Doctrina Del Shock
Enviado por blacknark • 8 de Abril de 2014 • 4.704 Palabras (19 Páginas) • 316 Visitas
Klein, Naomi.
La doctrina del shock. El auge del capitalismo del
desastre.
Paidós, 1ra. Ed. Argentina. 2008.
pp. 23-46.
Conocí a Jamar Perry en septiembre de 2005, en el gran
refugio jue la Cruz Roja había organizado en Baton Rouge,
Luisiana. Un grupo de jóvenes miembros de la cienciología
repartían, sonrientes, la cena entre la gente que esperaba
en fila, y él era uno de ellos. Me acababan de llamar la
atención por hablar con los evacuados sin un periodista a
mi lado y me estaba esforzando por disimular y mezclarme
con el gentío, una canadiense blanca en medio de un mar
de afroamericanos sureños. Me escabullí hasta la fila, detrás
de Perry, y le pedí que hablara conmigo como si fuéramos
amigos de toda la vida, y se avino amablemente.
Nacido y criado en Nueva Orleans, había pasado una
semana fuera de la ciudad inundada. Aparentaba unos
diecisiete años, pero me dijo que tenía veintitrés. Él y su
familia habían esperado a los autobuses de rescate hasta el
último momento. A falta de una evacuación organizada, se
habían lanzado al exterior, bajo un sol abrasador.
Finalmente habían terminado allí, en un inmenso centro de
congresos, en donde habitualmente se celebraban las ferias
de la industria farmacéutica y espectáculos de lucha libre
como Capital City Carnage: The Ultímate in Steel Cage
Fighting* Ahora, en el centro se apretujaban más de dos mil
camillas y una muchedumbre de gente exhausta y
enfadada bajo la vigilancia de los soldados de la Guardia
Nacional, tensos y con los nervios a flor de piel, recién
llegados de Irak.
<!--[if !supportLists]-->* <!--[endif]-->«Carnicería de la
capital: lo último en combates entre rejas». (N. de la
T.)
Ese día corría la voz en el refugio de que Richard Baker, un
destacado congresista republicano de Nueva Orleans, le
había dicho a un grupo de presión: «Por fin hemos limpiado
Nueva Orleans de los pisos de protección oficial. Nosotros
no podíamos hacerlo, pero Dios sí».2
Joseph Canizaro, uno
de los constructores más ricos de Nueva Orleans, también
había expresado una opinión parecida: «Creo que
podemos empezar de nuevo, pasando página. Y en esa
página blanca tenemos grandes oportunidades».3 Durante
toda la semana, por el parlamento estatal de Luisiana en
Baton Rouge habían desfilado grupos de presión, y gente
de toda ralea con influencias y ganas de aprovechar esas
grandes oportunidades: menos impuestos, menos
regulaciones, trabajadores con salarios más bajos y «una
ciudad más pequeña y más segura», lo que en la práctica
equivalía a eliminar los proyectos de pisos a precios
asequibles y sustituirlos por promociones urbanísticas. Al
escuchar frases y expresiones como «empezar de nuevo» y
«pasar página», casi se le olvidaba a uno el hedor nocivo de
los escombros, las mareas químicas y los restos humanos
que se amontonaban a unos pocos kilómetros, en la
autopista.
En el refugio, Jamar no podía pensar en otra cosa: «Para
mí no tiene nada que ver con limpiar la ciudad. Lo que yo
veo es un montón de gente del centro que ha muerto.
Personas que no deberían estar muertas».
Hablaba en voz baja, pero un hombre mayor que estaba en
la cola, delante de nosotros, le oyó y se dio la vuelta como
si le hubieran dado un latigazo: «¿Qué les pasa a esos tipejos de Baton Rouge? Esto no es una oportunidad. Es una
maldita tragedia. ¿Están ciegos o qué?».
Una madre con dos niños intervino: «No, no están ciegos.
Son malvados. Tienen la vista perfectamente sana».
Milton Friedman fue uno de los que vio oportunidades en
las aguas que inundaban Nueva Orleans. Gran gurú del
movimiento en favor del capitalismo de libre mercado fue el
responsable de crear la hoja de ruta de la economía global,
contemporánea e hipermóvil en la que hoy vivimos. A sus
noventa y tres años, y a pesar de su delicado estado de sa-
lud, el «tío Miltie», como le llamaban sus seguidores, tuvo
fuerzas para escribir un artículo de opinión en The Wall
Street Journal tres meses después de que los diques se
rompieran: «La mayor parte de las escuelas de Nueva
Orleans están en ruinas —observó Friedman—, al igual que
los hogares de los alumnos que asistían a clase. Los niños
se ven obligados a ir a escuelas de otras zonas, y esto es
una tragedia. También es una oportunidad para emprender
una reforma radical del sistema educativo».4
La idea radical de Friedman consistía en que, en lugar de
gastar una parte de los miles de millones de dólares
destinados a la reconstrucción y la mejora del sistema de
educación pública de Nueva Orleans, el gobierno entregase
cheques escolares a las familias, para que éstas pudieran
dirigirse a las escuelas privadas, muchas de las cuales ya
obtenían beneficios, y dichas instituciones recibieran
subsidios estatales a cambio de aceptar a los niños en su
alumnado. Era esencial, según indicaba Friedman en su
artículo, que este cambio fundamental no fuera un mero
parche sino una «reforma permanente».5
Una red de think tanks y grupos estratégicos de derechas
se abalanzaron sobre la propuesta de Friedman y cayeron
sobre la ciudad después de la tormenta. La administración
de George W. Bush apoyó sus planes con decenas de
millones de dólares con el propósito de convertir las
escuelas de Nueva Orleans en «escuelas chárter», es decir, escuelas originalmente creadas y construidas por el Estado
que pasarían a ser gestionadas por instituciones privadas
según sus propias reglas. Hay un gran debate en torno a
las escuelas chárter en Estados Unidos, pues muchos
padres y madres afroamericanos opinan que son un paso
atrás en el camino de los derechos civiles, que garantizaba
una educación igual para todos los niños. Sin embargo,
para Milton Friedman el mismo concepto de sistema de
educación pública apestaba a socialismo. Desde su punto de
vista, las únicas funciones del Estado consistían
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