Albores de la revolución americana.
Enviado por Nuestra Línea Tiempo • 22 de Marzo de 2017 • Apuntes • 9.916 Palabras (40 Páginas) • 372 Visitas
Angloamérica: 1870-1920. El desarrollo del capitalismo norteamericano y del dominio del Canadá
Población, inmigración y colonización del Oeste
Para advertir la magnitud del crecimiento de los Estados Unidos en las décadas siguientes a la conclusión de la guerra civil, basta consultar las cifras de población. Los 40 millones de habitantes de 1870 se habían convertido en 76 en 1900, alcanzándose 105 en 1920, De tal progresión fueron causa, no solo el crecimiento vegetativo, sino también la enorme inmigración recibida en esta época, que se cifra en cerca de 3 millones en la década de 1870, pasa de 5 en la siguiente y roza los 4 en la que cierra el siglo. El apogeo de esta tendencia se alcanzó entre 1901-1910, con casi 9 millones de inmigrantes, entrando todavía en 1911-1920 más de 5,5 millones.
Este considerable refuerzo poblacional explica, en gran parte, el ímpetu con que, en una primera fase, se llevó a cabo la colonización de todo el lejano Oeste, al mismo tiempo que el país se convertía en primera potencia industrial; en la segunda, desde los últimos años del siglo, los Estados Unidos empezaron a actuar en el terreno de la política internacional como gran potencia y nación hegemónica dentro del hemisferio. Su implicación en la Primera Guerra Mundial les confirmó en ese papel.
La colonización del Oeste fue realizada en menos de treinta años, siendo facilitada e impulsada por la construcción de los ferrocarriles transcontinentales, el primero de los cuales -fruto de la conjunción de los trazados del «Union Pacific» y del «Central Pacific»- entró en servicio en 1869; pronto hubo otras tres líneas que enlazaban la región central del país con la costa del Pacífico. La red ferroviaria se extendía, por otra parte, en todos los sentidos, de modo que hacia 1900 los Estados Unidos contaban con más de 300.000 kilómetros de vías férreas. El ferrocarril, que por una parte estimuló el capitalismo industrial del Nordeste, sirvió, al mismo tiempo, para el asentamiento de colonos en las parcelas asignadas a ambos lados de su recorrido en el Oeste y permitió la integración económica de todo el inmenso territorio. En particular, por lo que se refiere al Oeste, hizo provechosa la explotación de sus recursos al posibilitar el envío de sus productos a los poderosos mercados del Este.
La explotación de las enormes extensiones virtual-mente desiertas -salvo por la presencia de unos doscientos cincuenta mil indígenas-, situadas entre el Misisipí y el Pacífico, la frontera del Canadá y la de México, comenzó por obra de los buscadores de minas, que afluyeron torrencialmente desde el hallazgo de oro en California en 1850. Muy pronto, las Rocosas fueron ávidamente exploradas, desde Arizona hasta Idaho o Montana, localizándose ricos yacimientos no sólo de metales preciosos, sino de los de utilidad industrial, como el cobre. Detrás de los mineros llegaron los ganaderos, dispuestos a aprovechar los pastos naturales como alimento de gigantescos rebaños de vacuno o de ovino. Entre 1870 y 1890, el Oeste conoció una importantísima ganadería trashumante, así como la conducción de miles de reses desde grandes distancias hasta las estaciones del ferrocarril que las transportaría a los mataderos de Chicago. Por último, la verdadera y definitiva colonización la llevaron a cabo los agricultores, amparados por la ley de 1862 que autorizó a repartir gratuitamente tierras públicas. El trabajo agrícola fue posible gracias a la rápida mecanización de las labores, que permitían explotar grandes extensiones con poca mano de obra, y a la introducción del alambre de púas para cercar las propiedades. En 1890, la ocupación de todo el lejano oeste se podía considerar finalizada. La frontera había dejado de existir. Sus antiguos pobladores indígenas, nómadas o seminómadas, habían sido derrotados, destruidos o arrinconados en «reservas», obligados a subsistir a expensas de las asignaciones concedidas por el gobierno, dado que el búfalo, con cuya caza muchas de las tribus habían antes asegurado su sustento, había sido también prácticamente exterminado por los recién llegados blancos.
Capitalismo, sindicalismo y populismo
La extraordinaria expansión económica experimentada por Estados Unidos en las décadas finales del siglo XIX fue la ocasión para que su industrialización avanzase a pasos gigantescos, hasta colocarse en la vanguardia mundial, alejándose definitivamente de la imagen arcádica de país agrario1 que Jefferson había imaginado un siglo antes. Bastaba la existencia del mercado nacional, en constante crecimiento, para impulsar el desarrollo de todo tipo de industrias y la acumulación de capital. Pronto se advirtieron, además, las tendencias monopolistas en determinados sectores y la concentración o concertación de empresas para evitar competencias o riesgos y asegurar los mejores márgenes de beneficio. Entonces se empezaron a percibir los peligros de la economía de mercado dejada a la libre iniciativa privada, lo que, gradualmente, conduciría a una intervención del Estado en defensa de los consumidores.
La siderurgia constituyó el principal pilar de la industria estadounidense, generando trusts tan importantes como el de Carnegie -hierro, carbón, acero-', luego fusionado con el grupo de Morgan (1901), de donde surgió la United States Steel Corporation. Pero los ferrocarriles, el petróleo (la Standard Oil, de Rockefeller), o el automóvil (Ford), también fueron dominados por unas pocas empresas más poderosas que muchos municipios y Estados, y capaces de ejercer fuerte influencia sobre el mismo gobierno nacional en defensa de sus intereses, así como sobre la prensa, puesta a su servicio.
Las tendencias monopolistas de determinados sectores económicos, como el petrolero, condujeron a la creación del primer trust del mundo: la Standard Oil de John D. Rockefeller, fundada en 1882. En la imagen superior, pozos de petróleo en California.
Ello permitió a las grandes corporaciones -cuando no luchaban entre sí- eliminar a muchas pequeñas y medianas empresas e imponer sus productos o servicios y sus precios en un mercado que acababan controlando por completo. La corrupción en el ámbito político fue la secuela obligada de esta situación. También lo era el ejercicio de un poder ilimitado de las grandes empresas, contando con el respaldo de la autoridad y la fuerza pública, sobre las masas trabajadoras, que tuvieron que luchar con empeño para obtener mejores condiciones laborales.
La formación de sindicatos y la frecuencia de grandes huelgas son la otra cara de este proceso de acumulación del gran capital industrial y financiero. La implantación de la jornada de ocho horas, la formación de cooperativas y la supresión del trabajo infantil figuran entre las demandas del primer sindicato importante, el de los «Caballeros del Trabajo» (Knights of Labor), que promovieron la huelga de ferrocarriles del Sudoeste de 1884. Para entonces, el movimiento huelguístico se había generalizado y la intranquilidad social era permanente, alcanzando máxima notoriedad con ocasión de la gran huelga de Chicago de 1886, en cuyo transcurso se produjeron los sangrientos sucesos de Haymarket Square (origen de la celebración del 1 de mayo). La opinión pública reaccionó retirando su apoyo al sindicato, desprestigiado desde entonces.
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