y en coherencia deberíamos suprimir el mal escogiéndolo, realizándolo nos realizaríamos y nuestra libertad coincidiría con la oposición al bien. Sólo Friedrich Nietzsche bajó hasta abajo de este hondón –cuenta él, aunque lo cuenta todo de modo tan emocionante que no se sabe si es realidad o novela– y por eso estableció su “a priori inmoralista”, según el cual el hombre sólo se realiza en la perdición, optando contra Dios.

El hombre puede hacerse fuerte o débil, frente al mal como posibilidad. El fuerte es el valiente, pero bien entendido que sólo es valiente quien conoce que hay motivo para temer. Un ángel no puede hacerse valiente, pues la fortaleza no es para él un hábito (algo que se añade a la esencia, pero es del orden del obrar) sino que es su esencia, el ángel es fuerte por naturaleza, es invulnerable al mal (de pena y de culpa). En parte, por eso los ángeles son invocados,

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