Acto Del 25 De Mayo Por Osvaldo Soriano
Enviado por DiegoRuigomez • 21 de Junio de 2014 • 2.602 Palabras (11 Páginas) • 472 Visitas
(Por Osvaldo Soriano)
El 22 de mayo por la noche, el coronel Cornelio Saavedra y el abogado Juan José Castelli atraviesan la Plaza de la Victoria bajo la lluvia, cubiertos con capotes militares. Van a jugarse el destino de medio continente después de tres siglos de dominación española. Uno quiere la independencia, el otro la revolución, pero ninguna de las dos palabras serán mencionadas esa noche. Luego de seis días de negociación van a exigir la renuncia del español Cisneros. Hasta entonces Cornelio Saavedra, jefe del Regimiento de Patricios, ha sido cauto: "Dejen que las brevas madures y luego las comeremos", aconsejaba a los más exaltados jacobinos.
Desde el 18, Belgrano y Castelli, que son primos y a veces aman a las mismas mujeres, exigen la salida del virrey, pero no hay caso: Cisneros se inclina, cuanto más a presidir una junta en la que haya representantes de Fernando VII - preso de Napoleón - y algunos americanos que acepten perpetuar el orden colonial. Los orilleros andan armados y Domingo French, teniente coronel del estrepitoso Regimiento de la Estrella, esta por sublevarse. Saavedra, luego de mil cabildeos, se pliega: "Señores, ahora digo que no sólo es tiempo, sino que no se debe perder ni una hora", dice en la última reunión en casa de Nicolás Rodríguez Peña. De allí en más los acontecimientos se precipitan y el destino se juega bajo una llovizna en la que no hubo paraguas flamantes ni amables ciudadanos repartiendo escarapelas.
El orden de los hechos es confuso y contradictorio según a qué memorista se consulte. Todos, por supuesto - salvo el pudoroso Belgrano -, intentan jugar el mejor papel. Lo cierto es que en todo Buenos Aires asedia el Cabildo donde están los regidores y el obispo. "Un inmenso pueblo", recuerda Saavedra en sus memorias, y deben haber sido más o menos cuatro mil almas si se tiene en cuenta que para más tarde, para el golpe del 5 y 6 de abril de 1811, el mismo Saavedra calcula que sus amigos han reunido esa cifra en la Plaza y la califica de "crecido pueblo".
La gente anda con el cuchillo al cinto, cargando trabucos, mientras Domingo French y Antonio Beruti aumentan la presión con campanadas y clarines que llaman a los vecinos de las orillas. Esa noche nadie duerme y cuando los dos hombres llegan al Cabildo empapados, los regidores y el obispo los reciben con aires de desdén. Enseguida hay un altercado entre Castelli y el cura. "A mí no me han llamado a este lugar para sostener disputas sino para que oiga y manifieste libremente mi opinión y lo he hecho en los términos en que se ha oído", dice monseñor, que se opone a la formación de una junta americana mientras quede un solo español en Buenos Aires. A Castelli se le sube la sangre a la cabeza y se insolenta: "tómelo como quiera", se dice que le contesta.
Cuatro días antes había ido con el coronel Martín Rodríguez a entrevistarse con Cisneros que era sordo como una tapia. "¡No sea atrevido!", le dice el virrey al verlo gritar y Castelli responde muy orondo: "¡y usted no se caliente que la cosa ya no tiene remedio!".
al ver Castelli llega con las armas de Saavedra, los burócratas del Cabildo comprenden que deben sustituir a Cisneros, pero dudan de su propio poder. Juan José Paso y el licenciado Manuel Belgrano esperan afuera recorriendo pasillos, escuchando las campanadas y los gritos de la gente. Saavedra sale y les pide paciencia. El coronel es alto, flaco, parco y medido. El rubio Belgrano, como su primo, es amable, pero se exalta con facilidad. Paso es hombre de callar y tramar pero luego tendrá su gesto de valentía.
Entrada la noche, cuando Fench y Beruti han agitado toda la aldea y repartido muchos sablazos entre los disconformes. Belgrano y Saavedra abren la puerta de la sala capitular para que entren los gritos de la multitud. No hay nada más que decir: Cisneros se va o lo cuelgan. ¿Pero quién se lo dice? De nuevo Castelli y el coronel cruzan la Plaza y van a la fortaleza a persuadir al virrey. Hay un último intento del español que forma una junta incluyendo a Castelli, que tiene cuarenta y tres años y está enfermo de cáncer. Los "duros" rechazan la propuesta y juegan a todo o nada. Cisneros trata de ganarse al vanidoso Saavedra, pero el coronel ya acaricia la gloria de una fecha inolvidable. Quizá piensa en George Washington mientras Castelli se imagina en la Convención francesa. Su Robespièrre es un joven llamado Mariano Moreno, que espera el desenlace en lo de Nicolás Peña.
Entre tanto French, que teme una provocación impide el paso a la gente sospechosa de simpatías realistas. Sus oficiales controlan los accesos a la Plaza y a veces quieren mandar más que los de Saavedra . Por el momento la discordia es sólo antipatía y los caballos se topan exaltados o provocadores. Al amanecer, Beruti, por orden de French derriba la puerta de una tienda de la recova y se lleva unos rollos de paño para hacer cintas que distingan a los leales de los otros. Alguien lo ve de lejos y nace la leyenda de la escarapela.
Al amanecer, para guardar las formas, el Cabildo considera la renuncia de Cisneros, pero la nueva junta de gobierno ya está formada. Escribe el catalán Domingo Matheu: "Saavedra y Azcuénaga son la reserva reflexiva de la ideas y de las instituciones que se habían formado para marchar con pulso en las transformaciones de la autognosia (sic) popular; Belgrano, Castelli y Paso eran monárquicos, pero querían otro gobierno que el español; Larrea no dejaba de ser comerciante y difería en que no se desprendía en todo evento de su origen español; demócratas: Alberti, Matheu y Moreno. Los de labor incesante eran Castelli y Matheu, aquel impulsando y marchando a todas partes y el último preparando y acopiando a toda costa vituallas y elementos bélicos para las empresas por tierra y agua. Alberti era el consejo sereno y abnegado y Moreno el verbo irritante de la escuela, sin contemplaciones a cosas viejas ni consideración a máscaras de hierro; de ahí arranca la antipatía originaria en la marcha de la junta entre Saavedra y él". Matheu se da demasiada importancia. Todos esos hombre han sido carlotistas y, salvo Saavedra, son amigos o defensores de los ingleses que en el momento aparecen a sus ojos como aliados contra España.
La mañana del 25, cuando muchos se han ido a dormir y otros llegan a ver "de qué se trata", Castelli sale al balcón del Cabildo y con el énfasis de Saint Just anuncia la hora de la libertad. La historiografía oficial no le reserva un buen lugar en el rincón de los recuerdos. El discurso de Castelli es el de alguien que arroja los dados de la Historia. Aquellas jornadas debían ser un golpe de mano, pero la fuerza de aquellos hombres provoca una voltereta que sacudirá a todo el continente. Dice
...